El cine de Paul Thomas Anderson siempre se ha caracterizado por el riesgo y la audacia. A veces, los resultados son más que satisfactorios, como en la brillante Magnolia. En otras ocasiones, el producto final es más irregular, como en la densa The Master o en Pozos de ambición, lastrada por un final exagerado. A veces gana, a veces pierde. Pero Anderson arriesga. Para entrelazar historias de personajes durante tres horas, para mostrar la ambición de un empresario del sector petrolífero o para profundizar en los orígenes de la “cinematográfica” Iglesia de la Cienciología.

Por tanto, no debería sorprender que ahora sea el primer realizador en adaptar al cine una novela de Thomas Pynchon, autor aplaudido por la crítica, pero con uno de los universos más difíciles de trasladar a las imágenes en movimiento. Pese a la complejidad, Anderson ha llevado a las pantallas Puro vicio, en la que el novelista estadounidense ofrece su visión sobre las clásicas historias de detectives. El resultado no puede ser más desafortunado.

Doc Sportello (Joaquin Phoenix) es un detective privado hippie en la California de los años setenta. Una noche, mientras se disipan el humo y los efectos de la marihuana, llega a casa su exnovia (Katherine Waterston) para pedirle ayuda en la búsqueda de su amante desaparecido, un rico agente inmobiliario.

La premisa del filme se inspira en las novelas de Raymond Chandler, pero su desarrollo resulta mucho más incoherente que en las obras del maestro estadounidense. Y es que el principal y gran defecto de Puro vicio es su torpe y confusa narración. A lo largo del metraje se presentan subtramas y personajes cuya relación con la historia central rara vez se aclara. Quizá ni siquiera haya explicación posible y la falta de lógica sea deseada.

De hecho, quienes conocen en profundidad la obra de Thomas Pynchon aseguran que los modelos narrativos tradicionales y las conexiones entre las distintas partes de las novelas no siempre están presentes. Probablemente, así es. Posiblemente, el recurso funcione sobre el papel. No obstante, en la sala de cine fracasa. Más aún si en la película no se exploran con cierta profundidad otros aspectos como las relaciones y existencias de los personajes o el contexto temporal, más cerca de la postal idealizada que del análisis histórico o sociológico. El resultado es una cinta superficial y de guion delirante y, en gran parte, inconexo. Puro humo narrativo. Y si bien el humor logra salvar la función en un primer momento, los chistes pronto se vuelven repetitivos y evidencian la misma superficialidad de la que hace gala la narración.

Si el barco no se hunde del todo es gracias a la labor del reparto. Joaquin Phoenix compone un personaje carismático próximo a “El Nota” de Jeff Bridges en El gran Lebowski y, hasta cierto punto, consigue dejar de lado los excesos de su anterior trabajo con Paul Thomas Anderson. Benicio del Toro, Josh Brolin y Katherine Waterston también brillan en un reparto repleto de eficaces interpretaciones, pese a la brevedad de las apariciones. Tampoco se debería obviar el logrado diseño de vestuario y de producción, encargados de recrear una época y un movimiento tan excesivos y delirantes como la propia Puro vicio, auténtico humo narrativo.