Nací en Ibiza mirando el mar. Ese día, el sol derramaba sobre las blancas casas encaladas su luz cobriza de junio. En el cielo, dos gaviotas traviesas me miraban ufanas mientras cruzaban el Mediterráneo rumbo a Barcelona, ciudad donde curiosamente vivo en la actualidad. Recuerdo que el día que empecé a andar fue apoyado en un lápiz, un enorme lápiz de madera roída que dibujaba sin cesar garabatos multiformes de colores indefinidos. Desde ese momento la pasión por el dibujo, como una pátina envolvente, se adueñó de mí, ayudándome a entender un poco más todo lo que me rodeaba. Hace ya muchos años que convive conmigo, pero la potencia con la que me impulsa a emprender nuevos retos artísticos, sigue estremeciéndome de la misma manera. Quizá esta pasión algún día decida abandonarme, no lo sé, pero hasta que llegue ese día seguiré dibujando, abrazado a ella, con la misma ilusión de aquel niño que ahora sigue mirando el mar, en algún lugar de la memoria.”

[Soy una persona normal y corriente. No tengo hobbies ni mascotas. Prefiero hacer que hablar. No me gusta el tomate. Soy disléxico. Como, luego existo.]

Para mí, lo más importante es el concepto que quiero transmitir. El contenido está por encima de la forma. Como el corredor de fondo, cuyo fin es la meta, a la que nunca podrá llegar sin buen entrenamiento, creo que la Meta es el Concepto y el entrenamiento, la Técnica. Por otro lado, para conseguir expresar y comunicar visualmente lo que quiero, utilizo en cada caso (conociendo mis limitaciones) la técnica que puede ayudarme a expresar de la mejor manera posible lo que quiero comunicar. Suelo trabajar con acuarela, lápiz, carbón, tinta, lápiz de color, gouache, acrílico, collage, técnicas mixtas, etc. Combino el ordenador con las otras técnicas manuales, pero en muchas ocasiones se convierte en una herramienta con la que hago acabados finales (detalles y elementos pequeños).

No tengo preferencia por ninguna técnica en especial. Mi manera de trabajar ha sido siempre la misma desde que empecé a dibujar. De hecho, creo que se podría decir que realmente todos los dibujos que he realizado en la vida forman parte de un único gran dibujo que va mutando con el paso del tiempo. Siempre estoy en constante cambio e investigación, cosa que por otro lado, no puedo remediar. Si me encierro mucho tiempo en un estilo concreto empiezo a notar que me pierdo cosas que necesito probar. El lado negativo de este constante cambio estilístico es que nunca puedo profundizar en un estilo concreto. En cambio, es que puedo disfrutar de una frescura plástica que de otra forma sería difícil conseguir. Ello me genera cierto estrés emocional que hace que viva siempre mirando el papel en blanco y preguntándome qué va a ocurrir más tarde, cuál será el resultado final; pero por otro lado me divierte, me excita, y hace que me sienta vivo. Cuando un ilustrador empieza su carrera, suele buscar en su interior su propio estilo. Al encontrarlo, lo evoluciona durante muchos años (o durante toda su vida) y esa marca gráfica es la que le define y le da personalidad y singularidad. Eso creo que es muy bueno por varios motivos: primero porque te hace único, distinto y sobre todo más reconocible, más visible. Pero, por lo que explicaba antes, en mi caso, mi figura como autor queda más diluida. Mi esquizofrenia estilística hace que mi trabajo sea menos reconocible ante el público en general. Soy consciente de ello y la verdad es que no me importa, incluso prefiero el anonimato. Mi única pretensión es seguir investigando y disfrutando de mi trabajo durante muchos años y hasta la fecha ese deseo se está cumpliendo.

Soy muy observador: intento analizar todas las cosas y aprender su funcionamiento (y esto también vale para las personas); si entiendo cómo está construida una bicicleta podré dibujarla mucho mejor. También soy muy autocrítico durante mi proceso de trabajo. Es necesario saber dónde está el error para poder corregirlo. Pienso que, cuantos más críticos seamos con nosotros mismos, más avanzaremos en nuestro propio proceso creativo.

Como artista, cada ámbito tiene sus aspectos positivos y negativos, por ejemplo, la ilustración para prensa proporciona frescura, libertad de creación –excepto cuando te topas con la censura-, actualidad temática y una gran difusión del trabajo del ilustrador. Sin embargo, las prisas son tremendas y los presupuestos bajos, con lo que no está muy bien remunerado.

Los publicistas suelen tener la mente muy abierta, y en el mundo de la ilustración para publicidad encuentras grandes retos y te relacionas con otros profesionales de sectores afines, como fotógrafos, directores de arte, copywriters... Como contrapartida, siempre hay prisas (otra vez) y te puedes encontrar trabajando fines de semana o a horas intempestivas.

En el universo editorial, aparte de que en general hay más tiempo, me encanta el valor cultural y social del libro y también la posibilidad de crear una historia desde cero y poder desarrollarla gráficamente. Dar vida plásticamente a personajes e historias escritas e imaginadas por otro autor tiene mucho de mágico. Por desgracia, a menudo prevalecen una mentalidad tristemente conservadora y una cierta moral paternalista en este sector y, teniendo en cuenta que se trata de los proyectos más complejos, no suele compensar económicamente.

No tengo hijos, aunque me encanta ilustrar libros para niños. Al trabajar, intento penetrar en su universo mediante el proceso creativo, y de esta forma, entenderles mejor y de paso entenderme mejor a mí mismo. A menudo, yo y mi compañera también ilustradora, residimos en otras ciudades durante un periodo de tiempo, para vivir nuevas experiencias creativas en lugares distintos y observarnos a nosotros mismos en otras situaciones y desde otro punto de vista. Aunque parezca contradictorio, suelen ser espacios de tiempo muy introspectivos. Por tanto, en realidad el viaje auténtico es hacia dentro, más que hacia fuera.

Para mí la experiencia máxima es poder tener un periodo de tiempo que me permita buscar, entre esa maraña de telarañas formada por la rutina diaria que nos adormece, nuestro lado más canalla y atrevido, que es sin duda el mejor motor que poseemos para crear. La mojigatería siempre vive en las personas adultas, por eso pretendo que los adultos que leen mis libros sean durante unos minutos un poco más niños, o sea más libres. Los adultos solemos ser aburridos, demasiado "sabiondos", y no comprendemos nada que no sea racional. Los niños entienden muchas más cosas porque aplican un sistema de valores que tiene más criterio. Sus valores nacen del instinto, los nuestros del miedo.