El maître de un gran hotel me contaba un día los “secretos” de la cocina moderna. Me decía, divertido, que los chefs de las últimas generaciones se han convertido en verdaderos expertos del marketing, empresarios y promotores de sí mismos y que se acercan cada vez menos a sus fogones. Han cambiado las dimensiones de los platos, la forma de los vasos, los colores, pero los sabores siguen siendo esencialmente los mismos. Hacen 7.000 años que comemos huevos fritos y, si preservamos nuestro ambiente, es muy probable que sigamos comiéndolos por otros 7.000 años más. ¿Porqué? Porque los sabores son lo que son; tenemos una forma predeterminada de sentir, de gustar, de experimentar; tenemos una lengua con sus papilas gustativas que reconocen los sabores básicos; tenemos un olfato que los exalta y unos ojos que les dan fantasía y misterio. Estos son los únicos ingredientes de la receta.

Es posible aplicar este razonamiento sobre la cocina moderna al Arte de nuestros días. Están cambiando las formas, el modo de aproximarse al espectador, se introducen nuevas técnicas visuales, nuevas luces cegadoras; pero nuestros sentidos, los sentimientos, las pasiones, nuestras relaciones con los demás, siguen siendo las mismas desde hace miles de años.

¿Cuál es entonces nuestro futuro como cocineros, como artistas, como filósofos, incluso como científicos? Para empezar, creo que deberíamos detenernos un minuto a reflexionar. Ser suficientemente humildes y reconocer que nos preceden casi 10.000 años de civilización. Creo que ha llegado el momento de realizar un ejercicio de vitalidad, de toma de conciencia: mirar con “ojos nuevos de niño” los viejos vicios, los errores, las cosas básicas que siempre nos han hecho felices, como la belleza, el amor, la pureza, pero también aquellas que siempre nos han hecho sufrir, como la guerra, la pobreza, la falta de solidaridad, la manipulación y el egoísmo. Creo que también debemos pensar en las generaciones futuras; en lo que queremos dejarles, en lo que queremos ahorrarles. Así, sin darnos cuenta, llegamos a un camino nuevo, virgen para nosotros, pero claro y nítido en sus límites; una casa con su puerta, ventanas y techo.

En el pasado, los científicos, los filósofos, los líderes espirituales, los políticos idealistas, los artistas, han sabido observar con esos “ojos nuevos de niño” para reconocer las cosas que siempre estuvieron allí y, después de haberlas visto, empezaron a hablar de ellas según los tiempos y las circunstancias en las que vivían.

Creo que la dificultad transcendental no reside en hacer algo nuevo (pienso que eso sea casi imposible) sino en entender la vida, bucear sin miedo hasta encontrar lo que es básico y común para todos y para todo. Encontrar la esencia, el contenido, no quedarse en la forma. Y después tratar de hablar, expresarse y proyectarse...

Texto di José Molina