Entre el 28 de mayo y el 8 de junio de 2016 viví una de las mayores experiencias de mi vida. Siguiendo las huellas del mayor felino de América, me embarqué en una aventura que me llevó hasta el corazón de la Amazonía. Este es el diario de aquellos maravillosos días...

Luego de encontrarme con Emiliano en Tefé («En busca del jaguar, primera parte») y saludarlo con mucha emoción, atravesamos la ciudad y llegamos a su casa, en donde una jauría de perros simpáticos nos recibieron con cariño. Era una casa linda, grande, con buenos espacios y buena energía. La rodeaba un jardín amplio con árboles frutales como el copoazú o el pomagás, cuyo fruto comí y me transportó a mi infancia con mi hermano que se trepaba en aquel árbol gigante con una habilidad increíble mientras yo me quedaba en el suelo cubierto de flores fucsia esperando para atrapar las frutas que él tumbaba.

Esa noche nos reunimos con unos amigos que hablaban sobre los yacarés o caimanes, sobre el instituto, la reserva... realmente tenía muchas ganas de saber más, pero el sueño me ganaba.

Al día siguiente salimos hacia el instituto para autorizar los papeles de mi ingreso a la Reserva.

El Instituto de Desenvolvimento Sustentável de Mamirauá

Cuando llegamos al Instituto de Desenvolvimento Sustentável de Mamirauá me sorprendió mucho, era muy lindo rodeado de árboles y nueces del Brasil que tenían las ramas cargadas.

Luego de entregar los papeles para mi ingreso fuimos hacia el edificio donde se encontraba la oficina de Emiliano. Me sorprendió mucho el lugar; pasamos al lado de algunas oficinas en las cuales yo quería entrar: material biológico recolectado, preparación de muestras, botánica, ¡wow! ¡Tantas cosas que yo quería ver!

Entramos en el área de vertebrados y mamíferos, donde conocí a una chica que me comentó sobre el trabajo que estaba realizando; casi no la podía entender al principio, pero, poco a poco, fui educando mi oído e integrándome más en la conversación. Seguimos hablando de los roedores con los que trabajaba y me preguntó si la quería acompañar al lugar donde guardaban las muestras biológicas recolectadas (¿qué pregunta es esa? ¡¡¡Claro que sííí!!!) y entramos a un cuarto en el que habían estantes llenos de cajas plásticas con huesos y cráneos de animales diferentes: báquiros, lapas, dantas, toninas. Luego me enseñó un gran mueble de asas giratorias donde tenían guardadas las pieles de los animales y la taxidermia… ¡qué buen trabajo!

Estuvimos un rato viendo los huesos y luego me encontré a Diogo (con quien habíamos hablado la noche anterior) y con quien fui a ver los cráneos de los yacarés… ¡qué gigantes! La estructura de estos cocodrílidos era muy interesante y aunque él hablaba rápido podía entenderlo por completo. Conversamos sobre todo lo referente a estos reptiles y como me vio interesada hablamos mucho.

Luego fui con una chica perteneciente al departamento de Botánica a ver las muestras. Hablamos sobre la recolección de las mismas, la forma de conservarlas y me mostró algunas.

De nuevo en la oficina esperamos un rato mientras Emiliano terminaba un trabajo sobre los jaguares y yo veía los libros que tenía ahí a un paso de distancia… ¡aaah! ¡Qué belleza de libros, qué información tan valiosa guardaban esas tapas, y qué lugar tan magnífico!

De regreso a la casa yo quería comprar unas semillas para sembrar flores y plantas comestibles en el jardín, así que fuimos a una ferretería donde conocí a una señora muy simpática, pero ya debíamos regresar a la casa, no sin antes detenernos por sorpresa en un lugar con unas máquinas metálicas extrañas, donde tímidamente fui a observar cómo extraían lo que se convertiría en mi alimento favorito del viaje: açaí. Estas máquinas retiran la cobertura morada externa de las semillas y al mezclarlas con agua se obtiene esta bebida nutritiva.

Al llegar a la casa no tardé en ponerme mis botas y en empezar a trabajar. Haciendo viajes para traer el compost en una pala chiquita sembré perejil, orégano, cebollín, y pimienta cayena.

De vez en cuando, mientras yo sembraba flores, Emiliano se asomaba entre las enredaderas de parchita para comentarme sobre lo que le gustaría hacer con la casa.Y así pasé la tarde, sembrando en el jardín (aunque después de que terminé no noté mucho el avance).

Esa noche cuando terminamos de comer, Emiliano se recostó en la hamaca para practicar algunas canciones con su instrumento de cuerdas llamado cavaquinho, lo cual desencadenó una noche musical, en donde compartimos melodías y en la que canté desde La vaca mariposa hasta Summertime, aparentemente invocando a la lluvia que más tarde caería sobre la ciudad.

Mi cumpleaños en el Amazonas

Me desperté y me recodé que… ¡¡era mi cumpleaños!!!!!!!

¡Y qué manera de empezar el día! Con un abrazo y comiendo mi mezcla especial de avena, frutas deshidratadas y proteína de soya, pero agregando además la pasta de açaí que compramos ayer después de pasar por la ferretería de la señora simpática. Abrí las ventanas de la casa y una brisa mañanera post lluvia la llenó junto con esa luz tamizada por las nubes. Al fondo se escuchan algunas casas con música, quizás algunas canciones de Marília Mendoça, también redoblantes, un pájaro tratando de conquistar a alguien más y eventualmente las frutas que caían del árbol de pomagás que están cargados.

Luego de jugar un buen rato con los perros salimos hacia la oficina en donde pudimos ver la ubicación de Django (un jaguar melánico macho que estaba a 200 metros del río) y de Fofa, una hembra que tenía un cachorro y era el centro de interés.

Entró una señora simpática y empezaron a hablar sobre Fofa y mientras Emiliano le explicaba el proyecto de conservación del jaguar y le mostraba fotos del mismo yo trataba de ver por el reflejo de la biblioteca, tratando de no meterme en la conversación, pero prestando atención a ese intercambio en portugués fluido del cual lograba atrapar algunas pocas palabras y así ir armando el tema, pero no era fácil. Y menos teniendo esa cantidad de libros tan interesantes que me tentaban a hojearlos.

La señora simpática venía de la reserva y desprendía una energía muy linda sobre su viaje y tuvo una experiencia maravillosa por lo que pude percibir, dándome un pequeño abrebocas a lo que podía experimentar dentro de poco tiempo.

Regresamos a la casa para preparar las maletas para salir hacia el puerto y de ahí a la reserva. Estaba realmente emocionada.

Reserva de Mamirauá

La orilla del lago Tefé estaba repleta de semillas de açaí y mientras esperábamos la embarcación que nos llevaría yo no dejaba de detallar el puerto con sus colores, formas y el sonido bastante alto de una radio antigua que sonaba en el fondo.

«¿No te parece muy loco de mi parte que haya agarrado un avión a un país desconocido, donde no hablo el idioma?» le comenté a Emiliano, mientras veía los barcos, y me respondió que estaba bien, que era un espíritu aventurero, y que de otra manera me estaría perdiendo este viaje…Y me sentí bien de estar ahí en ese momento.

Llegó nuestro transporte y Emiliano asumió el volante. Fuimos primero a buscar combustible en una estación flotante vigilada por un perro y un gato muy gracioso. Luego navegamos hacia un río estrecho de color negro como el lago, rodeado de árboles que de repente se empezó a mezclar con unas aguas blanquecinas y se abrió hacia el inmenso Amazonas. Ese viaje me dejó mucho tiempo para pensar, y una cantidad de sentimientos empezaron a mezclarse dentro de mí, así como las aguas de los ríos.

«Esto es lo que me gusta hacer.. ¿estoy loca por venir hasta acá sola? Ahora estoy en este viaje sin mi papá, pero aun así estoy con él, viendo a través de los ojos que él mismo educó. Qué mejor regalo para el día de mi cumpleaños que navegar por el río Amazonas hacia allá. Pero… ¿dónde es allá?».

Me reía a veces de la emoción cuando veía plantas. Que increíble este viaje.

Esa emoción fue superada cuando vi la estación flotante por primera vez.

La posada Uacarí es una serie de cabañas flotantes amarradas entre sí que se desplazaban un poco dependiendo de la corriente del río. Dejé mis cosas y poco a poco fui conociendo al equipo de trabajo. Más tarde tuve la oportunidad de asistir a la exposición de Emiliano sobre la várzea, cómo se han adaptado los jaguares a ella, cómo ellos son vistos por las comunidades y la importancia de su conservación; me gustó mucho.

Luego de una larga conversación con algunos miembros del equipo todos nos fuimos a dormir pero yo me quedé despierta un rato más pensando en el día de hoy. Creo que he estado un poco reflexiva… no sé si es por la “hemorragia” (como diría un gran amigo) de experiencias que he tenido o por lo independientes que han sido éstas, tan lejos de mis padres y mis amigos por primera vez. Pero siento que en cada recuerdo ellos están ahí conmigo y esto me mantiene tranquila.

Buscando al Jaguar

Al día siguiente, Wezddy y Emiliano planificaron el trayecto de navegación mientras yo observaba y recordaba los marcajes de GPS que dio Django (el jaguar macho melánico) a menos de 200 metros del río. Luego de organizar los equipos y a los turistas, cada quien fue a buscar un jaguar diferente. Wezddy, Ivanilson y yo fuimos detrás de Django.

Zarpamos a las 8:50 y recorrimos gran parte del río. Había pastizales flotantes por todos lados y a cada kilómetro nos deteníamos para ver si con telemetría podíamos captar la señal del collar transmisor, pero nada.

Continuamos mucho tiempo sin tener éxito, rodeamos la isla donde había sido ubicado por última vez y atravesamos unos pastizales flotantes sin tener resultados del felino… pero ¿por qué mi atención tendría que estar centrada en él? Si muchas cosas increíbles ocurrían a mí alrededor en ese momento:

Las Morpho, con su azul metálico que, por milésimas de segundo, te encandilaban para luego desaparecer y desplegar sus alas y sus hermosos colores en otro lugar aleatorio. Y hablando de mariposas, las Pieridae, que por centenares pasaban frente a nosotros... ¿de dónde venían? ¿Hacia dónde iban? Sólo ellas saben todas las cosas que han experimentado en su viaje.

Muchas aves moraban en las orillas de este río y pudimos verlas, como las garzas blancas, cuya actitud y blanco impecable eran envidiables, o aquellos pajaritos que salían en bandadas volando sólo a centímetros del agua, o las cotúas que se sumergían por minutos.

Además de los miles de sonidos que nos rodeaban, también vi a los tucanes con sus grandes picos y a los loros, pericos y guacamayas cuyo canto en nada combinaba con la gracia de sus colores.

Y así fue transcurriendo la tarde, llena de animalitos y de colores.

¡Y ni hablar de las plantas!

La cantidad de Cecropias era abismal, con sus frutas en forma de deditos que iban a ser devoradas por los murciélagos cuando maduraran. O esos árboles con flores moradas que aparecían de vez en cuando refrescando la vista (porque es mi color favorito).

Algunos se enfocarían sólo en el jaguar que no vieron, pero miren todo lo que pude disfrutar gracias a que, por hoy, él no robó mi atención. Aún quedan más días por delante, pero hoy fue hermoso todo lo que se cruzó en mi camino.

Regresamos a la posada flotante Uacarí, donde pude ver un arcoíris que enmarcaba la escena con la luz de la tarde y una leve llovizna que suavizaba la superficie del río.

En la noche quedé embelesada (y me gusta la definición de esta palabra: causar un placer, una admiración o una sorpresa tan grandes que hagan olvidar todo lo demás) con una escena muy bonita porque no sólo había un fondo infinito de estrellas bajo las cuales eventualmente pasaba alguna polilla o murciélago pequeño brevemente iluminado por las luces de la balsa, sino que más abajo, con un vuelo delicado y pausado, pasaban los grandes murciélagos pescadores, apenas acariciando la superficie del agua y dando el preludio para ir a dormir.

Hay que descansar ya que mañana saldremos del nuevo en busca del jaguar.