¿Los lideres políticos nacen buenos comunicadores o aprenden a serlo? ¿Y es posible distinguir quién ha ido a clase de comportamiento no verbal y quién no, o sea, quién lo lleva en su ADN, quién tiene ese carisma y no le hacen falta clases particulares?

Estamos asistiendo a una personalización de la política, donde el líder lo es todo, es el rostro, la voz cantante del partido y con su marca personal se ha convertido en el icono del partido, que muchas veces se queda en un segundo plano. Por ese motivo no es raro encontrarnos que alguien no sabría identificar de qué partido son algunos políticos de la escena actual española e internacional.

Además, también es normal preguntarnos si en las elecciones gana el partido o el líder. ¿Las victorias de Rajoy son por sus méritos o es gracias al PP?

¿Si elegimos votar Pablo Iglesias o Albert Rivera lo hacemos porque nos gusta el representante político o el partido?

Los grandes partidos europeos, como el partido comunista o el partido socialista o la democracia cristiana en Italia, lo eran todo, y el voto era de pertenencia. Había una vivencia casi religiosa en sentir la vida política, ya que el partido dictaba la manera de vivir de la gente, el modo de pensar y actuar.

Fue la llegada de la televisión la que cambió las reglas del juego político.

Ahora la política se ha convertido en una videopolítica con una campaña electoral permanente. Y si el líder no entiende este concepto, es un líder “muerto”. Si no concibe que la campaña ahora no tiene un principio y un final marcado por las elecciones, sino que cada vez que comparece en público, cada vez que le invitan a un plató de televisión, hace campaña política y se la juega arriesgándolo todo.

La “lucha” electoral ya no está en el eslogan, logos, carteles o programas (que nadie lee y que suelen ser muy similares). Ahora vivimos en la era de lo visual y todo se basa en la imagen personal del líder.

El triunfo no dependía sólo de los títulos, o las ideas o la experiencia política, ahora el líder tiene que seducir al elector a través de la pantalla. El líder tiene que ser buen comunicador, caer bien, incluso ser “telegénico”, tiene que saber agradar a la gente, trasmitir sus ideas de manera entendible, activa y eficaz.

El primer debate americano televisado, celebrado en las presidenciales americanas de 1960 entre Nixon y Kennedy, marca un punto de inflexión en la historia de la comunicación política. La gente que miró el debate por televisión daba como claro ganador a Kennedy y los que lo escucharon por radio apostaron por la victoria de Nixon. Esto fue un debate que marcó la literatura de la comunicación no verbal política, ya que Kennedy manejó perfectamente su comportamiento no verbal a diferencia de Nixon, que además estaba afectado por su post operatorio y se notaba mucho más torpe: los telespectadores dieron por ganador a Kennedy.

Por todo lo comentado, hay que utilizar un buen comportamiento no verbal en política.

Con el comportamiento no verbal se intenta trasmitir los mismos valores que con el discurso verbal: coherencia, credibilidad y empatía. Valores muy caros a la política y que últimamente están olvidados en estos tiempos repletos de noticias sobre corrupciones que han alejado la gente de la política.

Además, hoy en día está demostrado que lo que mueve el voto son las emociones. Las personas no solo se mueven por la razón, sino también se dejan guiar por impresiones, corazonadas y sentimientos.

Por eso gracias a la comunicación no verbal podemos estudiar la estrategia para que el mensaje sea más certero y llegue al corazón del electorado.

Para que nos hagamos una idea: Mariano Rajoy tiene un comportamiento no verbal muy escaso, solo lee papeles y no sabe trasmitir los contenidos de su discurso. Tiene la mirada continuamente bajada y siempre sacude los hombros como si no le importara lo que le están diciendo sus adversarios. También es por su “fuerza tranquila” por la cual no se siente cómodo en los debates.

Rajoy seria un potencial alumno para la mejora de su comunicación no verbal.

En el polo opuesto tendríamos a Pablo Iglesias que ha conseguido mantenerse fiel a su estilo: camisa sin corbata. Este aspecto aporta mucha congruencia a los valores de su partido que empieza desde la base.
Su expresión facial está continuamente en tensión por su ceño fruncido, que le hace parecer más enfadado y animado. Esto también es congruente con su política reivindicativa. Con sus gestos sí que intenta trasmitir cercanía y emociones.

En el medio de este continuo entre razón y pasión el centro seria Joan Baldoví que sabe medir sus emociones, recurrir sobre todo al abanico de emociones positivas y al pensamiento por imágenes que permite entender perfectamente su discurso. No por casualidad es el mejor valorado en la última encuesta del CIS.

Todas las estrategias en comunicación no verbal política empiezan por el conocerse uno mismo: el político tiene que saber quién es y cuálES son sus objetivos, siendo muy consciente de sus debilidades y fortalezas comunicativas.

Pero, sobre todo, necesita saber lo que quiere contar: si se conoce lo que se quiere trasmitir, no es difícil saber cómo contarlo. Los políticos que han superado esta fase son los que se explican de manera natural y auténtica, por el contrario, el político que no ha alcanzado esta fase es el que necesita un soporte, como el discurso impreso, para comunicarse y hablar, o es el típico político al que se le escapan deslices verbales como lapsus y no verbales como expresiones o gestos fuera de lugar por su poca preparación.

Y, por último, lo más importante es ser congruente con quienes somos, lo que queremos decir y cómo lo decimos que se resumen en la máxima de César Toledo: ser, hacer y parecer.