Salí a caminar por Módena junto a Antonio, mi hermano, y entre todas las cosas de las cuales hablamos, surgió un tema, que me dejó pensando. Nosotros hemos crecido juntos y vivido juntos por los primeros 16 años de nuestra vida. Hemos sido expuestos casi a los mismos estímulos y hemos tenido experiencias símiles y si nos preguntan, separadamente, nuestras opiniones sobre una infinidad de temas, en muchos casos, no siempre, nuestras respuestas serán parecidas y convergerán en las posiciones, ideas y valores, que tenemos en común.

Esta observación sería también válida para temas, que no hemos discutido juntos y en relación a los cuales, desconocemos las opiniones personales del otro y, a pesar de esto, coincidiríamos en muchos casos. Y la pregunta que me hago es: ¿por qué esta afinidad, que a veces nos sorprende?

Antonio, mientras caminábamos, me contaba que algunas personas, amigas suyas en el ámbito editorial, creen y están convencidas que los artículos, que yo escribo y que él publica, en realidad son escritos por él, ya que conociéndolo, a él y no a mí, reconocen algunas de sus posiciones en mis textos. Esto podría ser fácilmente el resultado de una lectura superficial, pero la afinidad de fondo es innegable.

Mi explicación es que después de haber vivido juntos y participado en miles y miles de discusiones apasionadas en la casa, con los amigos y en otros tantos lugares, hemos desarrollado una matriz mental, fundada en una forma de pensar, que nos es relativamente común y esto ha sido transmitido también, en menor escala, a nuestros hijos. Además, esta afinidad, que aumenta con la proximidad y la intensidad emocional de las relaciones personales y las conversaciones, es un resultado de la culturización. Es decir, del hecho de que vivimos y poblamos el mismo espacio cultural, que observamos de una perspectiva análoga y, siendo así, nos entendemos en muchos casos, como también, no nos entendemos en otros, ya que hemos crecido en el mismo ambiente y mundo. Por otro lado, sin esta afinidad, en escala menor, la comunicación sería imposible, ya que no evocaríamos las mismas situaciones, imágenes y experiencias. Pero el contrario también es el caso, que pensemos entendernos sin hacerlo realmente, ya que el lenguaje tiende a ser relativamente genérico y solamente nos damos cuenta de las diferencias, cuando consideramos los detalles.

Volviendo a nuestra infancia, los recuerdos más presentes son los de conversaciones interminables sobres infinitos temas. La mesa era un campo de batalla intelectual, donde cada uno daba su opinión y lo hacíamos con pasión y fervor. Esto nos llevaba a cultivar los temas y a desarrollar nuevas ideas y a discutirlas nuevamente en un proceso, que duró toda mi niñez, mi juventud, mi vida de adulto y que aún persiste con la misma intensidad y fuerza.

Desgraciadamente, las cosas han cambiado en estos últimos tiempos y esta sed de debates, de discusiones y diálogos, de reflexiones colectivas, estas pasiones por temas de todas las índoles, no ha sido transmitida completamente a las nuevas generaciones, a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos, que crecerán con una predisposición diferente. Pero espero que sea siempre con la misma curiosidad, deseos de aprender y de confrontarse a nivel de ideas para pensar y afinar los conceptos, hasta manejar el arte de reflexionar y de comunicar, como hace indispensable la vida moderna.