Volviendo de un viaje por Cetinje y por el parque nacional de Lovcen, que duró unas 5 horas, me encuentro con la noticia de que estamos invitados a una recepción para inaugurar la exposición de David Hamilton en el mundano “Porto Montenegro”, un atracadero de yates de lujo con hoteles como el Regent, donde llegan y se hospedan las celebridades del momento. El ambiente del resort y el puerto están en contradicción con la ciudad que lo circunda. Uno es moderno, habiente y despreocupado, el otro representa la vida de la mayoría de las personas en Montenegro. Pero así es la vida y el mundo, lleno de contrastes y la riqueza es la otra cara de la pobreza. Pero en este lugar uno se siente en otro mundo y país. Por otro lado, estamos entrando lentamente en el mundo de David Hamilton. La guía que nos acompaña nos cuenta que Jack Nicholson está comprando un apartamento en el resort y después nos nombra una serie de otras personas, que uno debería conocer y admirar. Pero mi atención está ya fija en las fotografías de David Hamilton y en lo que podremos encontrar en la muestra, que estará abierta al público desde el primero de agosto hasta el último día del mes.

El evento tiene lugar en el museo náutico, que al exterior expone dos viejos submarinos de guerra soviéticos para mostrarnos, que los tiempos son otros y que el pasado es el pasado. El edificio del museo náutico es de dos pisos y la exposición tiene lugar en el segundo. Al ingreso, nos reciben con una bebida y un sombrero de panamá hecho en China. El lugar está lleno de personas y entre ellos, obviamente, muchos fotógrafos. Tomo un jugo de naranja con hielo y entro.

Me separo rápidamente del grupo e Inicio a observar las fotografías y a recordarme del estilo característico de David Hamilton: muchachas desnudas, jóvenes bailarinas de ballet semidesnudas, dos jóvenes extendidas con la espalda hacia arriba y con la mitad del cuerpo bajo el agua que hace que las líneas de sus cuerpos cambien ligeramente con el prisma, evidenciando que la realidad y la percepción no son la misma cosa. Paso a una fotografía preciosa de Venecia, que muestra una fila de góndolas que se pierden en la niebla. Esta fotografía es usada en la portada del catálogo y da la impresión, a primera vista, de ser en blanco y negro, pero al fondo se observan algunos tenues colores. Pienso sin decirlo que el fotógrafo juega con nosotros y nos sorprende con detalles. Me detengo a observar una foto de una mujer en la playa vestida de blanco y pienso inmediatamente en Krøyer, el famoso pintor danés del grupo de Skagen. Después, descubro una foto que me hace pensar en Degas y otra en Monet y percibo, sin lugar a dudas, que David Hamilton se ha dejado influenciar fuertemente por los impresionistas. Otro detalle es el uso frecuente de una técnica donde el objeto de la foto está ligeramente desenfocado para dejar espacio a los colores y hacer que estos definan la imagen. Esto se consigue con una exposición rápida, que también da la idea de movimiento. Un truco digno de los mejores impresionistas y pienso en los girasoles de Van Gogh.

Otra foto muy conocida es la del rosto de una muchacha con los cabellos al viento. El rostro es claro y nítido, mostrado una belleza y quietud casi angelical, pero los cabellos dan la sensación de movimiento. Un efecto técnico digno de los grandes fotógrafos. La esencia de cada foto está en los detalles y hay que descubrirlos y el esfuerzo en hacerlo nos enseña a observar. Los presentes se mueven lentamente por el espacio abierto, hablan entre ellos, se saludan y el grupo más numeroso se encuentra en el balcón, deleitándose con una noche de luna llena. La exposición cuenta con unas 150 fotografías y muchas de ellas están en venta. Algunas con un tiraje de 5 copias y otras de 15 copias.

Mientras caminaba entre los presentes, descubro a David Hamilton, vestido elegantemente con una chaqueta de color azul claro, que hace juego con sus ojos vivaces, pantalones blancos, camisa blanca y un gorro de marinero deportivo, que le da el aire de ser uno de los tantos propietarios de los lujosos yates que había visto en el puerto. David Haminton tiene ya unos 83 años, pero se conserva bien. Lo sigue un grupo de fotógrafos y periodistas. Me acerco y le pregunto si puedo hacerle una pregunta. Me mira sonriendo y responde: "naturalmente". Le devuelvo la sonrisa y le digo si me podría nombrar algunos de los pintores que lo han inspirado. Me observa y me dice "muchos de ellos y en particular los impresionistas franceses". Le muestro en el catálogo las fotos que me han gustado más y comenta, nuevamente sonriendo, que tengo buen gusto. Reímos y me doy cuenta que nuestra conversación estaba siendo filmada. Para salir del impase, le pido que me haga un autógrafo en el catálogo. Acepta y firma mientras la cámara enfoca el catalogo y nos saludamos. Escucho al darme vueltas que continúa hablando en francés perfectamente y me imagino que vive en el sur de Francia como muchos ingleses.

Unos minutos después de la conversación, me preguntan si quiero participar en la fiesta, pero explico que tenemos que volver a Budva y el motivo es que en ese momento solo quería pensar y recorrer mentalmente todos lo que había visto y sentido. Dejamos el museo náutico y vuelvo a las fotografías y la relación estrecha entre fotografía y pintura. Me digo en voz baja: ambas son técnicas para definir el espacio con la luz y darle forma y sentido a las cosas, desde una perspectiva completamente nueva. Después, caminado hacia el coche, pienso en el “chiaro-oscuro” que he percibido en algunas de las fotografías en blanco y negro y me digo: David Hamilton en un pintor, que en vez del pincel, tela y tintas usa hábilmente la cámara fotográfica para transportarnos a una realidad que quizás sea más real, pero que también tiene la forma de un sueño.