Espacio, tiempo y luz conforman el eje sobre el que articulamos esta exposición. La obra de Lara dialoga con la relevancia del tiempo y del espacio, el ritmo del primero y la versatilidad del segundo. Conceptos que escapan a su control por su relatividad y a los que intenta ordenar concediéndoles a través de la luz un ritmo personal.

Fernando Cuétara incorpora la proporción áurea a su trabajo, buscando la excelencia en la pureza del material, en la distribución de los pliegues que en él provoca y que con luz acentúa, ilumina, esconde. Porque es en la perfección donde perdura aquello de lo que el tiempo guarda memoria.

Phi, el número dorado, número de oro, sección áurea, razón áurea, razón dorada, media áurea, proporción áurea y divina proporción. Es simplemente un número irracional, representado por la letra griega Φ (phi), denominado así en 1900 por el matemático Mark Barr en honor al escultor griego Fidias por el máximo valor estético atribuido a sus esculturas.

Cuando los antiguos descubrieron Phi entendieron que era ese el patrón seguido en la creación de la naturaleza. El hombre, en su intento de imitar la belleza que reside en ella aplica la magia de la Divina Proporción para alcanzarla en todas sus manifestaciones artísticas. Está presente en el arte sacro de Egipto, la India, China y el Islam, domina el arte griego, aparece oculta en la arquitectura gótica de la Edad Media y se consagra en el Renacimiento.

Allá donde se persiga de forma profunda la belleza aparece la proporción áurea. No importa de la disciplina que tratemos.

La pirámide de Keops, el Partenón, Santa María de las Flores, la Gran Muralla china, la fachada de la universidad de Salamanca; el Bautismo de Cristo de P. della Francesca, la Primavera de Boticelli, la Anunciación y la Santa Cena de Leonardo, La Creación de Miguel Ángel, Saturno devorando a sus hijos de Goya, las Meninas de Velázquez; las sonatas de Mozart, la quinta sinfonía de Bethoven, trabajos de Bartók, de Debussy o Shubert; las nervaduras de las hojas de algunos árboles, el grosor de las ramas, el caparazón del caracol, los flósculos de los girasoles… son sólo unos ejemplos del alcance de la divina proporción que llega a demostrar científicamente como existe una base neurobiológica de la belleza.

Existe un orden dentro del caos que aparenta el mundo que nos rodea, un orden que organiza, que reparte, que separa. Está fuera de nuestro control y nos observa. Nos conduce en la búsqueda de lo perfecto, lo sublime, lo completo.

A través del tiempo, artistas, filósofos, arquitectos, matemáticos y músicos han discurrido por el espacio de la creación siguiendo las sutiles líneas que establece la proporción áurea supongo que en ocasiones de forma consciente aunque en otras seguramente no.

El tiempo se ha convertido en oro. El espacio lo hace pesado, dúctil. La luz le hace brillar.

Mercedes Lara y Fernando Cuétara conversan sobre esos conceptos. Tiempo, espacio y luz. Sus argumentos derivan por caminos que une el agua, nuevo elemento incluido en la obra de ambos, espontánea coincidencia que facilita el fluir de la expresión artística añadiendo un nuevo contenido que distorsiona la realidad aparente jugando con sonido, luminosidad, movimiento, para transformarla. La creación de momentos y ambientes personales dirigidos se vuelve ciertamente imprevisible con la aparición del agua, lo que confirma que la belleza más armónica debe de dejar siempre un lugar para lo enigmático, para que cada espectador sea receptor e intérprete único de cada obra.

El oro de ayer es el tiempo de hoy y el agua de mañana.

Phi como origen, Phi como conclusión.