En los inicios del arte mural urbano a comienzos de los años sesenta, se vislumbraba ya su intención: la voz de protesta. Desde el legendario joven neoyorquino "Taki", el primer pintor de grafitis, hasta la escena actual, se han arrancado las hojas de más de 45 calendarios. El tiempo ha dejado su huella, pero también nos ha otorgado generosamente diferentes estilos de este arte.

Fuera de la interrogante si es arte, delito o el renacimiento de la pintura rupestre, nos es más importante analizar en estas líneas el significado sociológico de sus mensajes. Durante muchos años, se ha tratado de acallar esas voces bajo la tesis: ese tipo de arte es un acto de destrucción. En la década de los setenta y ochenta, muchos grafiteros fueron internados en clínicas psiquiátricas. Sus obras no fueron ningún acto de delincuencia, sino una mezcla de pintura, comunicación y protesta.

Los primeros pintores de grafitis pertenecían al underground. Quisieron expresar su forma de pensar de una manera original y artística. Aquella generación inicial de grafiti “Sprayer“ (así se les llama en el underground) eran jóvenes que poseían una verdadera conciencia política. La situación en los Estados Unidos era muy tensa por la guerra de Vietnam y la guerra fría. El pueblo estaba en contra de la pérdida de una generación entera que desaparecía como carne de cañón. Además, se sumó a ello el conflicto con Rusia; un vértigo alimentado por provocaciones de ambas potencias. Paralelamente apareció como problema la disposición de ayuda de los afronorteamericanos hacia los países de Africa cuyos pueblos padecían violentas dictaduras y se hundían en la pobreza.

Aquellas voces y mensajes fueron muy importantes para su momento, pues ciudades enteras leyeron y entendieron sus contenidos. Lo curioso de ese arte es que la comunicación aparece solo en una dirección. Es decir, la persona que lee el mensaje en un mural urbano no puede contradecirlo ni aprobarlo. Una reacción es únicamente posible si el lector está en capacidad de responder el mensaje con otro grafiti. Los políticos y el poder público empezaron a diseccionar el caso y concluyeron que había que tomar medidas en contra. La medida radical: la detención de los artistas y una ley más dura. Es destacable mencionar que no todos se dejaron acallar. Muchos alcaldes y gobernadores dejaron que los artistas urbanos pintaran áreas gigantes de hormigón, vallas de construcción, cercos de casas y estaciones de metros.

El punto de inflexión en ese desarrollo fue la multiplicación de los mensajes o grafitis. Aquello sucedió, cuando los grafiteros se decidieron por otro tipo de lienzo: los trenes. “Nuestro mensaje llegará a todas partes“, pensaron con seguridad y tuvieron razón. Trenes regionales y de cercanías metropolitanas funcionaban como lienzos rodantes que atravesaban las fronteras urbanas de sus ciudades natales. La iniciativa originó el acrecentamiento masivo de una red para el intercambio entre los artistas y sus expresiones, mayormente contra el sistema. Lo que en química es una reacción en cadena corresponde en una sociedad a la accesibilidad total. De esta manera no solo se interconectó el territorio, sino también a la ciudadanía.

Por ello los políticos temieron una derrota electoral. La red se desarrolló progresivamente hasta el punto que los grafiteros de aquella época publicaron revistas con sus obras y los significados de sus mensajes. Hoy en día estas publicaciones son parte de la Historia del Arte y material de trabajo para la Cátedra de Investigación del Grafiti que existe en muchas universidades del mundo, incluyendo Europa. Este campo investigativo intenta evaluar los periodos o etapas del arte mural urbano.

De otro lado, los pintores de grafiti tuvieron muchas dificultades en Europa y muy puntualmente en Alemania. Con un inicio lleno de tropiezos, los “sprayer“ europeos tuvieron que enfrentarse muchas veces a la policía. Ese tipo de expresión era degradado como vandalismo en el viejo continente. No solo era una expresión de arte, sino también un indicador del proceso de cambio en la sociedad. La aparición de grafitis sucedió en grandes ciudades como Londres, París y Amsterdam. Allí los primeros grafiteros anónimos escribieron en formato mayor la partida de nacimiento europea de ese arte urbano.