Una carretera comarcal amplia y bien asfaltada hace las veces de espina dorsal de La Vall de Boí, trazando con sus hijuelas la nervadura de una palmera con hilos de asfalto. Al primer pueblo del valle se accede por uno de los ramales de la ruta principal: se trata de Cóll (1.180 m, 37 hab), con su iglesia de la Assumpció (Asunción), consagrada en 1110. Del templo pueden destacarse la ornamentación exterior, de tradición lombarda (arcos ciegos, arquivoltas en degradación, friso escaqueado); el crismón (anagrama de Cristo) que preside el portal, rodeado por figuras vegetales y zoomórficas; y los relieves de los capiteles de la portada, esculpidos con escenas de lucha entre hombres y animales. En su campanario se aprecia la adición de vanos ojivales de estilo gótico, posteriores a la obra original.

De nuevo en la carretera principal, poco más adelante aparecen el estrecho de les Cabanesses y la cola del embalse de Llesp-Cardet, con su pequeña central hidroeléctrica, primer vestigio de la industrialización del valle en tiempos de la posguerra. La laguna constituye un interesante enclave faunístico, sobre todo para los aficionados a la ornitología, pues es posible contemplar aves como el cormorán, el martín pescador, el ánade real, la garza, el calamón y el milano real. También hospeda algunos especímenes de nutria.

La siguiente localidad a visitar será Cardet (1.193 m, 13 hab), previo desvío igualmente. La aldea ocupa un repecho que depara hermosas vistas sobre el tramo bajo del valle, y tiene asomado al abismo el ábside de la iglesia parroquial de Santa María (siglos XI-XII), edificación poco más grande que las casas de mampostería que la acompañan. Por su peculiar ubicación, se trata del único templo de Boí dotado de cripta. Otra peculiaridad estriba en su espadaña de tres vanos, muy posterior al cuerpo eclesial (siglo XVIII). En su interior se conserva la Virgen de les Cabanesses, escultura gótica del siglo XIV.

La carretera principal conduce ahora hasta Barruera (1.095 m, 216 hab), la cabecera del municipio de La Vall de Boí. A un lado del asfalto aparece la sobria parroquial de Sant Feliu (San Félix), erigida entre los siglos XI-XII; presenta planta basilical y una curiosa cabecera, pues los condicionantes del terreno impidieron alzar una tercera capilla, que hubiera correspondido al número de naves. Sobre el paramento externo del ábside mayor aparecen los típicos ornatos de gusto lombardo. A sus pies corre el Noguera de Tort, entre terrenos de aluvión.

Al otro lado de la carretera queda el pueblo propiamente dicho, con su casco antiguo aupado a la ladera de la montaña. Junto a la vía principal dispone el visitante de comercios, hoteles, bares y restaurantes, así como de la oficina de información turística local.

Frente a la iglesia de Sant Feliu se yergue la sierra de Corrunco, a la cual está encaramada la localidad de Durro (1.384 m, 105 hab), que tuvo municipio propio hasta 1965. Este pueblo de casas amplias y recias, bien adaptadas a la altitud de la terraza natural donde se aposenta, tiene a su entrada la iglesia de la Nativitat (siglo XI), con su notable campanario de cinco pisos decorados con ventanales de ajimez (tienen parteluz) e impostas de arquillos ciegos y esquinillas. Al templo le falta su ábside original, que cayó arruinado allá por el siglo XVIII. La portada principal, abierta al mediodía, está cobijada por un porche (siglo XII) y luce distintos aditamentos escultóricos (capiteles labrados, crismón en la clave del arco, figuras zoomórficas y vegetales en las enjutas del mismo, escaques en el guardapolvo exterior). Puertas adentro conserva una valiosa colección de retablos de los siglos XVIII y XIX, así como una copia del conjunto escultural románico del Davallament (Descendimiento).

Una pista forestal comunica Durro con la ermita de Sant Quirc (San Quirico), encaramada a un espolón rocoso desde el que se disfrutan excelentes vistas sobre el tramo medio y la cabecera del Valle de Boí, custodiada por las cumbres del Comaloformo (3.029 m), los Besiberris (Norte, 3.008 m; Sur, 3.026 m; y Medio, 2.995 m) y el pico Montardo (2.833 m).

Habrá que descender de nuevo hasta el lecho del valle para retomar la carretera principal, rumbo al norte, y seguir hasta el ramal de acceso a Erill-la-Vall (1.240 m, 87 hab). Esta localidad fue el antiguo solar de los barones de Erill (familia nobiliaria a la que perteneció uno de los grandes pensadores de la Edad Media, el mallorquín Ramon Llull). De la pequeña plaza del pueblo irradia un haz de estrechas calles empedradas, flanqueadas por casas de piedra sobre cuyos tejados descolla el rascacielos del valle, como es la torre de seis pisos de la parroquial de Santa Eulàlia (siglo XII). Pero el campanario no solo destaca por su esbeltez, sino también por la elegante decoración de ventanales geminados, arcos ciegos y frisos de sierra. Como ocurría en la parroquial de Durro, el templo expone una copia de su antiguo Davallament (siglo XIII), el principal conjunto románico de talla en madera del valle.

Junto a la iglesia de Santa Eulàlia puede visitarse el Centro del Románico del Valle de Boí, con exposiciones sobre la vida cotidiana en la Edad Media, las técnicas constructivas de la época y distintos aspectos artísticos del estilo románico. Este centro —desde el que se organizan visitas guiadas a las iglesias del valle y otras actividades de interés— constituye el complemento cultural idóneo para la oferta hostelera de Erill-la-Vall.

Al otro lado de carretera y sobre la confluencia de los ríos Noguera de Tor y Sant Martí se yergue la colina de Boí (1.220 m, 216 hab), población que da nombre al valle (al parecer deviene del catalán boví, bovino, en alusión a los grandes rebaños de vacuno que en otro tiempo hubo por estos lares). Aunque el castillo local ha desaparecido, todavía pueden apreciarse los lienzos de muralla que protegían la localidad (con el paso del tiempo, sus torres se convirtieron en viviendas).

El casco histórico de Boí conserva su planta concéntrica, propia de las antiguas plazas fuertes, y sus calles se aferran a la pendiente con cuestas empinadas; el pequeño dédalo de intramuros mantiene la bucólica paz de otros tiempos. La iglesia de Sant Joan (siglo XII) y su contiguo cementerio ajardinado quedan fuera del núcleo amurallado, al pie de un afloramiento granítico coronado por las figuras metálicas del Monumento al Pastor. Aunque la semblanza exterior del templo no sea tan vistosa como las de la Nativitat de Durro o Santa Eulàlia de Erill-la-Vall, en su interior pueden verse frescos románicos polícromos, con curiosas figuras del bestiario medieval.

Frente a la iglesia y el portal de acceso intramuros, en la plaça del Treió se encuentra el Centro de Información del Parque Nacional de Aigüestortes y Estany de Sant Maurici, parada recomendable para todo aquel que quiera visitar este magnífico espacio protegido, que será materia de la siguiente y última entrega de esta serie de artículos.

El ensanche de Boí, con algunas tiendas y restaurantes, asciende curva arriba por las primeras rampas de la carretera de Taüll (1.482 m, 270 hab), cuyo adelantado es el templo de Sant Climent (siglo XII), el más notable de las iglesias del valle por la elegancia de su cabecera, la apostura de su campanario —una torre exenta de seis pisos con ventanales de ajimez— y los frescos interiores. En el ábside del edificio debieron trabajar los mejores maestros canteros que por estos lares llegaron, a juzgar por la maestría de su fábrica de sillarejo, ornada con un friso superior de esquinillas y tres tramos de arcos ciegos separados por columnas adosadas. En cuanto a las pinturas murales, famosas en todo el mundo (el visitante deberá conformarse con las copias que aquí se exponen), destaca la figura del Pantócrator, Cristo en majestad que preside la escena del Juicio Final en la pared del ábside central.

El núcleo histórico de Taüll (Lo Barri, como es conocido aquí) se aposenta sobre una larga loma, por encima de Sant Climent, y conserva rincones de llamativo tipismo a pesar de la invasión de toda clase de negocios enfocados al turismo. En su centro descolla la iglesia de Santa Maria de Taüll (siglo XII), más modesta de dimensiones que Sant Climent pero igualmente interesante por el valor de sus frescos, que se agrupan en torno a la figura de la Virgen María con el Niño Jesús en su regazo (se distinguen los tres Reyes Magos y varios apóstoles, así como figuras zoomórficas y bestias).

De Taüll en adelante queda mucha montaña virgen para disfrutar, pero también otros dos asentamientos humanos de especial importancia para la economía del valle. Uno es la urbanización del Pla de l'Ermita, Boí-Taüll Resort, un pueblo vacacional de nueva factura con equipamientos deportivos que apenas dista un par de kilómetros del pueblo. Fue construido junto a la ermita románica de Sant Quirc, asomada a los 1.607 m de altitud de un espléndido mirador natural, en un paraje de belleza sorprendente, donde las tradiciones locales sitúan la morada de las aloges (ninfas de las aguas). El segundo establecimiento es la estación invernal de Boí-Taüll, cuyas cotas (2.751 m-2.020 m) son las más altas de las estaciones pirenaicas. Dista unos 12 km de Taüll y suma 42 km de pistas (550 ha de dominio esquiable) y 16 remontes, además de un snowpark de 50.000 m2.

A fin de concluir este recorrido por el municipio de La Vall de Boí desandaremos lo ascendido para retomar la carretera principal, procedente de Barruera, y seguirla hacia la cabecera del valle. Apenas un kilómetro de distancia desde el cruce de Boí nos separa del ramal de acceso al Parque Nacional d'Aigüestortes y Estany de Sant Maurici, con estricto control de acceso para los automóviles particulares (desde Barruera, Boí y Taüll hay servicio de taxi en vehículo todo terreno).

La carretera concluye en las instalaciones de la estación termal de Caldes de Boí, pionera entre los destinos turísticos del valle no solo porque la leyenda sitúe aquí al romano Pompeyo, en el siglo I a. C.: en fechas decimonónicas ya era un destino renombrado para muchos ilerdenses y barceloneses que arrostraban un pesado viaje hasta estos pagos montañeses. La antigua casa de baños, hoy remodelada en sus interiores —se ha convertido en confortable hotel— data de finales del siglo XVIII, al igual que su capilla, a la que se accede por un coqueto patio de suelo empedrado.

Al otro lado de los vastos jardines de Caldes —en los que el visitante hallará fuentes con propiedades terapéuticas (Tartera, Santa Llúcia, Bou, Banys, Pompeu…)— se encuentra un segundo hotel con modernas instalaciones termales, así como un complejo de piscinas. Por cierto, las aguas de Caldes brotan a temperaturas entre los cuatro y los 56 ºC, y por su contenido mineral son adecuadas para el tratamiento de las afecciones reumáticas, respiratorias y vasculares, además de las secuelas de traumatismos, la insuficiencia hepática, los eczemas, la obesidad, la celulitis, la litiasis renal y el estreñimiento.

La travesía a motor del valle concluirá cinco kilómetros más adelante, donde muere la pista de Cavallers, al pie de la presa homónima. La subida al embalse se realiza a pie; empinada, brindará al paseante magníficas vistas sobre la cabecera del valle y el lago superior, situado a 1.723 de altitud, bajo los picos del Besiberri y el Montardo. Los días ventosos, sus aguas se encrespan y olean como si se tratara de un orgulloso mar alpino.

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