El MNA ha puesto en marcha a lo largo de 2015 una de las ideas vertebrales de su nuevo plan estratégico y del programa. El museo como centro de referencia intercultural que, en el marco del plan Museos + Sociales, la Secretaría de Estado de Cultura le ha encomendado liderar junto al Museo de América: desarrollar ciclos temáticos anuales en torno a las culturas de una determinada área geográfica con el fin de ofrecer, a través de un variado menú de exposiciones, iniciativas, acciones y actividades culturales destinadas a distintos tipos de público e intereses, una visión panorámica y lo más completa posible de la riqueza de las sociedades llamadas a protagonizar cada entrega de estos ciclos. Para seleccionar las culturas que van a ser objeto de atención de las primeras ediciones, el museo además ha dado prioridad a las regiones de procedencia de los más numerosos grupos de migrantes asentados en nuestro país durante las dos últimas décadas, para así mostrar a la sociedad de acogida tanto el enorme valor de sus raíces culturales y lo mucho que pueden aportarle estos nuevos vecinos como que en el fondo se trata de personas con las mismas inquietudes y necesidades que nosotros; ayudar así a eliminar barreras para la aceptación y la integración; y ofrecer también a esas comunidades la oportunidad de dar a conocer y reivindicar sus señas de identidad, sus costumbres y sus problemáticas sociales.

El primer ciclo, por tanto, no podía estar dedicado a otras sociedades que no fueran las que viven al abrigo de los Andes, por ello, bajo el título genérico de Fiesta de las culturas andinas, desde febrero se han sucedido en el museo representaciones del carnaval peruano , conferencias sobre fenómenos culturales y sociales en Bolivia y Perú, conciertos de música sudamericana con raíces, una exposición como Martín Chambi PERÚ Castro Prieto y diferentes talleres para público familiar en torno a la obra del fotógrafo quechua; y hasta marzo de 2016, aún tendremos oportunidad de disfrutar de una exposición sobre los carnavales en el norte de Chile, de un cineforum con películas sobre la migración y los movimientos indígenas en Ecuador y de más talleres para familias y otros públicos, entre otras muchas actividades.

Por otro lado, junto a la Embajada de Ecuador en España, con el propósito de hacer visible la presencia de los grupos migrantes ecuatorianos a través de sus prácticas y concepciones culturales diversas, hemos llevado a cabo durante el mes de junio dos mesas redondas – una sobre migración e identidad en Ecuador, y otra basada en la cosmovisión y la significación del Inti Raymi o Año Nuevo Indígena del Hemisferio Sur-, y en noviembre verá la luz una exposición producto de una experiencia novedosa con la participación migrantes ecuatorianos que hemos bautizado Personas que migran, objetos que migran.

Pero ahora llegamos al punto más alto de todo el ciclo, a la clave de bóveda de todo el programa, gracias a la inauguración de Tigua: arte desde el centro del mundo, un proyecto en que el equipo del MNA, la Embajada de Ecuador en España y los colaboradores han puesto todo su esfuerzo y cariño para que pudiera ver la luz y que por fin, tras dos años de perseverancia, y superadas todas las dificultades presupuestarias, se hace realidad. Es por eso un gran acontecimiento para el museo, un momento de celebración, como subrayarán algunas de las sorpresas programadas para el estreno la tarde del día 30 de septiembre, y nos transmitirán durante más de tres meses las obras de los artistas tiguanos, todo un canto a la vida y a la simbiosis con la naturaleza…

Unas obras que, a partir del 1 de octubre, en la que constituye la primera exposición de arte de Tigua llevada a cabo en España, representarán un gran descubrimiento para el público del museo, cautivado por su riqueza cromática y su fuerza expresiva.

Desde el centro del mundo

El arte de Tigua surge en la década de 1970, en las comunidades kichwa de la región de Tigua, en la provincia ecuatoriana de Cotopaxi, muy cerca de la línea del ecuador y en una de las regiones habitadas más elevadas del mundo.

Olga Fisch, coleccionista y marchante húngara, al admirar las pinturas que decoraban los tambores empleados por estas comunidades en la fiesta del Corpus Christi, propone a los futuros pintores emplear los mismos motivos en un nuevo formato: la pintura de caballete. El material utilizado seguía siendo el mismo, ya que la piel de borrego de los tambores se empleó como soporte en los cuadros. Los temas representados con mayor frecuencia son las fiestas religiosas, las actividades cotidianas tradicionales y el ciclo vital, pero también encontramos Tambor en proceso de creación con decoración de danzante. Temáticas más reivindicativas, como los levantamientos indígenas. En definitiva, son obras en las que aparecen reflejadas la cultura y cosmovisión kichwas, y su tradicional modo de vida.

Las actividades cotidianas tradicionales ocupan un lugar importante en la pintura Tigua, ya sea como tema principal o como complemento de otras escenas. Se representan actividades agrícolas, ganaderas, artesanales y comerciales. La mayoría de la gente de la zona se dedica a la agricultura de subsistencia, vendiendo en el mercado el exiguo excedente. Cultivan distintas variedades de papa, habas, cebollas, quinua, altramuces y cebada.

La cosecha suele aparecer en forma de minga, un sistema tradicional de solidaridad mediante el cual familiares y amigos ofrecen su trabajo para ayudar a alguien a construir una vivienda o en las tareas agrícolas. También crían ovejas, llamas y cuyes –conejillos de Indias–. Las ovejas y las llamas son llevadas a pastar a primera hora de la mañana. Todos los miembros de la familia, incluidos los niños, ayudan con las tareas agrícolas y ganaderas.

Otro de los temas principales de este arte es la religión, que en Tigua, al igual que ocurre en el resto del área andina, mezcla raíces prehispánicas y católicas. Algunos de los cultos que aparecen representados en las pinturas son la veneración a la Pachamana –la Madre Tierra– o a las montañas y cerros –urku– y otros elementos de la naturaleza. Las montañas controlan la lluvia y, por tanto, al tratarse de comunidades agrícolas, la fertilidad de los campos y la prosperidad de las gentes. El cerro de Amina, que aparece en muchos de los cuadros, es sagrado para los habitantes de la zona, en los periodos de sequía, especialmente entre junio y octubre, realizan una ceremonia en la cima para pedir la esperada lluvia. Las montañas aparecen pintadas con rostros humanos en algunas obras, expresando así la cosmovisión kichwa, donde son seres vivos.

El cóndor –kuntur– es un ave muy importante en el imaginario andino, hace de intermediario entre la gente, los ancestros y la Pachamama. A pesar de que en los alrededores de Tigua el cóndor es una especie en vías de extinción y no se ven ejemplares desde hace tiempo, los pintores lo representan frecuentemente, especialmente en la leyenda del cóndor enamorado, que suele aparecer en la parte superior de las pinturas. En esta leyenda, el cóndor se disfraza de un apuesto joven y seduce a una mujer a la que se lleva volando a su hogar en el volcán Quilotoa. También encontramos leyendas en las que los supay –demonios– son los protagonistas.

Algunas de las enfermedades tienen un origen sobrenatural. Para tratarlas, la figura del chamán o yachac es fundamental. Yachac en lengua kichwa significa “el que sabe”. Entre los indígenas de la sierra, son muy famosos los chamanes tsáchilas, que habitan en la región de la costa. A los tsáchilas, se les llama también colorados por su peinado con achiote –un pigmento rojo de origen vegetal.

Un arte que es una fiesta

Pero el tema estrella de la pintura Tigua son las fiestas religiosas, especialmente la del Corpus Christi. Esta fiesta se encuentra en el origen del arte Tigua, con las decoraciones pintadas de los tambores.

Se celebra normalmente en el mes de junio, ya que depende de la fecha de Semana Santa, tiene lugar 60 días después del Domingo de Resurrección. Los personajes principales de las fiestas del Corpus son los danzantes, ataviados con unos espectaculares trajes y tocados, que danzan al ritmo que le marcan el tambor y el pingullo, un tipo de flauta. Al igual que otras fiestas como San Juan, Corpus Christi coincide aproximadamente con el solsticio de verano, con las fiestas de la cosecha prehispánicas y el Inti Raymi, la Fiesta del Sol de los incas. Y es que para poder seguir practicando su religión los pueblos originarios andinos fundieron los ritos prehispánicos con las fiestas católicas, siendo por tanto las fiestas una forma de resistencia indígena que sirve para reforzar la identidad cultural.

Los personajes enmascarados y disfrazados son habituales en muchas de ellas – especialmente en Noche Buena y Tres Reyes (Reyes Magos)–. Los más comunes son los que llevan máscaras de madera representando animales –perros, monos, lobos, tigres (ocelotes), leones (pumas) y osos-. También encontramos a otros personajes como el “Payaso”, el “Viejo” –que lleva zamarro (pantalón de piel de borrego), máscara con barba y un látigo– o la "Vaca loca" –que con un disfraz de vaca persigue a los presentes como si fuera una vaquilla en una capea-. Los globos de papel en el cielo aparecen en muchos cuadros con tema festivo, sirven para avisar a los habitantes de otras comunidades de que allí se está celebrando una fiesta.

Las fiestas las organiza y costea cada año un miembro elegido por la comunidad, el prioste. Ser designado prioste es un gran honor, la persona elegida adquiere mucho prestigio. Suele aparecer representado en las pinturas portando un bastón de mando. Las fiestas suponen una forma de redistribución de la riqueza. En ellas, se activan las relaciones sociales, y sirven para reforzar los lazos de amistad y solidaridad.

Una explosión de color…y más

Son características del arte de Tigua las escenas corales, con multitud de personajes inmersos en el paisaje andino de la provincia de Cotopaxi, así como el empleo de colores intensos y brillantes. Al principio, utilizaron como pintura las mismas anilinas que empleaban en el teñido de la lana, pero pronto comenzaron a utilizar esmaltes y pintura acrílica.

Los personajes visten la indumentaria tradicional, destacando los ponchos rojos de los hombres y los chales fucsias de las mujeres. Aunque los hombres ahora visten con ropas de estilo occidental y el sombrero blanco, común antaño, ha sido sustituido por uno de fieltro de color oscuro.

El volcán que da nombre a la provincia es un elemento omnipresente en todas las obras, pero también aparecen otros hitos espaciales como la laguna de Quilotoa, el volcán Tungurahua o el cerro de Amina. En el paisaje, también se vislumbran los cultivos de cebada, papas y habas en las empinadas laderas, llamas y ovejas pastando, así como las viviendas tradicionales con paredes de adobe y techo de paja. Estos elementos contrastan con los azules cielos cruzados por nubes y llenos de aves. Normalmente encontramos tres niveles en las pinturas: en primer plano, se sitúa la escena principal; hay un nivel medio con casas, campos cultivados y caminos; y un nivel superior con el páramo, las montañas y el cielo.

Los Toaquiza, una familia dedicada al arte de Tigua

Los precursores del arte de Tigua fueron los hermanos Alberto y Julio Toaquiza. Ellos enseñaron las técnicas de la pintura de caballete a otros miembros de su familia y de su comunidad. Posteriormente la actividad pictórica se extendió a otras comunidades de la zona. La familia Toaquiza ha sido la más influyente en el desarrollo de esta forma de expresión artística. Su continua experimentación ha llevado a innovaciones en cuanto a materiales, técnica, temas y composición de las obras.

La exposición cuenta con las obras de tres generaciones de la familia Toaquiza: Julio, Alfredo, Alfonso y Luz Toaquiza, hija de Alfredo y nieta de Julio. Además incluye obras de otros artistas como Alfonso Cuyo y Pedro Vega.

Julio Toaquiza nace en 1946, en el seno de una familia con 11 hijos. Sus padres trabajaban como jornaleros en la Hacienda de Tigua. Con ocho años, comenzó a trabajar en la hacienda, y posteriormente se dedicó a la producción y venta de artesanías para comerciantes de Quito. Hacia 1973, comienza a pintar cuadros. Julio es padre de 7 hijos: Alfredo, Gustavo, Alfonso, Targelia, Magdalena, Luzmila y Wilson, todos ellos son artistas. Alfredo Toaquiza nace en 1966. Comenzó a pintar a la temprana edad de siete años, siguiendo los pasos de su padre. Alfredo es propietario de una galería dedicada a la pintura de Tigua, donde podemos encontrar sus cuadros y las obras de los pintores de la Asociación de Trabajadores Autónomos de Tigua-Chimbacucho, de la que es presidente.

Se han celebrado varias exposiciones dedicadas al arte de Tigua en Ecuador y en otros países americanos, como Brasil o Chile, pero sobre todo en Estados Unidos, con exposiciones en distintos museos y galerías de Nueva York, Washington D.C. y California. En Europa, se han realizado varias exposiciones en Alemania, Italia y Francia, destacando la celebrada en la sede de la UNESCO en París (1997).