¿Los colombianos están saturados de hablar y/o escuchar sobre la paz? Puede ser, sin duda, una pregunta que algunos formulen o que incluso se formulen a sí mismos. La respuesta no resulta tan fácil como decir Sí o No. Las elecciones en 2018 darán, al menos, una.

Cuatro días después de haber aterrizado en España y sobre la media noche de un domingo estaba on, es decir, con mi celular en la mano, sintonizada con varias cadenas radiales colombianas y en constante comunicación con mi familia, amigos y con todos aquellos que estaban tan ansiosos como yo de conocer el resultado final. Parecía simple, solo quería saber si era un o un No. El resultado fue un No.

Si recuerdo bien, la primera reacción que tuve fue dejar el celular a un lado, sentarme en la esquina de la cama y pensar. Entre el asombro y la desilusión: «¿esto de verdad -valga la redundancia- puede ser verdad?». Entre la esperanza y la búsqueda rápida de una salida: «¿habrá un error en el conteo de votos?».Y entre el impacto y, ya en ese punto, la tristeza: «¿qué nos pasa? ¿Qué le pasa a mi país?».

Acto seguido, lloré. Así permanece en mi memoria el 2 de octubre de 2016 con el denominado Plebiscito para la Paz. No lo olvido y sigue en mi cabeza, ahora por una razón más pragmática: es el tema de mi tesis de maestría.

Y no cuento esto por capricho o por parecer melodramática ante lo acontecido. Lo hago por reflexionar sobre otro asunto que me compete y nos compete como colombianos: las elecciones presidenciales de 2018. Un reciente sondeo de la firma Invamer para varios medios de comunicación ubica en primer lugar al exvicepresidente Germán Vargas Lleras y en segundo lugar al exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro. Por debajo aparecen el exgobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, la también exministra Clara López, y el exsenador Luis Alfredo Ramos. Detrás, con menos opciones, por lo menos en este estudio, están la senadora Claudia López, el exprocurador Alejandro Ordoñez y el exjefe negociador del Gobierno en La Habana, Humberto de La Calle, entre otros. Sin embargo, otra encuesta posterior de Cifras y Conceptos revela que, entre sus entrevistados, hay un empate técnico entre Vargas Lleras, Petro y Claudia López. En la más reciente de Datexco, por su parte, aparece liderando Vargas Lleras, seguido de Fajardo y Petro.

Ahora bien, no me detendré a hablar sobre porcentajes frente a la intención de voto, pero sí para hacerlo sobre otro estudio que me llamó la atención. Se trata de uno que señala que más del 20% de los colombianos les inquieta, en mayor medida y de cara a los comicios presidenciales, temas como el desempleo (21,5%), salud (20,9%) y la corrupción (20,7%). Mientras que la implementación del acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC solo preocupa al 2,5% de los encuestados y un eventual acuerdo con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), al 2,4%.

Se están dando luces, entonces, sobre lo que será la campaña presidencial. Romper la discusión con temas distintos a la paz y la polarización entre izquierda y derecha se tornará un eje importante. Y ya lo estamos viendo. Por ejemplo, con la cruzada anticorrupción promovida por Claudia López o con la agenda que impulsa Fajardo. Incluso con las declaraciones provenientes del Centro Democrático, según las cuales el expresidente Álvaro Uribe no es “ni de izquierda ni de derecha”, al igual que de Clara López, quien indicó que esa categorización ideológica está mandada a recoger y se debe superar. Claro, en los dos casos tendiendo hacia un centro que resulta complejo, confuso y ampliado, por decirlo de algún modo.

Esto, sin duda, nos está revelando una nueva configuración de la actual realidad colombiana, sin las FARC como actor armado ilegal, pero como actor político, o simplemente sin el temor que implicaba para las zonas rurales y urbanas el proceder de este grupo guerrillero, por lo menos de aquellos que se acogieron a las Conversaciones de La Habana. Tal vez, la palabra «alivio» condense lo que representa un acuerdo de paz firmado, pero las dimensiones y las implicaciones de dar fin a un conflicto armado no termina con un documento pactado o con la conformación de un partido político por parte de las FARC y su posterior entrada al escenario electoral. Falta mucho.

Sin embargo, no nos podemos mentir. Las expectativas de los colombianos sobre los efectos de la paz y la implementación de lo acordado aún son muy bajas, con un pesimismo que ronda el 70%. La gente no confía y puede que para algunos de los candidatos jugar las cartas de la paz no resulte estratégico y más teniendo en cuenta la desconfianza y divisiones en los partidos. Lo cierto es que se avecinan narrativas discursivas variables y acomodadas para convencer a los que apuestan por la paz, a los que quieren pasar la página y a los que centran sus preocupaciones en otros temas.

No me opongo, de ningún modo, a poner sobre la mesa los distintos problemas que enfrenta el país y que, por supuesto, deben ser debatidos y resueltos. Aún así quiero dejar una reflexión. La paz ha servido para ganar elecciones, la paz ha servido para articular discursos con intereses políticos, no precisamente colectivos. La paz ha servido para generar esperanza, pero también desilusiones. La paz, la paz y la paz; puede que sature, pero hace parte inevitablemente del devenir del país. Varias opciones y 2018, un año clave. Yo no quiero repetir lo que viví aquel 2 de octubre.