El comienzo

La antigua sede del Seminario Conciliar de San Carlos y San Ambrosio, hoy Centro Cultural Padre Félix Varela, se fundó en el lejano siglo XVIII, producto de singulares coyunturas históricas que marcaron los cambios en su destino.

La génesis del colegio eclesiástico se encuentra en el humilde proyecto docente para varones pobres que organiza el obispo Compostela en 1689 en la calle que hoy lleva su nombre. El centro de este Seminario, que aspiraba educar a los jóvenes, despertar en algunos la vocación religiosa y conducirlos hacia la vida sacerdotal, se hallaba en la casa contigua a la que habitaba el obispo Compostela. Allí permaneció hasta que la expulsión de la Compañía de Jesús del territorito español, en 1767, posibilitó que el Colegio ocupara un recinto digno de su misión educativa y eclesiástica.

La iglesia y el instituto jesuitas, recién construidos y ubicados en la antigua Plaza de la Ciénaga, quedan a disposición del obispado de La Habana. La iglesia se convierte en la Parroquial Mayor, devenida luego Catedral de La Habana, y el colegio, que se encontraba a sus espaldas, acoge al profesorado y a los discípulos de la institución establecida por el obispo Compostela. A partir de este momento quedan unificados los destinos del Colegio de San Ambrosio y del edificio barroco erigido por los jesuitas.

El traslado del Seminario implica también una ampliación de su nombre en honor al rey Carlos III, quien ha elevado a la categoría de Seminario Conciliar el instituto, con los mismos privilegios que los de la península. De esta manera, a la advocación de San Ambrosio se le añade el nombre de San Carlos, y el colegio adquiere su apelativo final: Real Seminario Conciliar de San Carlos y San Ambrosio.

De esta suerte, queda situado el Seminario en el que será su recinto insigne, en él se formarán sus más ilustres alumnos y vivirá sus años de mayor auge y protagonismo en la vida intelectual y cultural de la Isla.

El edificio barroco

El inmueble, como gran parte de las obras barrocas cubanas, no se destaca por la efusividad decorativa ni por la complejidad de sus diseños arquitectónicos, sino por una sobriedad majestuosa que decide, en ciertos componentes y zonas puntuales, complicar sus formas.

La entrada original del Colegio se encuentra en San Ignacio, en la puerta que actualmente cierra la calle Tejadillo. Una portada a modo de retablo, de tres niveles, con pilares y pilastras poligonales, y coronada con un hermoso cuadrifolio constituía el único elemento que resaltaba el exterior del edificio, con una composición delineada con belleza y elegancia, inspirada en las formas de la portada de la Universidad de Valladolid.

La fachada que hoy muestra su perfil al litoral se erigió en el siglo XX, en la década del cincuenta, imitando las formas curvas y barrocas del frente de la Catedral. Con ello se suprime la austeridad formal de la construcción primaria y se inventa una visualidad artificialmente barroca, en lo que a términos históricos se refiere, pero indudablemente impresionante y armónica con el edificio.

Al interior, un majestuoso claustro, con un patio antiguamente arbolado, mantiene la discreción decorativa del exterior, a la que se añade el ambiente místico y de sobrecogimiento que rodea el recinto.

En la planta baja, recias columnas de piedra sostienen todo el perímetro; en el segundo piso, una solución única en la arquitectura cubana de la época: columnas pareadas como sostén de la arcada, mientras que en el último nivel se recurre a la tradicional utilización de la madera, con pies derechos que soportan el techo de la galería.

A la izquierda de la entrada se halla la que solía ser la única escalera de acceso a la segunda planta, levantada con dura piedra de San Miguel, con altos peldaños y hermosa baranda de caoba. Una bóveda de cañón, acupulada en su centro, remata el espacio de ascensión, al final del cual una verja de madera limitaba el ingreso.

Las puertas, ventanas, balcones, barandas y toda la carpintería del Seminario resaltan por la sencillez, exquisitez y atractivo de su acabado, con sus balaustres de maderas preciosas, las puertas inmensas y sus maderos torneados.

La robustez de la piedra empleada, la mesura elegante de las formas, el despliegue decorativo en zonas puntuales, la solidez de las soluciones arquitectónicas y la excelencia del trabajo en madera destacan como algunos de los aspectos más importantes que convierten la edificación en una joya del arte colonial insular.

A la relevancia que alcanzó el Seminario como núcleo de formación de pensadores ilustres, se homologa la grandeza arquitectónica del edificio en el que residía, pues junto con la Catedral, esta obra constituye el conjunto más fastuoso del legado arquitectónico barroco del periodo colonial.