Símbolo inequívoco de la modernidad e hito indiscutible del paisaje urbano, la Ciudad de las Artes constituye el principal icono arquitectónico de la Valencia del siglo XXI, su auténtica imagen de marca.

La obra que representa la mayor inversión pública de la Generalitat en las últimas décadas es concebida como un proyecto cultural global por el equipo de Joan Lerma, que se inspira en el Parque de La Villette y su Cité des sciences et de l’ industrie para su propuesta -Ciudad de la Ciencia y la Tecnología (CCT)-.

En la década de los ochenta el socialismo español, liderado por Felipe González, tiene siempre puesta su mirada en la Francia de François Mitterrand, y no cabe duda de que La Villette es una excelente referencia urbanística, de prestigio político y de grandeur.

Inaugurada en 1986, su construcción logra una importante regeneración de una de las áreas más degradadas del centro de París, convirtiéndose en el primer museo científico-tecnológico del mundo y en un magnífico instrumento pedagógico (las folies de Bernard Tschumi, las Discovery galleries,…) para la educación, el recreo y la fantasía de los más jóvenes.

Escenarios interactivos (L’Aile et L’Air, Baby hood, Aquaculture,…) permiten al espectador adentrarse en los secretos de la biología, la mecánica, la física, la astronomía,… y divertirse aprendiendo.

La parte más significativa y atractiva del complejo es la espectacular Geoda o bola mágica del arquitecto Adrien Fainsilber, una enorme esfera de 36 metros de diámetro y piel reflectante de acero inoxidable pulido, que acoge en su interior un cinematógrafo con pantalla hemisférica.

Decidido a tener su propia versión de tan ambicioso programa, el Consell encarga en 1991 su diseño a Santiago Calatrava Valls, quien lo formaliza en un cohesionado puzzle arquitectónico integrado por un Planetario, una Torre de Telecomunicaciones y un Museo de la Ciencia.

Situada en la ribera del antiguo cauce del río Turia, la CCT se organiza con total autonomía a partir de un eje estructurante interior definido por la espectacular Torre de 325 metros de altura, con la que Valencia fortalece su capitalidad mediterránea, pujando por ser la sede de la televisión europea -Euronews-, privilegio que finalmente se otorga a Lyon.

La modificación sustancial de aquel planteamiento inicial que en 1995, y con las obras muy avanzadas, protagonizaría el primer gobierno del Partido Popular en la Comunitat, explica algunos de los contrasentidos urbanísticos y funcionales de la actual Ciudad de las Artes y las Ciencias, nombre con el que se rebautiza la actuación.

De ahí el desencuentro con el Jardín del Turia, pese a que la edificación se asienta en la cota original del cauce. Calatrava se opone al concepto de jardín encauzado de Ricardo Bofill y propone devolver el protagonismo al río, de forma que el Museo se apoya en un inmenso podio-muelle abierto a un espectacular lago con el que el agua recupera su protagonismo en el lecho fluvial.

Pero, sobre todo, es la eliminación de la Torre de Telecomunicaciones, la pieza más importante y emblemática del primitivo macroproyecto, y su sustitución por la Ópera lo que supone, además de elevadísimos sobrecostes, una pérdida tipológica y nuevas disfunciones: configuración insularizada, déficits de accesibilidad, absurda construcción de nuevos pretiles seudohistóricos y de más puentes para cruzar una zona verde,…

La vulgaridad edificatoria de la trama y el skyline que lo circunda (sobredensificación, construcciones escalonadas,…) evidencia el fracaso de tan extraordinario equipamiento público como palanca del desarrollo y de la consolidación de tejidos de calidad, como en su día auspiciaran Viena -Ringstrasse-, París -Les Halles, Beaubourg,…-, Barcelona -Villa Olímpica-, Sevilla -Expo,…-, Bilbao -Guggenheim-,…

Por otro lado, al vaciarse el contenido tecnológico de la propuesta -Torre-, se primaría en exceso tanto su apariencia escenográfica y puramente visual como su papel lúdico, mediático y como lugar para el espectáculo, la publicidad y la promoción, en perjuicio de la solidez temática inicial. Aunque quizá, por ello, ha logrado convertirse en el principal centro de atracción turística de la capital.

Fuera de contexto e incapaz de adaptarse a una topografía de gran valor pero con unas dimensiones y una escala realmente grandiosas, la Ciudad de las Artes es hoy una colección colosal de grandes artefactos antropomórficos: l’Hemisfèric (1998), el Museo Príncipe Felipe y l’Umbracle (2000), el Palau de las Artes (2005) y l’Àgora (2009).

Tan sólo el sugerente formalismo de inspiración orgánica de Calatrava (estructuras-esqueleto, pieles-carcasa, naves, espejos de agua,…), su irreverente desmesura y su poética ensimismada, repetitiva pero ricamente plástica y expresiva (hormigón blanco, acero, trencadís, blanco y azul,…), definen esa nueva y grandiosa monumentalidad que caracteriza tanto la obra como el depurado vocabulario biomórfico del valenciano, al que tanto rédito icónico ha sacado.

El Teatro del Espacio -l’Hemisfèric-, flanqueado por dos grandes estanques rectangulares, alberga un espectacular cine hemisférico -proyecciones IMAX Dome, Láser Onniscan,…-, con capacidad para 300 personas. También aquí se cambia el proyecto inicial, de ahí que la esfera aparezca cubierta por una envolvente ovoidal -párpado mecánico- parcialmente retráctil como analogía del ojo de la Sabiduría.

El Museo de las Ciencias Príncipe Felipe, de planta rectangular con su lado mayor paralelo al cajero del río, se organiza mediante una imponente galería longitudinal acristalada, concebida como un gigantesco hall.

La desafiante osamenta, que asemeja un costillar, genera un ámbito de sobrecogedoras proporciones, de cuyo techo cuelga Calatrava un caza -Mirage-, un magnífico Péndulo de Foucault y una reproducción de la hélice del ADN. Pero, el contenedor es tan impactante y fotogénico que logra eclipsar por completo su contenido, pese a la valiosa colección permanente que muestra la evolución de la investigación científica y muchos de los secretos de la genética, el magnetismo, la radiación,…

Sin embargo, su ejecución pondría de manifiesto serias dificultades de climatización, insonorización y control lumínico, evidenciando las carencias medioambientales y en cuanto a la eficiencia energética de un complejo, al que habría que añadir importantes medidas de seguridad (escaleras de evacuación,…).

L’Umbracle, un paseo mirador que tampoco forma parte del primer proyecto, es inaugurado simultáneamente al Museo y constituye un espacio de filtro visual conformado por una secuencia de celosías blancas de veinte metros de altura, con que distanciarse del entorno.

Pero, sin duda, la pieza más espectacular es el Palau de les Arts Reina Sofía cuya doble piel, formada por gigantescas carcasas metálicas en voladizo, dota de una gran monumentalidad al conjunto, que se completa con l’Àgora, una descomunal plaza cubierta de 70 metros de altura.

El Palau recuerda aquellos yelmos semiesféricos blancos con que se cubrían los soldados imperiales de la Guerra de las Galaxias. Aunque esa gigantesca coraza-cresta-pluma metálica deja entrever imponentes terrazas y loggias ajardinadas, en cuyo interior se alberga una sala con capacidad para 1.700 espectadores y un anfiteatro para 1.500.

Una vez más, el sobrediseño y el constante desafío dimensional y escultórico convierten sus estructuras-esqueleto llevadas al límite en un fascinante alarde escenográfico, sin el que, quizás, la Ciudad de las Artes ni sería el paradigma y símbolo de la Valencia de los grandes eventos: America's Cup, Formula 1, Open de Tenis,…, ni gozaría de esa mágica capacidad para sorprender y emocionar.