La cultura, entendida como manifestación de las acciones y los comportamientos humanos, tiene muchas expresiones y en el ámbito de la arquitectura y la producción de objetos encontramos un campo especialmente proclive a explorarlas.

Salvo en casos de miseria absoluta -abundantes y deplorables- la humanidad siempre ha encontrado en el hábitat y en los objetos de uso motivos para el desarrollo de aptitudes creativas, más allá de la estricta necesidad funcional. De este modo, el vasto campo de la cultura material se ha ido formalizando, a veces, destacando la masividad; otras, aligerando el volumen, poniendo de relieve la tectonicidad, desmaterializando la solidez y, siempre, cronometrando el tiempo mediante la manipulación de la luz natural. Pero, en cualquiera de estas formalizaciones, a pesar de la rigidez de los cánones históricos, muchos autores han manifestado interés en explorar los aspectos sugestivos del diseño para mejorar las cualidades del espacio y los objetos proyectados.

Después de casi un siglo de modernidad y cambio de paradigmas, en las últimas décadas han surgido en Japón unos arquitectos que juntando las conquistas del Movimiento Moderno y el misticismo oriental introducen una mirada nueva que rompe todos los esquemas conocidos de la arquitectura. Son arquitecturas que comparten la idea de que la forma exterior -abstracta y sin referentes- sea consecuencia directa de una conceptualización interior polifuncional, transformable y ligera como la cultura japonesa tradicional, de quien toman el espíritu.

Shinichi Ogawa, uno de estos arquitectos, en el sector residencial desarrolla obras de una gran delicadeza donde el vacío y la privacidad generan relaciones cerradas al entorno urbano degradado. Para ello, emplea grandes paramentos de vidrio translúcido que dejan pasar la luz. A través de patios integrados en la planta aísla el exterior poco atractivo sin renunciar a vivificar el interior con la contribución de las manifestaciones naturales: luz solar, vegetación, viento, cielo, lluvia y las sensaciones estacionales que llevan consigo. En cambio, cuando el entorno natural merece la pena, cambia radicalmente la estrategia de privacidad abriéndose al paisaje virgen con total libertad. El blanco impoluto de sus espacios neutros, el despojo material, el vacío interior…, hacen sentir algo oriental, a pesar de la ausencia de referentes.

Otro gran arquitecto, Toyo Ito, ha contribuido más que ningún otro a la extensión de esta arquitectura de los sentidos. Entusiasta de Le Corbusier y Gaudí, hace una arquitectura fluida que busca la disolución del mundo físico en el virtual con el fin de generar realidades distintas. Su arquitectura, conceptual e icónica, ha pasado por diversas fases evolutivas y formales en el camino emprendido hacia la desmaterialización. En todas, hay un gran interés por la innovación conceptual y la ligereza, manifestadas con el empleo de transparencias, translucideces y filtros. La implantación en el territorio, urbano o natural, resalta por su marcado protagonismo, sin pelear con él.

Pero, a mi entender, es Kazuyo Sejima, que con Ryue Nishizawa forma el estudio Sanaa, quien ha llevado los valores de la arquitectura japonesa a su máximo nivel de logro rupturista. Practicantes de una arquitectura transparente, ligera, sobria, neutra, radical y abstracta, que a menudo prescinde del muro para unir visualmente interior y exterior, estos arquitectos alcanzan un grado muy alto de fluidez y desmaterialización. Con ello logran volúmenes poco aparentes, proporcionados, elegantes, sorprendentes… Evitando referirse a la tradición, pero tomando las formas que sugiere el lugar, sus obras devienen absolutamente respetuosas y digeribles, a pesar de su rupturismo.

Sus edificios públicos, de enormes dimensiones, brotan literalmente del suelo pero, a su vez, adquieren expresiones que se confunden con la atmósfera del lugar, tal es el grado de comunión con el sitio de las texturas y materiales empleados. El New Museum de Nueva York, una superposición de volúmenes desplazados, es atmósfera solidificada; el Rolex Learning Center de Lausana, con vistas al lago Leman y a los Alpes, es una suave topografía edificada de 88.000 m2 que lleva al interior el relieve ondulado del terreno; el Glass Pavilion de Ohio, una planta construida totalmente en vidrio, propone experiencias desconcertantes en un ambiente suave donde los árboles del entorno se encargan de poner fin a la transparencia. Y, en La Casa entre ciruelos, construida en un pequeño solar de Tokio, es donde han desarrollado de una manera más categórica la traducción literal de un concepto en forma construida. Las formas del proyecto son pura consecuencia de las aspiraciones de los clientes (“un refugio para la mente rodeado de los cerezos existentes”), de los condicionantes físicos de la parcela y de cuestionarse la casa convencional. El resultado, una propuesta revolucionaria de vida llena de estímulos para los sentidos en medio del desorden urbano.

Toda esta arquitectura eleva el ánimo, refuerza la capacidad de sentir y estimula la inteligencia. Propone maneras que amablemente hacen olvidar los convencionalismos y su materialidad espiritual evoca valores esenciales.