He sido vegano por más de una década y estos últimos años he pasado a una dieta crudivegana. Es decir, me alimento exclusivamente de fruta y verduras crudas. Realmente, todo esto empezó como un experimento, sin otra finalidad que descubrir que significaba ser completamente vegano. Dejé lentamente de comer carnes rojas, después carnes blancas. Posteriormente productos lácteos, hasta que un buen día abandoné la cocción en la preparación de mis alimentos. Con el tiempo, un porcentaje siempre mayor de las calorías que consumo proviene de frutas y, en estos momentos, esta parte de mi alimentación ha superado el 65% del total. Las frutas secas y crudas representan mi fuente principal de proteínas y calorías.

Las consecuencias de esta dieta han sido varias. La primera es que mi relación con los alimentos ha cambiado, en el sentido de que me nutro con consciencia, favoreciendo los productos biológicos y locales. Otra consecuencia es que en los restaurantes puedo comer solamente ensaladas, después de haber controlado que todo sea estrictamente crudo. Excluyo el maíz, que siempre es guisado, la berenjena y otras verduras que habitualmente son cocidas. Como postre consumo solo fruta fresca sin azúcar ni agregados. En este periodo del año, privilegio las fresas con limón. Otra consecuencia es la regularidad en la digestión. Otra, es que me siento con más energía y duermo menos. Me despierto inexorablemente antes de las 6 de la mañana. Por años no he sufrido de infecciones ni otras enfermedades y espero que pueda continuar así. Mi sistema inmunitario se ha fortalecido aparentemente por la reducción de toxinas y el aumento de sustancias antiinflamatorias en mi alimentación.

Esta dieta es además más ecológica, reduce la contaminación, el consumo de agua por caloría e implica menos sufrimiento para los pobres animales, que no solamente terminan en las carnicerías antes de pasar por nuestro plato, sino que además viven, en muchos casos, una vida completamente “inhumana”. No digo que soy mejor alimentándome de esta manera. No soy fundamentalista en este sentido y tampoco me interesa predicar. Cada uno vive su vida de acuerdo a sus principios y este es el argumento: reflexionar libremente sobre los principios que guían nuestro comportamiento. En una sociedad de consumo, ser, desgraciadamente, significa consumir sin preguntarse absolutamente nada en relación a lo que significa producir determinados productos y cuál es el impacto que estos tienen a nivel ambiental, social y moral. Lo único que interesa es el consumo, como si este fuese un fin en sí.

La dieta está íntimamente vinculada con nuestra salud. Algunas cosas hacen bien, otras hacen mal. Lo que comemos determina en parte nuestra relación con el mundo externo y la naturaleza y esta puede ser equilibrada o, por el contrario, desequilibrada. Los alimentos procesados en general son parte de nuestro sistema, nos alteran y modelan. Por esto tendríamos que pensar más en los efectos que causan, no solamente como alimentos, sino además por todos los agregados que forman parte de su producción: las toxinas, los insecticidas, fertilizantes artificiales, la penicilina en las carnes, las medicinas con que son constantemente tratados los animales, la cantidad de hormonas en la leche y los efectos inflamatorios de muchos productos de origen animal.

No soy un predicador ni tampoco un sacerdote de una fe perdida. No apelo a la armonía universal o a otras cosas exotéricas, sino que simplemente me pregunto: ¿qué podemos hacer por el bien y cómo podemos reducir el mal? Y una de mis tantas respuestas es la dieta. Por esto me niego a comer cualquier cosa de origen animal o procesada, cualquier producto con azúcar, sal u otros aditivitos. Reduzco al mínimo mi consumo de plástico y trato en la medida de lo posible de no contaminar ni causar daños al ambiente.

No es fácil, pero es siempre un inicio y mi concepto de bien incluye no solo los humanos, sino también los animales, todos los seres sintientes, el medio ambiente, los recursos naturales y la sociedad mundial, esa enorme comunidad de la cual somos parte integral. Una sociedad sin moral no es una sociedad y la moral es un diálogo constante con todos, la naturaleza y con uno mismo, donde la pregunta esencial es: ¿cómo hacer el bien y cómo reducir el mal en todo momento, situación y lugar?