Todo el mundo conoce la obra de José Zorrilla Don Juan Tenorio, un drama del año 1844, en pleno siglo XIX. Y el público está acostumbrado a ver un Tenorio romántico y heroico, lleno de boas y plumas. Un ser que, a pesar de ser despreciable, se ha quedado en la memoria colectiva del lector como todo un señor que encandila a una pobre Doña Inés.

Pues bien, con la dirección de Blanca Portillo y la adaptación de Juan Mayorga, el Tenorio queda despojado del Don y lo colocan en el siglo XXI. Dotan de realismo al personaje y le convierten en un ser más de carne y hueso.

Blanca Portillo escarba dentro de las palabras y de las frases de la obra para conocer el carácter del personaje, interpretado por el actor José Luis García Pérez. El escenario se llena de frases dichas con profundidad para remarcar a un Don Juan trágico que, en palabras de Portillo, “no tiene salvación”.

La directora ha querido contar un clásico sin paja y adentrarse en las propias palabras del ser: “A las mujeres vendí” (…) “Por dónde quiera que fui, la razón atropellé” (…) “Dejé memoria amarga de mí”. Desempolva esa argumentación olvidada y nos la graba a fuego en la mente para despojarnos del mito.

Portillo explica que Don Juan Tenorio no es un héroe. Y tampoco un “luchador en busca de un mundo mejor”. Simplemente, es un ser que desprecia a los demás. Un personaje vacío por dentro, que busca hacer el mal para satisfacer su propio ego. Un bicho feo, lleno de oscuridad y máscaras.

Estaríamos hablando, por tanto, de un nuevo Juan Tenorio, con la base de Zorrilla siempre presente. Y con la magistral interpretación de García Pérez, que nos hace creernos más al Tenorio, con su voz ronca, sucia y su faz desagradable y oscura.

Una obra que, con la ayuda de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, sale de gira por España y que tiene intenciones internacionales. Un montaje que no hay que perderse porque no deja indiferente a nadie. Consiguen que se salga del teatro discutiendo con el acompañante. Y creo firmemente que ésa es la intención de la dirección.

Lo que no tengo tan claro es que ese propósito de matar al mito se consiga. En el arte, menos es más. El sentimiento de desprecio hacia alguien puede contarse de muchas maneras y puede nacer de otras tantas.

Quizá una adaptación más contenida nos hubiera dado una visión del personaje mucho más oscura. Para provocar desprecio en el espectador, es preferible insinuar y no mostrar todas las cartas en la primera tirada. La intención es transgresora, bien pensada y ejecutada. Pero los excesos en momentos clave de la representación tampoco se entienden con claridad. Insisto, vayan a verla y juzguen por ustedes mismos. Seguro que no podrán reprimir las ganas de opinar.