Contradiciendo un poco el discurso dominante, hemos de cambiar una opinión que atribuye la responsabilidad principal sobre la mediocridad de los proyectos a una actitud vulgar del cliente. Nada de eso. Tengo el convencimiento de que los verdaderos responsables, salvo escasas y meritorias excepciones, son los medios de difusión y los interioristas. El cliente, ciertamente engorroso a veces, es el inocente que hace aquello que ve hacer mayoritariamente, que fuerza a hacer lo que dice la propaganda establecida o que acata lo que le plantea un interiorista que, muchas veces, actúa contaminado por esta misma propaganda, sin ningún espíritu innovador.

A pesar de las dificultades actuales –competencia y pocos encargos- sorprende no encontrar niveles más altos de verdadera experimentación y una voluntad de “decir”, en los profesionales. En el mundo del diseño de interiores la auténtica actitud creativa siempre ha sido la invención, un “decir” nuevo constante en lugar de “seguir” o, peor aún, “obedecer” tendencias. No saldremos de este embrollo mientras creamos, como hacen la mayoría de los medios, incluso los que se dirigen a los profesionales, que una trivialidad espectacular es más importante que el fruto de un esfuerzo inteligente que sabe encontrar el tono adecuado en el tratamiento de una realidad a resolver.

Entre los estereotipos culturales establecidos y la trivialidad provocadora existe un sinfín de oportunidades para reformular el diseño a favor del usuario. Entre la corrección política –a menudo ridícula– y la originalidad vacía de contenido existen muchas ocasiones para la fusión de los valores permanentes con los modos de vida actuales, empeño, este último, muy superior a la simple aplicación de tendencias o a las salidas de tono.

Son los profesionales discretos y experimentados y las publicaciones sobrias e inteligentes, los que nos sacarán del enquistamiento actual –conservador o pseudoprogresista- buscando hacerlo bien antes que cualquier otra cosa. No nos confundamos, si existe una actitud desconfiada hacia el interiorismo y una ignorancia que aborta los proyectos no lo hemos de atribuir al cliente. Aceptemos nuestra responsabilidad y aprendamos a persuadir honestamente. Cuando los beneficios colectivos de esta actitud aumenten significativamente, cambiará la percepción y lo que antes eran temores y oposición al proyecto se convertirá en entusiasmo.

La práctica nos muestra a menudo incongruencias derivadas de actitudes inmovilistas que determinan resultados funcionales equivocados por querer mantener las formas del pasado. Hoy, por poner solo un ejemplo, la crisis ha propiciado la aparición de los proyectos “low cost”. Se trata de conseguir viviendas más asequibles sin renunciar a lo esencial, low cost no significa, o no ha de significar, pasar el rastrillo a una vivienda convencional proyectada sin privaciones y suprimirle algunas prestaciones. Low cost significa, o ha de significar, un cambio de mentalidad, una oportunidad para cambiar los paradigmas que hay sobre la idea de habitar y, con imaginación y actitud mental abierta, conseguir más con menos, descubrir nuevas experiencias de vida y optimizar el coste.

Conviene dar una adecuada traducción a la petición low cost y no la encontraremos en los clichés convencionales que perpetúan el gesto moderno dictado por la propaganda comercial. Conviene una mirada desinhibida que haga evolucionar la tradición, si es necesario rompiéndola. La actitud contemporánea busca en la obscuridad y se ilumina con las aportaciones positivas –tengan la edad que tengan- de las cuales la contemporaneidad se siente una humilde continuadora.