Burdigala en la época romana, luego Bordigala, Bordale en Esukera, Bordéu en gascón y finalmente Bordeaux en francés (Burdeos en español), capital de la región de Aquitania y la prefectura del departamento de Gironda.

Fundada en el siglo III AdC por los Bituriges Vivisques, una tribu gala de Bourges, es actualmente la urbe principal de ocho cantones y tiene una población de 215 mil habitantes en el distrito y casi un millón con el área metropolitana.

Todos estos datos y muchos más se pueden hallar en el ciberespacio. Sin embargo, no hablarían a primera vista de las excelencias de la ciudad antigua, sus singulares construcciones y el entorno portuario a través del río Garona.
Una tarde en el centro de la ciudad constituye una agradable experiencia que se combina con manifestaciones culturales y artísticas en el casco antiguo, diversidad de restaurantes y cafeterías y, obviamente, casas con los mejores vinos.

Nombrada Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO en el 2007, Bordeaux se distingue asimismo por la belleza femenina, un valor añadido al reconocimiento del valor y de la unidad arquitectónica de la ciudad, transformada durante siglos sin romper su armonía.

Burdeos, si así la llamamos en castellano, es el primer conjunto urbano distinguido en un espacio tan amplio y complejo que se extiende a lo largo de 1.810 hectáreas, es decir, la mitad de la urbe y de los bulevares a las orillas del Garona

Posee más de 347 monumentos históricos, un sector protegido de 150 hectáreas y tres iglesias (San Andrés, San Miguel y San Severino), ya declaradas también Patrimonio Mundial en el concierto del camino de Santiago.
Aunque puede apreciarse un ritmo intenso de vida, a priori no parece estar atrapada por una dinámica a veces infernal de otras grandes ciudades de Francia, como la propia París, donde andar deprisa es la práctica más común del ejercicio físico.

Desde diciembre de 2003 cuenta con una vasta red de tranvías, sin catenarias en las zonas turísticas, donde están alimentados desde el suelo, al estilo del metro.

Las angostas calles del barrio de San Miguel y los inmuebles de los años 60 y 70 de Mériadeck son asimismo símbolos junto con muelles y espacios abiertos, en una Bordeaux caracterizada por la expansión urbanística debido a que la mayoría de las viviendas y edificios no exceden los tres pisos.

Los trazos del siglo XVIII son especialmente notorios en la ciudad, donde según los especialistas de la UNESCO, sobresalen igualmente arquitectos de todas las épocas.

Jacques Gabriel (Avenidas de Tourny), Victor Louis (Gran Teatro), Jacques d’Welles (estadio municipal) o incluso Richard Rogers, que diseñó el centro Beaubourg en París y el Tribunal de Primera Instancia de Burdeos.

No hablar de vinos es negar la existencia propia de Bordeaux, mucho más cuando este año las cosechas resultaron generosas, pese a contratiempos de plagas y de comercialización, y las bodegas aguardan por los resultados del gran momento.

Más de 80 millones de botellas de Bordeaux ya dan la vuelta por Francia hacia la conquista de compradores en una campaña que pone su acento en el otoño y el invierno.

Las exportaciones de vinos y espirituosos (espumosos) representan el primer puesto de las exportaciones agroalimentarias francesas. En el primer semestre del 2008, se vendieron en el exterior 4,16 mil millones de euros de todas las casas del país.

Poseedor de la Academia de Vinos de Burdeos, con más de tres mil fincas y 53 marcas de denominación de origen, esta zona tiene el privilegio de alcanzar un promedio de ventas anuales en el orden de los cinco mil millones de euros.

Sin embargo, la deliciosa bebida significa mucho más que bonanza económica para la región. Una cultura de siglos que explica, con el lenguaje más sencillo para neófitos, que el tinto se elabora a partir de mezclas de uvas.

De ahí surgen las exquisitas combinaciones de Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Petit Verdot y Malbec. Nacerán entonces tintos desde dos euros hasta 200 o 300 euros en las marcas establecidas y de fama mundial.

Los más reconocidos, los Cháteau, Lafite-Rothschild, Margaux, Latour, Haut-Brion y Mouton-Rothschild, que salen de los “premier cru”. En el caso de los blancos, las uvas favoritas son Sauvignon Blanc, Semillon y Muscadelle

Al fin y al cabo, me cuenta Sandrine, una “bordelesa” que adora su región, lo más significativo es reconocer las áreas de las cosechas, como Saint Emilion, Pomerol, Médoc y Graves.

Algunos franceses aseguran que la impronta del vino en el Hexágono se divida en dos grandes bandos: los furibundos defensores de los Borgoña y los “Bordoloses”. Hay críticas a los Bordeaux, que dicen en ciertos niveles no son lo mismo de antes, pero en la competencia siempre salen más airosos que los Borgoña. Cuidado de todos modos, porque las cosechas de Saint Emilion, que son también de la familia de Burdeos llevan su sello de distinción, y los Cótes du Rhóne aumentan de categoría por años.

El vino es sin dudas un atractivo muy especial, pero la historia, la belleza y tranquilidad hacen la ciudad muy atractiva y por tal motivo más de 2,5 millones de turistas la visitan cada año.

Claro que venir a Burdeos y no tomarse un buen tinto es un pecado. Tampoco es lógico irse con las manos vacias, porque un Bordeaux aquí mismo tiene un donaire diferente.