La corrupción, ese mal que asfixia e indigna a España, no es nueva. La corrupción, ese mal que, a juzgar por los últimos resultados electorales, ni asfixia ni indigna a demasiados españoles, existe en el país desde hace siglos. Y, pese a la concentración de tramas en esta década, la podredumbre durante los años ochenta y noventa ya alcanzó altas cuotas y esferas. Uno de los episodios más delirantes de la época se recrea ahora en El hombre de las mil caras, nueva película del director sevillano Alberto Rodríguez (La isla mínima, Grupo 7).

El espía Francisco Paesa (Eduard Fernández) había sido el artífice del mayor golpe policial contra la banda terrorista ETA en los ochenta, pero, tras verse involucrado en un caso de extorsión relacionado con los GAL, abandonó el país. Cuando en 1995 el exdirector de la Guardia Civil, Luis Roldán, le pide ayuda para ocultar los 1.500 millones de pesetas que ha sustraído de las arcas públicas, Paesa verá la oportunidad de vengarse del Gobierno español.

El gran acierto de Rodríguez y su guion consiste en plantear la película como un thriller comercial, accesible y muy entretenido, con finos y pertinentes toques de humor, que no renuncia a exponer la complejidad de la trama en la que intervienen Paesa y Roldán. Así, el filme logra mantener la atención de quienes recuerdan el episodio, de quienes lo conocen de forma superficial e incluso del público extranjero que apenas ha oído hablar de la política española durante las presidencias de Felipe González. Contribuye a ubicar al espectador sin caer en subrayados ni falsa pedagogía la narración en off de Jesús Camoes, el socio de Paesa al que da vida José Coronado. También es un recurso acertado y mordaz incluir fragmentos de informativos de la época que, contrapuestos a la historia mostrada en la película, no suelen dejar en buen lugar la credibilidad de los medios de comunicación.

En general, El hombre de las mil caras funciona por la capacidad de Alberto Rodríguez para administrar el suspense y combinar los aspectos policiacos y personales de la historia. Así, el buen pulso del director tras la cámara dota a la narración de un ritmo fluido y constante, ni demasiado veloz ni demasiado pausado. Tampoco convendría olvidar el buen uso de la música que propone el ágil montaje de la cinta.

Además, el cineasta cuenta con un excelente reparto que permite profundizar en la psicología de los personajes. Eduard Fernández apuesta por la sutileza, la contención y los pequeños detalles para dar vida a un individuo inteligente y astuto que la película, con acierto, evita idealizar. Su presencia resulta imponente en cualquier escena. Como camarada, José Coronado interpreta a un ser en las antípodas de Paesa, menos calculador y más pasivo, a la expectativa de las decisiones que adopta el espía. Convertido en guía del espectador a lo largo del metraje, se complementa a la perfección con Fernández. La gran sorpresa de la cinta es Carlos Santos como Luis Roldán, al que el filme otorga humanidad, pese a su patetismo. Las breves apariciones de Emilio Gutiérrez Caba resultan tan majestuosas como contundentes, mientras que Marta Etura está desaprovechada en un personaje anecdótico y superficial.

Más allá de sus logros artísticos y técnicos, El hombre de las mil caras destaca por su retrato de una España corrompida y putrefacta en la que el poder, el dinero y la mentira se imponen a la ley y la ética. No habla de un país en los ochenta y noventa, sino de España en pleno siglo XXI.