“El éxito comercial es un fracaso para un grafitero", así respondía Banksy (el artista callejero más célebre del mundo) a un medio neoyorkino hace un año. Palabras que suenan lejanas cuando varias galerías de arte, subastan sus obras por cantidades millonarias, la última será en diciembre con un precio de salida de 750.000 dólares.

Ese quizá es el punto divergente de Banksy con su homólogo ruso P183 (que siempre rechazó cualquier similitud). Dos artistas antisitema, dos conceptos diferentes de plasmar la realidad, dos personalidades diferentes pero aun así tan enigmáticas y tan necesarias.

De Banksy se sabía poco hasta el documental 'Exit Through the Gift Shop', nominado al Oscar. Pero ¿Y de P183?

De la misma manera que irrumpió en el escenario del arte callejero, P183 puso punto y final a su andadura que no a su arte en abril del 2013. Nadie sabe por qué o qué le llevo a tal extremo. Su obra y su leyenda quedarán inmortalizadas en las calles moscovitas.

Era la personificación del misterio. El hombre sin rostro, el pincel callejero de guante blanco que violaba muros, vagones, contenedores, edificios abandonados y antiguas muestras del esplendor soviético. Es decir el hombre que con su grafiti ponía un punto de color a la Rusia gris.

Su paso quedaba inmortalizado como también lo es su nombre y su leyenda. La muerte daba paso al mito P183.

Era la sonrisa irreverente del arte ruso, este arte que no se puede encerrar en un lienzo. Para qué si el país es en sí un gran fondo para crear. La calle siempre fue su mejor galería, confesaba el artista a los medios de comunicación, los pocos que consiguieron acercarse al huidizo personaje.

14 años de arte brutal, vandálico para muchos, plasmado a golpe de aerosol. Obras bastardas nacidas del pecado porque en Rusia esta actividad es ilegal. Un estigma que el autor compartió con otros grandes genios también perseguidos e incomprendidos que eclosionaron su esencia en el lugar y momento inadecuados.

P183 era un artista callejero a diferencia de lo que muchos piensan, sobre todo las autoridades, no es aquel que pintaba en las calles. Sino el que denunciaba en sus obras la realidad social que le rodeaba.

La clandestinidad le hacía invisible y a la vez mordaz, rasgos malditos en un país que trata de imponer una línea férrea contra cualquier posible elemento disonante que pueda hacer temblar los muros del Kremlin. Mientras la sociedad rusa ya tenía a su héroe, el Gobierno y los servicios de seguridad tenían una sombra a la que perseguir, el equilibrio de fuerzas era posible.

Eran tiempos convulsos en el país, los movimientos contra el poder iban adquiriendo notoriedad y unificación a través de Internet que llegaron a su cénit a finales del 2011. La masa que protestaba contra la figura de Vladímir Putin, tenía a P183 como su caballero andante, su Quijote a la rusa. Alguien que transgredía cualquier ley terrenal.

Ejemplo de esa disidencia fue los antidisturbios pintados en la estación del metro moscovita de Krásne Vorota, cuyas puertas eran los escudos de la policía. Ya pueden imaginar la impresión que producía el paso de la masa por las mismas. Acciones como esta fueron por las que se ganó la comparación con el célebre grafitero británico, Banksy, algo que siempre rechazó.

Pero este superhéroe era el alter ego de Pável Pújov, un joven de 29 años que trabajaba de diseñador. El cómic se hacía realidad, de día una persona introvertida que con la noche daba paso a ése Mr. Hyde del arte, bajo el seudónimo de P183.

Su fama se había extendido por todo el mundo, su leyenda y su misterio crecían a la par que menguaba su identidad y la forma de saber quién y porqué. Dudas que quedan sin respuesta, como huérfanos los muros de Moscú porque el genio del aerosol tenía guardada aún una sorpresa más, su obra maestra. Su muerte.

Tal como apareció se desvaneció. Las autoridades dicen que el Pável humano murió el pasado 1 de abril de 2013, cuando los rusos celebran su “día de santos inocentes”. El artista callejero que firmaba sus obras bajo el inexplicable P183 permanece en los rincones sombríos y descarados de Moscú y quién sabe si para siempre.