En Venezuela existen diferentes tipos de turismo o atracciones familiares. Están las comunes o las más visitadas, como las playas, los médanos de coro, los picos nevados del estado Mérida, el parque nacional Canaima entre otros hermosos y atesorados lugares. Pero hay un sitio lleno de historia, de leyendas de la vieja Venezuela, de creación, que encubre una cantidad de cuentos de terror como de un paisaje tan increíble que querrás visitar y repetir en otras oportunidades.

La visita a la hacienda Buena Vista o, como se le conoce en la zona, el Mausoleo del Dr. Knoche. Un alemán que fue un medico cirujano, famoso en Venezuela por inventar un líquido embalsamador con el que momificó docenas de cuerpos, incluyendo el propio, en los laboratorios ubicados en la Hacienda Buena Vista, ubicada en el sector Palmar del Picacho de Galipán, en Vargas, Venezuela.

Es uno de los personajes más misteriosos y enigmáticos relacionados con la historia de Venezuela a mediados del siglo XIX.

Su fascinación y persistencia por evitar el inexorable proceso de descomposición de los cuerpos le hizo experimentar con cadáveres no reclamados de la Guerra Federal, que subía a mula desde el hospital San Juan de Dios. Knoche creó un líquido que se inyectaba en el torrente sanguíneo y conservaba al cadáver sin necesidad de extraer sus órganos. Así, el doctor momificó varios cuerpos y los mantuvo en su laboratorio. De tal manera como se exhibe un trofeo.

Esta obsesión por dotar de una apariencia de vida a los muertos dio pie a una de las anécdotas más populares atribuidas a este enigmático personaje. Los familiares de don Tomás Lander, distinguido hombre público de la Caracas del siglo XIX, fundador junto con Antonio Leocadio Guzmán del periódico El Venezolano, conocieron a través de un amigo las virtudes del misterioso líquido embalsamador del Dr. Knoche y solicitaron al médico que momificara el cuerpo de su deudo. Una vez concluido el proceso, con el cuerpo ya vestido y maquillado por sus familiares, sentaron a Lander en un escritorio a la entrada de su casa. Allí estuvo durante 40 años, hasta que el gobierno de Antonio Guzmán Blanco exigió a los descendientes del difunto que enterrasen a la momia. Un presidente de Venezuela, Francisco Linares Alcántara, también fue momificado por el médico alemán. Igualmente, momificó hasta sus perros y los convirtió en guardianes de la entrada del mausoleo.

Para la llegada de su propia muerte, Knoche había previsto que fuese la enfermera Amalie Weismann la encargada de suministrarle el suero momificador, dosis que dejó preparada. Aunque la última sobreviviente de Buena Vista parece haber consultado con el cónsul alemán de la época, Julius Lesse, acerca de redactar un documento en el que constara que su última voluntad era que su cuerpo fuese cremado y las cenizas arrojadas al mar; el mismo doctor Lesse y Carlos Enrique Reverón subieron a Buena Vista, inyectándole la dosis preparada para ella 20 años antes por el mismo Knoche, luego cerraron la puerta del mausoleo y las llaves fueron lanzadas al mar.

La composición exacta de esta sustancia, a base de cloruro de aluminio, nunca fue descubierta.

Dentro del mausoleo, dos terceras partes del espacio están ocupadas por los seis sarcófagos de cemento, con un pequeño pasillo para los visitantes. Estos puestos estaban colocados en fila y cuyas tres cuartas partes de sus dimensiones estaban cubiertas de mármol de 3 cm de espesor y una cuarta parte de vidrio reforzado con malla metálica para que se pudiera ver a través de él a cada una de las momias. También existían antiguamente seis lápidas de mármol que contenían los nombres de la familia Knoche y que fueron destruidas por vándalos y reconstruidas de nuevo, aunque existen varias fotografías antiguas donde se ven dichas inscripciones.

Lamentablemente, con el paso del tiempo, el lugar ha sido lentamente engullido por la vegetación y por el apetito voraz de vándalos, saqueadores y estudiantes de medicina que —intentando dar con el secreto del líquido momificador y atraídos por el mito de este sombrío mundo— han visitado la finca desde la muerte de Amalie Weismann (1926). Algunas de las paredes exteriores, los marcos de las puertas de la entrada principal, la caballeriza, un tanque, el laboratorio y el horno de la cocina son los últimos vestigios de la misteriosa posesión de El Ávila.

Lugar que sin duda alguna vale la pena visitar.