Desde el tren diviso una torrecilla en la cima de una colina. Luego, otra. Noto que están unidas por un muro. Parece una montura de caballo por su forma curva. Están tan altos que dudo si podré alcanzar el castillo. El tren para en la estación de Sintra, la última de la línea. Miro para arriba: las torrecillas siguen estando lejos. Mejor tomo el autobús.

Compro mi entrada en la boletería que está en un tráiler, sigo los carteles y paso por un molinete. Paso por donde unos obreros están subiendo tablones de madera y otros materiales de construcción por medio de una soga. Están haciendo trabajos de restauración en el castillo. Paso junto a la capilla y un monumento, las tumbas medievales, los grandes silos de piedra y las cisternas camino a las almenas. Me causa gracia el tamaño tan pequeño de la Puerta de los Traidores. Me pregunto cómo obtuvo ese nombre.

Me asomo a las almenas y veo como el terreno ondulante desaparece a la distancia. La bandera portuguesa y un estandarte moro flamean en fresca brisa invernal. A la sombra esta húmedo y frio pero al sol hace calor, demasiado para el abrigo que llevo puesto. Los muros de piedra resplandecen en la luz de la tarde, en claro contraste con la oscuridad de la densa vegetación al pie del castillo.

Las almenas son angostas y de paredes bajas. Los escalones de piedra están gastados por el uso y los elementos y no hay barandas para sostenerse. Pasar de una torre a la otra puede tornarse peligroso. Si alguien viene en la dirección contraria, uno de los dos tiene que aplastarse contra la pared opuesta al precipicio para darle paso.
Los invasores moros comenzaron a construir lo que ahora se denomina Castelo dos Mouros en el siglo 8. Su ubicación sobre la cima de la colina constituye una excelente posición defensiva. Es fácil imaginarse los centinelas caminado a lo largo de las almenas, vigilando que no venga el enemigo cristiano.

Y es igual de fácil imaginarse a las huestes del rey Afonso VI de León y Castilla marchando hacia el castillo en el año 1093, en un exitoso intento de recapturar Sintra a manos de los moros. Esta fortaleza cambio de manos varias veces hasta que Dom Afonso Henriques, primer rey de Portugal, reconquistó Lisboa en 1147 y los moros entregaron el castillo. Los moros pudieron resistir el asedio de los cristianos gracias al agua potable que almacenaban en cisternas; a los cereales que almacenaban en silos y al hecho de que el castillo era impenetrable. Almenos lo era por tres de sus lados. Su talón de Aquiles fue la ladera boscosa. No es difícil ver como Dom Afonso hizo para anular las defensas y atacar el castillo. El Castillo de los Moros, como tantos aspectos de Portugal, es una intrigante mezcla de cristiano y moro.

Cómo llegar

Sintra queda a unos 30 kilómetros al noroeste de Lisboa. Los trenes salen de Lisboa de la estación de Rossio (Linha Sintra) cada 15 minutos. En la estación de Sintra, tomar el autobús número 434 hasta el castillo. El autobús recorre el Circuito da Pena, parando en museo.