La «casa de la cascada», construida entre 1936 y 1939, más conocida como Fallingwater, fue diseñada por el estadounidense Frank Lloyd Wright (1867-1959), estableciéndose como uno de los símbolos más importantes de la renovación arquitectónica del siglo XX. Además de tener un carácter totémico, esta edificación constituye la prueba principal del gran talento del arquitecto.

La casa de la madurez

Cuando Frank Lloyd Wright comienza a elaborar los planos de la Fallingwater, este es ya un arquitecto de renombre internacional. Nacido en Wisconsin en el seno de una familia rural, realiza sus estudios de arquitectura en su país, pero rápidamente se rebela contra la tradición existente: se niega a volver a la Escuela de Bellas Artes de París, unos estudios considerados entonces como obligatorios en la formación de todo futuro arquitecto, pues no tenía interés alguno en estudiar el clasicismo que tanto detestaba. De 1887 a 1893 trabaja en Chicago bajo la tutela del famoso arquitecto Louis H. Sullivan. A pesar del reducido número de personas que se adscriben a las ideas innovadoras de Sullivan, el joven Wright se empapa de ellas y desarrolla gracias a él su propia concepción de la arquitectura. No obstante, Wright no será un simple seguidor; su trabajo será complementario al de su maestro, hasta conseguir llevar a la práctica las teorías que Sullivan había plasmado en el papel.

Dentro de la carrera profesional de Wright, la construcción de Fallingwater tiene lugar después de dos períodos de creación arquitectónica. El primero es el de las prairie houses (en español, «casas de la pradera»), que se extiende aproximadamente desde principios de 1890 hasta 1909. Durante este período, Wright establece los principios que serán su seña de identidad durante toda su vida: el predominio del plano horizontal, el rechazo a la arquitectura «cuadrada» y la conciliación de arquitectura y medio ambiente. Además de edificios residenciales como Winslow House (River Forest, 1893) o Robie House (Chicago, 1906-1909), Wright también realiza el Larkin Building de Nueva York (1904) y el famoso Unity Temple en Oak Park (1906). Se trata de un período de gran éxito profesional para el arquitecto aunque, en 1909, Wright lo abandona todo – su familia, su casa y su taller- para ir a vivir a Europa con la mujer de un cliente. Existen teorías de lo más fantasioso acerca de su exilio, aunque Bruno Zevi expresa en uno de sus artículos que la teoría de N.K. Smith es la más plausible: Wright estaba cansado de la vida suburbana de Oak Park y, al sentirse asfixiado, había seguido su instinto y se había dado a la fuga. Es aquí cuando comienza su segundo período creativo, que se acompaña de múltiples persecuciones a causa de su precipitada huida. A menudo se le ha calificado de expresionista, pues en esta etapa se observa la elaboración de obras a través de las cuales Wright pone a prueba los materiales, como en los muros de cemento de La Miniatura (1923) en Pasadena, que fueron perforados con el objetivo de dejar entrar la luz en el interior.

Fallingwater: símbolo de la renovación de Wright

En los años 30, eran muchos los que pensaban que Wright pertenecía al pasado. Es justo en ese momento cuando debuta en la localidad de Bear Run (Pensilvania) con la construcción de una casa que se convertiría en un icono de la renovación arquitectónica del siglo XX. Esta casa, Fallingwater, responde a un encargo privado de la familia Kaufmann, que poseía en aquel momento una de las tiendas más grandes de Pittsburgh, llamada Kaufmann’s Department Store. Debido al gran aprecio de la familia por la calma de la montaña, esta decide encargar la construcción de una segunda residencia más cerca del bosque, pues se acababa de abrir una concurrida carretera cerca de su modesto chalet de entonces. Para ello, acuden a Frank Lloyd Wright. Con este edificio el arquitecto, que entonces tenía 70 años, muestra al mundo el alcance de su talento.

En el exterior, la casa sorprende por la variación de sus formas: no hay fachadas definidas, elevación simétrica o perspectivas jerárquicas, provocando así que los planos avancen de manera dinámica. Los cimientos han desaparecido y el edificio se encuentra construido en la misma cascada, que brota del nivel inferior. En un primer momento, este detalle no fue bien recibido por la familia Kaufmann, quienes disfrutaban de las vistas de la caída del agua. Pero la idea de Wright era formidable: en lugar de intentar únicamente integrarse en la naturaleza e instalar la casa enfrente, elige hacer un todo único y situarla en el corazón del paisaje. De esta manera, la vivienda integra tanto la cascada como las rocas de alrededor y, gracias a las ventanas acristaladas situadas en las esquinas, la naturaleza penetra en el interior, acabando así con la tradicional forma rectangular de las edificaciones. Esto constituye, sin duda, una verdadera adaptación al medio.

Arquitectura orgánica

La integración en la naturaleza que Wright lleva a cabo en esta casa muestra una concepción del espacio totalmente innovadora, que él explica de la siguiente manera: «La realidad de un edificio no reside en las cuatro paredes o en el tejado, sino que es inherente a su propio espacio» [1]. Así, cuando Wright rompe con la arquitectura «cuadrada» no solo altera su forma, sino también su utilidad. A pesar de toda voluntad de reconciliarse con el paisaje, todas las construcciones hasta el momento establecían una marcada diferencia entre el «exterior» y el «interior». Por ello, Fallingwater simboliza la abolición de cualquier frontera entre el edificio y el medio ambiente.

El edificio se despliega desde el interior, y por eso los planos de «la casa de la cascada» se proyectan en el vacío de esa manera: nace del centro de la vida (que se corresponde con la habitación principal que se abre al resto) y sigue un impulso que le empuja hacia el exterior. Así, podemos observar que en esta casa la tercera dimensión no se concibe de manera tradicional, siendo esto una particularidad de la arquitectura orgánica que caracteriza el trabajo de Wright. En uno de sus escritos, define así el elemento que fusiona este tipo de arquitectura con el espacio: “La arquitectura orgánica no concibe nunca la tercera dimensión bajo nociones de peso o meramente de grosor, sino bajo el concepto de profundidad […] una verdadera liberación de luz y vida dentro de las paredes […] el exterior que penetra en el interior» [2]. Esta noción de profundidad implica que el espacio debe permanecer vivo para que la arquitectura pueda desempeñar todas sus funciones. Si bien esto puede parecer evidente, se trata de un concepto tremendamente revolucionario.

Siguiendo esta perspectiva, la decoración de la casa no cuenta con florituras; la arquitectura orgánica no concuerda con el Art nouveau, sino más bien se sitúa en el bando contrario. Como afirma Edgar Kaufmann Jr. en su artículo [3], la decoración de los edificios de Wright actúa dentro del conjunto como un detalle sutil. Así, la decoración no parece estar ahí para embellecer, sino que forma parte de la continuidad del edificio de manera completamente natural. Además, en Fallingwater, los propios materiales sirven de decoración gracias a sus cualidades intrínsecas, como el caso del cemento que permite un acabado liso y homogéneo, o el uso de piedras, cuya superficie irregular provoca los juegos de luz. En cuanto al mobiliario, Wright lo concibe como un elemento inherente a la casa y, como afirma Edgar Kaufmann Jr., estudiar la decoración de este lugar de manera aislada no tiene sentido alguno pues, como elemento vivo, la casa constituye una unidad que no se puede despedazar.

Fallingwater, el emblema de una época nueva

Desde el primer momento en que comenzara a construirse, Fallingwater cautivó a la gente, aunque los medios se mostraron tanto elogiosos como condescendientes. La viabilidad de una arquitectura como esta se vio regularmente cuestionada, pero a medida que avanzaban las obras estas dudas se disiparon y se cumplió el pronóstico: este edificio constituiría un punto de inflexión en la historia de la arquitectura. En aquel entonces Estados Unidos se hallaba inmerso en la Gran Depresión, y Fallingwater representó la esperanza y la libertad para toda una generación. En 1937, Wright apareció en la portada de la famosa revista Time, acompañado de un dibujo original de la casa en segundo plano y, durante el transcurso del siglo XX, le llovieron los elogios. Finalmente, en 1991, Fallingwater fue elegida como la mejor construcción de todos los tiempos de la arquitectura estadounidense, la prueba definitiva, si es que hiciera falta, de su gran importancia y del extraordinario talento de su creador.

Texto original en francés escrito por Marine Chaudron
Traducción a cargo de Lorena Jiménez

[1] «The reality of a building is not in the four walls, the roof, but inhered in the space within». Frank Lloyd Wright, An Organic Architecture, Londres, 1939, p. 3.
[2] «Organic architecture sees the third dimension never as weight or mere thickness but always as depth […] a true liberation of light and life within walls […] the outside coming in». Frank Lloyd Wright, “A Testament,” en Writings and Buildings, p. 236, eds. Kaufmann and Raeburn.
[3] Edgar Kaufmann, Jr., «Frank Lloyd Wright: Plasticity, Continuity and Ornament» en Journal of the Society of Architectural Historians, vol. 37, no. 1 (marzo de 1978), pp. 34-39.

Fuentes consultadas:
Merfyn Davies, «The Embodiment of the Concept of Organic Expression: Frank Lloyd Wright», Architectural History, vol. 25 (1982), pp. 120-130+166-168.
Edgar Kaufmann, Jr., «Frank Lloyd Wright: Plasticity, Continuity, and Ornament», Journal of the Society of Architectural Historians, vol. 37, no. 1 (marzo de 1978), pp. 34-39.
Gail Satler, «The Architecture of Frank Lloyd Wright: A Global View», Journal of Architectural Education (1984-), vol. 53, no. 1 (septiembre de 1999), pp. 15-24.
Bruno Zevi, « Frank Lloyd Wright », Encyclopædia Universalis [en línea], consultado el 8 de diciembre de 2014.