Quiero volver a perderme en el profundo sur chileno. En su tierra negra, fangosa y fértil, como me he perdido en ti, que libas de esos parajes inciertos y que viste la luz, a las imponentes sombras, del Pumalín y el Yelcho.

Tierra loca y desesperada, poblada de pescadores de truchas solitarios, recolectores de leño. Carboneros y cargadores de puerto, arrieros mudos, mineros de metales fantaseados y marineros borrachos, huérfanos de barco, mar y puerto. Todos abandonados allí, en el verde soñoliento y húmedo de las colinas, separados del mundo por el mar omnipresente. Por montañas blancas que rasgan el azul del cielo.

Me recuerdo del sabor de esas tierras acariciadas por interminables lluvias silenciosas. Las casas de maderas sin pintura y techos de lata desnuda, donde resonaban las gotas y aullaba desconsoladamente el viento. Recuerdo la niebla de los bosques que, como un velo transparente, escondía a mala pena la desnudez de troncos centenarios que se alzaban hacia el sol como manos para beber su luz y entibiar sus hojas y sueños.

Recuerdo los mariscos de color rojo inflamado. El pescado, las patatas. Siento el letargo de los viajes por carreteras rectilíneas y sin fin. Recuerdo los árboles inclinados por el viento, saludando tristemente a los fortuitos pasantes sin rumbo cierto, en busca de tesoros secretos o simplemente perdidos sin saberlo. Recuerdo los ríos serpentinos de aguas claras con fondo de piedras y musgo resbaloso. Arremolinados e indolentes en loca carrera hacia el majestuoso mar inquieto.

El sur del sur, el sur eterno. Tierra de poncho y de botas, cuna tumbal de irrespetuosos aventureros. Nuestro sur, norte invertido y pobre, desolado y azotado por los vientos, con sus rebaños de ovejas y sus pájaros de rapiña, dibujando en silencio anillos en el cielo, que como límite imaginario separan la vida de la muerte, la alegría del lamento. La voz del silencio, la esperanza de la realidad y el infierno.

Quiero volver al sur y perderme es sus misterios, como me he perdido en ti, tierra de mi tierra y hoy me duele estarte lejos. Sin tu mar y tus olas, sin tus bosques y tu viento. Sin tu salvaje plenitud y sin tu silencio, sembrado de mudos aullidos y afilados ecos. Quiero enterrarme en el barro de mil lluvias, en el lodo que no conoce el tiempo, en los bosques enmohecidos por los siglos y en las aguas claras de un lago azul que refleja el cielo.