Una intervención de diseño interior representa siempre, por poco que incida sobre los elementos que configuran el espacio, una alteración de sus componentes. Es una acción que generalmente cambia la atmósfera ambiental que había antes de la intervención. Por eso, es importante el conocimiento, lo más amplio posible, de las características históricas, constructivas, ambientales, etc., del lugar, con el fin de evitar las actuaciones impropias.

A partir del análisis de estas características, aplicado al programa que el proyecto debe resolver, empieza la elaboración de conceptos que tendrán que relacionarse con el espacio, integrándose o afirmando su carácter diferenciado. Cuando se trabaja en un edificio de una cierta antigüedad es importante acertar en su conocimiento desde todos los puntos de vista, para actuar en consecuencia y evitar de hacer una intervención banal.

El proyecto siempre tiene que aspirar a tener un contenido cultural y eso empieza por hacer una adecuada interpretación del lugar, con un conocimiento a fondo de las características de espacio. Dicho esto, es necesario advertir que tampoco conviene propiciar soluciones miméticas. A veces lo antiguo se asocia, sin ningún espíritu crítico, al valor, a lo bueno, pero lo antiguo se debe respetar, no necesariamente imitar. Es más, una vez aceptado el mérito que el tiempo le ha conferido, es bueno que se averigüen sus cualidades intrínsecas y no llevarlas más allá de lo que es pertinente.

No hay nada tan lamentable como la distancia entre las posibilidades que ofrecen los tiempos –las nuevas tecnologías, los hábitos de vida conseguidos con los cambios de mentalidad- y el uso deficiente que de ellos se hace. Es frecuente que la cómoda veneración de unos referentes instalados en el subconsciente colectivo retrase la implantación de soluciones surgidas de un buen proyecto, pensado en libertad, con el ánimo de aportar mejoras reales de calidad de vida. Resulta frustrante.

Si sumáramos el esfuerzo malbaratado, convertido en desánimo y finalmente en frustración –que lleva al abandono- de tantos jóvenes profesionales, responsables, que sufren la más brutal desconsideración hacia su trabajo por culpa de los valores inmaduros de sus clientes, tendríamos un potencial incalculable que llevaría la situación actual a niveles mucho más elevados de eficacia. Clásico, rústico, cálido, confortable, tradición...obedeciendo clichés retrógrados, son algunas de las palabras que dificultan la evolución, olvidando que rústico, cálido y confortable, puede serlo cualquier buen proyecto que se lo proponga, puesto que son conceptos reinterpretables, que tradición es también constante renovación y que a clásico, a veces, se llega, no es una elección. Y, mientras, entretenidos en la quincalla, se pierden un sinfín de oportunidades que proporcionarían a los usuarios aquello que no sabían que deseaban, si confiaran más en los profesionales responsables.

Una intervención de remodelación interior se ha de plantear desde el compromiso con la creatividad, entendiéndola como el resultado de un proceso que ha de conducir a la solución satisfactoria de los condicionantes de índole funcional, técnico y normativo, al tiempo que se toman las decisiones estéticas. Trabajar a partir de aquello que ya existe da una oportunidad excelente para establecer diálogos entre las preexistencias y un diseño contemporáneo y, esto, resulta enriquecedor, excitante. Solo hay que evitar las confrontaciones plásticas a la hora de formular las nuevas incorporaciones que, añadidas coherentemente, mostrarán la evolución del espacio que los signos de los tiempos han propiciado.

Otro factor que hay que tener presente, porque siempre se entromete, es la necesidad de cotidianidad que mucha gente siente como algo imprescindible. Son imágenes, ilusiones, recuerdos, asociados al hábitat anterior o al idealizado, de los cuales resulta difícil desprenderse. Cosas difíciles de explicar, ligadas al calor de hogar, que, introducidas caprichosamente, van contra la coherencia del proyecto. Las casas de un cierto sabor, las situadas en medios rurales o que exhiben algún elemento antiguo son candidatas perfectas a despertar estas nostalgias. Es complicado tratar de racionalizarlo porque pasan por encima de cualquier argumentación, pese a la recomendación del diseñador. El cliente lo siente como algo vital, y se llega al paroxismo de buscar sucedáneos e imitaciones que reproduzcan aquella ilusión de cualquier manera. Es decir, la necesidad de cotidianidad - el mejor término que se me ocurre para designar estos sentimientos - se conforma con imitaciones e imposturas que recuerden la preexistencia, sin ningún espíritu crítico.

Hay que tener habilidad y evitar que los condicionantes poco relevantes tomen la iniciativa al autor y desvíen el proyecto hacia soluciones poco conseguidas. Un recurso fácil, cuando esto sucede, consiste en buscar algún elemento impactante, un efecto fácil, a veces basado en una aplicación técnica o decorativa inconsistente. Es un recurso que siempre debería desestimarse. El buen proyecto, considerando la percepción del cliente, trabaja desde la objetividad, sin determinismos previos, intentando ligar todas las circunstancias y mirando hacia el futuro, si puede ser avanzándose a él.