“El arte es la síntesis de la expresión que el ‘artista’ capta en relación al objeto observado o a la idea preconcebida a través de una emoción, sentimiento o deseo de salir de sí mismo”. Victorio Rodríguez Gómez.

Tiempo...

Tiempo, tiempo, tiempo. Necesito tiempo. Tiempo para ordenar ideas, pensamientos y sentimientos; tiempo para escribir sobre un artista genial; tiempo para rendirle este maldito tributo emocional y emocionado al cumplirse el XI Aniversario de su fallecimiento; tiempo para escudriñar la vida y darle sentido al tiempo. Tiempo para asimilar el nuevo reencuentro vivido –creo que en otra dimensión– este mismo verano en la exposición-homenaje “Victorio en la memoria”. Tiempo para disfrutar de su arte, que, gracias al arte mismo, no entiende del aquí, ni del ahora… y que siempre nos deja la posibilidad del ‘siempre’… porque el arte es siempre arte, inmortal… siempre permanece, no se destruye, siempre está ahí, generoso, para quien quiera disfrutarlo.

Victorio Rodríguez Gómez, Arenas de San Pedro (Ávila, Castilla La Vieja, España), 1930 § Arenas de San Pedro (Ávila, Castilla y León, España), 2005. Victorio Rodríguez Gómez, artista, pintor, escultor, grabador, ilustrador,

Victorio Rodríguez Gómez, artista, pintor, escultor, grabador, ilustrador, interiorista, diseñador de muebles, de joyas, de bisutería... padre, abuelo, hermano, tío, suegro, amigo... “in memoriam” ... descansa en paz. El tiempo que tantas veces le había hecho reflexionar sobre el sentido, el por qué y el para qué de su existencia; el tiempo que tantas veces había alimentado con alegría su instinto de supervivencia, sus ganas de vivir, de pintar; el tiempo que se nos escapa a la hora de hablar de su arte y de su persona.

Casi mejor olvidar el tiempo, y sentirle, y sentirlo, porque sentir a Victorio y a su obra es lo más fácil, casi lo más prudente, incluso lo más divertido y, seguro, lo más necesario.

Sentir, sentir y sentir. Sentimiento. Eso transmite Victorio, eso era Victorio como artista y como persona, un pintor apenas recién muerto aún, pero todavía vivo, muy vivo... “Ad perpetuam rei memoriam”, cada vez más vivo... Y por muchos años... Y no lo verán con los ojos en la cara –como diría él mismo– muchos “mamonazos” que intentaron e intentarán colocarse, posicionarse, a la estela de su luz, a la cola del cometa Victorio. El tiempo es un juez infalible, inmisericorde, y sin más preámbulos empieza a forjar la leyenda de Victorio: el pintor de Arenas de San Pedro; el discípulo en su tierna juventud del maestro Martínez Vázquez; el bohemio que vivía en el campo, siempre bien acompañado de una buena botella de vino; un vino fiel; ese vino compañero que le ayudó a celebrar alegrías, a filosofar, a divagar, alimentar conversaciones profundas, espirituales o libidinosas y sin sentido; ese vino compañero que le ayudó a olvidar y mitigar las penas que, como a todos nos ocurre, se fueron acumulando a lo largo de su vida y que, como artista especial, alimentaron el ir y venir de sus musas, las gentiles y las tormentosas.

Victorio, el pintor que labró su nombre y su prestigio en Brasil, donde se encumbró como artista y de donde regresó a la patria chica que lo parió y lo fagocitó. Nostalgia, saudade, ley de vida.

Hago una pausa. Miro en mi cartera, busco, encuentro y sonrío. El recordatorio de la comunión de mi hija mayor, su nieta favorita, Danae. Su nieta, sin duda, una de las razones que dieron sentido a los últimos años de su vida. El recordatorio es un dibujo suyo, apena sun esbozo con color. El tiempo es su motivo, es una especie de reloj de arena divina que escurre entre las manos y que nos toca para poder acercarnos a ella, a ser tocados por su luz. Un simbolismo cándido, místico y entrañable. Un victorio, sin duda.

Porque, de vuelta al tiempo, Victorio, como muy bien escribió en su momento Francisco Ansón, ha sido un pintor de todos los tiempos. ¿Cómo explicarlo? Es tiempo de hacer acopio de energía, tiempo de prevaricar emocionalmente, de cometer delito de tráfico de influencias sentimentales, de ordenar recuerdos y cálidas “conversas” (que se dice en portugués)... No va a ser fácil, aunque tampoco difícil. Al fin y al cabo, sólo es cuestión de tiempo.

Desde que nació, Victorio vivió siempre con intensidad y a “contrapelo”. Tuvo que sobrevivir. Y cuando ya no era necesario sobrevivir, tenía el hábito tan prendido en las entrañas que él mismo se creaba las problemas para seguir sobreviviendo. Y así seguía pintando, así seguía creando con su arte: su pasión, su profesión, su vocación, su crédito (incluso financiero y monetario) y su salvación. Porque su vida y su arte siempre fueron parte la una del otro y el otro de la una. Por eso, creo, fue difícil para algunos entenderle como artista y, para muchos más que algunos –probablemente para todos según el momento– entenderle como persona.

Bendita maldición... Maldita bendición

Victorio fue capaz de devolver al Arte, a través de sus vivencias, ese sentido romántico del perdedor inmanente al Artista. Dos divorcios, cinco hijos, dos veces viudo, ni se sabe las amantes... Fue artista en la riqueza y en la pobreza hasta que la muerte se lo llevó. Vivió con, contra, de, desde, en, hacia, para, por, según, sobre y tras... su arte. Vivió, sobrevivió, malvivió, bienvivió, derrochó, malgastó, ahorró, discutió y peleó, amó y amó, y volvió a amar...

En los difíciles años treinta y cuarenta sobrevivió por primera vez: la Guerra Civil española y la muerte de su padre, “ajusticiado” como tantos otros en el entorno de la vega del Jarama durante el “conflicto”. Entonces, el talento innato y su hambre de arte y cultura, llevaron a Victorio a cultivarse en su adolescencia y primera juventud de forma casi autodidacta. Tenía don y carisma e hizo lo que otros no hicieron. Sacrificio, esfuerzo, tesón. Trabajo y estudio. Pasada la veintena, gracias a una especie de beca, mecenazgo o pago de algún tipo de deuda moral... no recuerdo bien... el caso es que ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Y allí empezó a vivir de y con su arte.

El Madrid más castizo fue su escuela-pasarela. Entre prostitutas, compañeros artistas, mesoneros, intelectuales, policías... vivió una juventud plagada de excesos que vino, en cierta manera, a revertirle todos los momentos de alegría que la guerra y la posguerra le habían birlado a su infancia.

Tomó la costumbre, que no abandonó jamás, de bocetar sobre servilletas de papel en los bares y, así, algunos dibujos de niños se convirtieron en preciados ingresos: resultado, sus primeras celebraciones desaforadas. No fueron las últimas, claro está. Era el Madrid de los años cincuenta, un Madrid lleno de vida y de libertad bien entendida, un Madrid incluso de libertinaje. Daba para todo. Yo no lo viví, pero Victorio sí y me lo contó con los ojos brillantes, con esos guiños cómplices de autenticidad sobre lo que contaba y lo que dejaba de contar.

Alguna muestra de su arte del trueque y de su trueque de arte de aquella época quedaba, por ejemplo, en la céntrica Marisquería Arisol (situada entre las castizas Puerta del Sol y calle Arenal), aunque su entonces dueño, Mariano Jiménez, también amigo, nunca fuese capaz de convencerle y comprarle ese cuadro que tanto tanto tanto le gustaba, “El estudio del escultor”. Seguramente no lo consiguió por ese afán del regateo tan propio de muchos compradores de arte; un hábito, creo, por desgracia muy extendido en este mundillo.

Junto a sus compañeros de promoción de Bellas Artes de San Fernando, forma parte de una generación de grandes artistas. La Generación del 58. Los entendidos la han denominado como “La Generación Maldita”. Antonio Carrera Jiménez, responsable durante muchos años, hasta su jubilación, de la Obra Cultural y Artística de la Caja de Ahorros de Ávila (ahora integrada en Bankia), con motivo de una muestra organizada por los propios pintores, describió esta nominación con claridad más que meridiana:

“La historia del arte está llena de saltos, de vacíos, de glorias y de olvidos [...] Esta generación del gusto por la pintura, del saber pintar, del refinamiento expresivo, de la creación pura, se ha quedado en el olvido por no ser oportunistas, por no haber tenido manifiesto alguno y por no haberse enganchado o colgado algún ‘ismo’ a sus espaldas. Es una generación de hombres y mujeres dedicados a pintar, a vivir, a dejar tranquilos a los demás y a esperar que la moda pasara por su casa y poderse subir a cualquiera de los autobuses de la vanguardia. No han tenido suerte ni para eso. Todo los ha cogido a contrapié. Es una generación maldita, maldita sea, por no hacer ruido, por pintar de maravilla, por crear, por recrearse en su forma de hacer y de expresarse, por haber surgido en un momento inoportuno”.

El amor y el dolor...

En ese mismo Madrid castizo y libertino de los años cincuenta, Victorio conoció a Cybelle, una bella, culta, inteligente y gentil brasileña, representante del cuerpo diplomático de la Embajada de Brasil. Se enamoraron hasta los tuétanos, se casaron, marcharon a Brasil en 1959 y emprendieron una nueva aventura. Una nueva etapa en la vida, esto es, en el arte de Victorio.

Cinco hijos, grandes exposiciones, recepciones con presidentes de la República Federativa de Brazil, trato habitual con la embajada española, colaboración estrecha con el Instituto de Cultura Hispánica, participación en bienales, abanderado de los movimientos artísticos de vanguardia brasileños, fundación e inauguración de dos galerías propias –Victorio, en Brasilia, y Arenas de San Pedro, en Río de Janeiro–, momentos de éxito personal y profesional, momentos depresivos, incluso de abandono de la pintura para no prostituir su sentimiento artístico de autenticidad al vil metal, kilómetros y kilómetros a lo largo de aquel inmenso país... Pero siempre enamorado de España, de su querida España que tanto le hizo sufrir. Y regresó; regresó quizás en su mejor momento mediático, a mediados de la década de los setenta. Acabó divorciándose, casándose de nuevo, volviéndose a divorciar y emparejándose finalmente con Lucía, probablemente su amor definitivo, con certeza su último gran amor. Un accidente de tráfico la apartó de su lado, se llevó su vida… y con ella, también se fue una buena parte del alma de Victorio.

Fetichista cultural y artístico, este genio de la pintura, lo mismo poseía una impresionante biblioteca, bellas y antiguas colecciones de libros, que conservaba hierros, chatarra, huesos de animales, tambores de lavadoras o cualquier tipo de enser, recogido incluso de los contenedores de basuras y aledaños. Con ellos creaba o proyectaba crear muebles, adornos, esculturas... los recogía con el fin de crear cualquier cosa diferente, para seguir creando “a su manera”.

Extrovertido, galán y seductor por naturaleza, disfrutaba en cambio de la introspección, de la conversación filosófica, artística, elevada, trascendental, con personas cultas y cultivadas... Pero del mismo modo, se tomaba un vino y se fumaba un ducados –su cigarrillo favorito de tabaco negro– con Julio, el pastor que atravesaba, ovejas incluidas, su finca. Y allí se pasaban incluso horas hablando de las cosas del campo, del agua, de la tierra, gozando e impregnándose de esa sabiduría rural, de su sencillez, candor y natural sentido común.

Este artista auténtico –como decía antes, siempre a contracorriente– fue libertino, moderno, adelantado a su época, democrático durante el franquismo; y franquista en la democracia, especialmente durante la transición, precisamente cuando peor estaba visto. Razones tenía para ello, aunque vuelva a estar mal visto el haber tenido muertos en la Guerra Civil de aquel otro lado, el vencedor, que, no lo olvidemos, también sufrió. Como decía, siempre a contracorriente, a su manera. Pero tanto en su arte como en sus relaciones humanas nunca fue ni de derechas ni de izquierdas. Con su pintura fue en realidad un cronista de su época, un cronista de sus sueños y de sus pesadillas, de sus amores y sus temores, de lo vivido y lo presentido, un intérprete de la vida física y metafísica, de las emociones ganadas y de los espíritus perdidos, un gran amante de la cultura en cualquiera de sus manifestaciones, un amante de la belleza interior y exterior de la mujer y de las personas, un amante dominado por la necesidad de sentir su propio espíritu lleno, de sentirse amado, agradecido y recompensado.

Él, por su parte, amó a todos los que tenía que amar, a todos los suyos –todos tenemos los nuestros– con todo su corazón, discordando pero aceptando, también “a su manera”, todos los defectos y limitaciones ajenas, amando a las personas por su condición de personas, con generosidad llevada a límites francamente perjudiciales para su propio peculio... en definitiva, amando a los suyos tal como eran y sin estúpidos complejos o sentimientos de culpa por todos sus propios errores cometidos durante su vida (de los que era plenamente consciente, doy fe de ello).

Vivió como un artista que fue, en consecuencia, al modo de Victorio; como decía su canción favorita, de Frank Sinatra, “A mi manera”. En el fondo, creo que el valor de Victorio es el de sus propias contradicciones. Y quizás las contradicciones y preocupaciones del artista no son sino las contradicciones y las preocupaciones de cualquiera de nosotros. Quizá por eso, siendo tan distinto, completamente diferente, me he sentido tan cercano a él; porque siempre me he sentido junto a él como un igual, como una persona con múltiples defectos en compañía de otra persona con innumerables debilidades...

Un artista-persona muy vehemente, muy bohemio, con fortísimo carácter, incluso con afán de protagonismo excesivo, egocéntrico... pero sobre todo una persona-artista con la necesidad de amar y ser amado.

Victorio y los críticos...

-Y entonces, ¿qué?; ¿qué tipo de pintor es Victorio?. Pues después de una trayectoria tan dilatada y fecunda, con los propios altibajos que su propia idiosincrasia le motivó, después de exposiciones en Brasil, en España, en Estados Unidos, en diferentes países de América del Sur y de Europa, incluso en Japón, lo mejor es guiarse por las propias palabras de Victorio dirigidas a Francisco Ansón: “[...] los estilos varían naturalmente de acuerdo con los años. Aunque a veces se mezclan según el estado de mi espíritu. Lo cierto es que al considerar que un cuadro es un ente independiente, el trato también lo es [...] mi cronología es anticronológica, impera el desorden y la inquietud. Nunca he pensado en línea recta y, según creo, las dudas siempre están presentes y patentes en mi forma de ser y hacer”.

–¿Temática? Pues según cita el referido Francisco Ansón: “angustia, ansiedad, falta del sentido del dolor y la muerte, morbosidad egotélica, autosuficiencia antropocéntrica [...] Victorio ha sido capaz de reflejar como un verdadero maestro los síntomas psicológicos y existenciales que vive nuestra época y los vivencia con tal fuerza que rozan la patología”.

–¿Y sobre técnicas o estilos? Pues aquí van unas “perlas”:

  • Edelmiro Trillo dijo: “logra una victoria completa sobre todo en los contraluces y en el enfoque del claroscuro”.
  • Francisco Ansón refirió: “maestría técnica [...] le permite enfrentarse con los más diversos estilos pictóricos, las más variadas tendencias, tradicionales, modernistas, abstractas, figurativas”. Pedro Crespo escribió: “entre navegante trasatlántico e investigador neurológico, ha sabido captar la esencia, el nervio, de una serie de paisajes interiores a los que con una minuciosa precisión es conducida nuestra fantasía. Hiperrealismo mágico, hiperrealismo trascendente... Victorio huye de los encasillamientos con su pintura singular”.
  • José Pérez de Azor resumió: “Victorio elabora sus obras desde el interior y roba detalles angulares y figuras –raramente humanas– del espacio exterior para justificar cada uno de sus estudios de luz y policromía [...] tiene paredes tan mimadas como si fueran sábanas, visiones fantasmagóricas elaboradas en lienzos que otros necesitan arrugar y planchar, paisajes urbanos oscuros y tormentosos, bodegones luminosos, puertas añosas, interiores alegóricos”.

–Aunque, para mi gusto, una de las más bellas descripciones es la encontrada en una hermosa carta de su pariente y gran amigo, el Dr. Fernando Rocha, quien tras explicar que, para entender la pintura de los grandes maestros, como Rembrandt, “es preciso conversar con el silencio, es preciso masticar los secretos de la condición humana [...] tener pasión por lo imposible”, escribió desde el Hotel Golden Tulip Barbizon Schiphol, en un bello portugués brasileño, las siguientes palabras:

“Amigo Victorio: su pintura también permanecerá para siempre pues usted heredó de los dioses una Weltanschaaung –concepción de la vida y el mundo– propia de los grandes maestros, aquellos que oitam –escuchan– las verdades eternas. En su paleta hay más vida que en las calles. Su pincel da color a las almas, a las emociones. Ustedes, los grandes Vistuosi brillarán por el tiempo que brilla la Estrella Polar [...] Espero que podamos tomar en breve una copa de vino para celebrar la vida, para celebrar el viento en la vela, el poder del viento”.

–Casi para terminar, como prueba de su inexorable actualidad, las palabras que Victorino Terradillos Ortega (Fray Victorino, ofm) ha dedicado a la obra de Victorio con motivo de la exposición “Victorio en la memoria”, celebrada hace apenas unos días en Arenas de San Pedro, su pueblo natal. Dice así, el monje franciscano:

“[…] Un legado para la contemplación de la tierra y la belleza, del ser humano y del fondo íntimo de la criatura. […] Hoy veo la Exposición en Arenas de San Pedro (Ávila), cuadros que guardan el alma, el drama, la expresión y maestría de una técnica. Ha pintado Victorio. La misma paleta está llena de color y vida que no finaliza, como si aún se pudiese levantar la mano y añadir la última señal de un genio. ¿Rembrandt, Van Gogh, un impresionista? Es Victorio. […] Como si de cadencias se tratase, igual que hacía en la conversación de profundidad, cuando navega lo íntimo, así encuentro sonido, brillo, pincel, dureza y agilidad, creación. Pues es crear lo que hace el genio, darse en trozos su existencia. Las etapas se ven, los dramas también, la fijeza y el dolor. Puede haber suavidad, verde intenso en la puerta con clavos y su cerrojo, la luna entre el baño, el grito duro y los brazos tensos y rotos, desgarrados cuando Victorio nos entrega "sus cristos". […] Hablé con él, hablamos. Le escuché cuando dejaba de pintar, de trabajar, de sufrir por vencer y querer expresar lo que aún no existía, y ¡ya estaba en su alma y en su mente febril! Hablando era un creador, un filósofo, un culto y sencillo. Abarcaba ya, en los ochenta, la historia personal, el arte, triunfo y deseo, que nunca le dejaron. […] Una vida mezclada con otros artistas, gentes, mundo y desvelo. Para fijar en las tablas, en las maderas, en los lienzos, un apunte o la última pincelada que da el genio lleno de enfado, cuando le ha llegado el rayo de la iluminación en las galerías oscuras. […] Investigó la modernidad, y fue imbuido de las ideas y corrientes del expresionismo, de las psicologías, de maestros como el Greco, Goya, Kokoschka, Munch, Franz Marc... […] Se puede apreciar sus series de arquitectura de Brasilia, calles y paisajes, puertas, cepas y bodegones. Y hay que parar delante del Grito, de los cristos rasgados y desgarrados. Más de un dolor expresan, como el juego de las muñecas rotas. Gritos fuertes, ¡el grito resquebrajado, desorbitado en los ojos, la boca, las gotas de sangre, lo agónico! […] Hay personajes familiares, la madre, Casals, el estudio del escultor, y serie de Toledo. Primeros planos y lejanía, figura y noche de luna, flores y clavos en las puertas de color. Autorretrato. […] Libertad y obsesión en la pintura, en el trabajo. Mucho campo explorado y llegado a dominar. Un artista de dominio, de creación, de las corrientes que oye, ve, capta y sueña. Pues en Victorio hay mucho ensueño y realidad, momento social, desafío y guerra. No falta el momento de Vietnam, los niños pobres, las muñecas rotas .¡Tanto grito que lanza descomunal ser humanizado! […] lugares, obras, voces, conocidos, cuadros, estilos, originalidad y ruptura, creatividad en todo, cuando hay dominio y expresión. Una vida llenada por la pintura y el ansia de llegar a la obra cumbre, al grito final […]”.

Y, por fin, aunque este artículo está dedicado a Victorio, también es un tributo emocionado a todos aquellos artistas caídos casi en el olvido –unos más que otros– como los de la Generación Maldita del 58. Y por ello, aunque parezca retahíla, los cito a continuación según aparecieron en el libro que acompañó aquella exposición conjunta celebrada en 1991: Manuel Alcorlo, Antonio Pedrero, Antonio Zarco, Victorio Rodríguez, Ángel González, Eduardo Sanz, Isabel Villar, Alfredo Alcain, Luis Orihuela, José Carrilero, Pilar de Blas, Herminia de Lucas, Juan José de Castro, Tomás Crespo, Eduardo Feito, Manuel García, Enrique Fernández Pérez, Fernando Pennetier, Jerónimo Gómez, Asunción Evangelista, Francisca Domínguez, Manuel Santiago, Alberto de la Torre.

A todos ellos, gracias por su arte y por su vida. Algunos nunca os olvidaremos.