A la memoria de Manuel Calisto

"Follow de happiest story,
it closes with a tomb".
Emily Dickinson.

Cuentan que desde muy joven, al filósofo rumano Damian Carp le gustaba pasar las noches en los cementerios de Bucarest. Decía que eran lugares ideales para la meditación y que todo el caos de la existencia se minimizaba cuando su cabeza se apoyaba sobre la loza fría de una tumba. Mírense las manos, solía decirles a sus alumnos que lo escuchaban entre fascinados y perplejos, algún día serán las manos de un cadáver.

Por su desenfadado cinismo, su mirada escéptica frente a la realidad y su cercanía con el mundo de la muerte, el médico forense Arturo Fernández, personaje principal de la película ecuatoriana Cuando me toque a mí, evoca inevitablemente la línea de pensamiento de Damian Carp.

Los médicos son los personajes existenciales por excelencia, ya que son los únicos que se interponen entre la vida y la muerte. Pero, paradójicamente, al doctor Fernández, la vida no parece interesarle demasiado. Sus días transcurren en el interior de la morgue del hospital Eugenio Espejo, y los sobrelleva con todo el estoicismo -y el humor negro- de las conversaciones que mantiene con los grises personajes que recorren los pasillos del hospital. Personajes que son un digno retrato del mundo andino quiteño.

Esta película, dirigida por el realizador ecuatoriano Víctor Arrégui, se centra en la idea de historias que se entrecruzan y convergen a través del azar y de la muerte. En este sentido, resulta difícil no pensar en uno de los capítulos más logrados de El Decálogo de Krzysztof Kieslowski. La diferencia fundamental está en que mientras el director polaco se enfoca en dos personajes (un asesino y su víctima) y una acción muy concreta (los destinos de ambos cruzándose en un fatal instante), en Cuando me toque a mí hay tal despliegue de personajes secundarios y subtramas que a veces da la sensación de que la narración se dispersa. La atmósfera es de una oscuridad que no cede ni un solo momento de respiro, al igual que el discurso pesimista de los personajes, que al no ser confrontado nunca, tiende a volverse un tanto agotador.

Llama la atención la estructura del tiempo en la película. Pese a que son varias las historias que se cuentan, hay una fuerte sensación de suspensión de la temporalidad. Como si los personajes estuvieran condenados a vivir en un instante que se eterniza.

Los espectadores que vean Cuando me toque a mí recorrerán el laberinto urbano de la ciudad de Quito, plagado de espacios simbólicos: el hospital, la iglesia, el centro histórico de noche atravesado por enormes pendientes interminables que reflejan de algún modo el mundo interior de los personajes. No en vano, el Doctor Fernández le dice a su madre en un momento de intimidad que tiene la sensación de estar constantemente subiendo. Es la gran cuesta arriba de su vida y de sus muertos en una película que indiscutiblemente constituye un paso adelante en la cinematografía de Víctor Arrégui, que después de esta película dirigió los thrillers El Telón (2012) y El facilitador (2013).

Uno de los grandes aciertos de la producción de Cuando me toque a mí fue sin duda el casting. Manuel Calisto (1968 - 2011), uno de los más prometedores y talentosos actores del Ecuador, encarnó al doctor Arturo Fernández con una sobriedad y una solvencia pocas veces vistos en el cine ecuatoriano. Su trabajo le valió el premio a la mejor interpretación masculina en el Festival Internacional de Biarritz (Francia) y el premio Colibrí al mejor actor del año en el Ecuador en 2010.

Tuve la suerte de trabajar con Manuel cuando produje y dirigí el programa de televisión sobre cine Cinefilia (2009 - 2011), en el que Manuel participaba como co-guionista y presentador. Trabajar con él fue un lujo por su agudeza, su creatividad actoral y artística, pero sobre todo por su sentido del humor y de la vida.

Ficción y realidad se cruzaron trágicamente en junio del 2011 cuando Manuel Calisto fue asesinado con dos disparos en la cabeza en su casa de Quito.