El gran estudio cerca de Tarquina (Civitavecchia, Italia), un antiguo convento de los padres pasionistas en el que transcurría, alternándose con el estudio parisino, una buena parte del año, fue el lugar elegido para sepultar la mañana del 26 de noviembre del 2002, tras una conmovedora ceremonia, a Roberto Matta, el último de los surrealistas, el artista más explosivo del siglo.

Entonando la canción Volare, de Domenico Modugno, se brindó con vino «del lugar de sus orígenes», como dijo su viuda, Germana Ferrari, levantando su copa de vino los Vascos, hecho en Chile.

Es difícil pensar esta casa sin Matta, de hecho Germana pide recordarle siempre al presente: “Él estará siempre aquí, aferrando el mundo del ser, en el ser en el mundo».

Cuando un chileno venia a visitarle el comenzaba siempre recordando lo mismo, se lanzaba en una suerte de río heracletiano:

«En 1933 me fui de Santiago de Chile y llegué a Paris, donde el año después entré a trabajar en el estudio de Le Corbusier. En el 34 me fui a Madrid, donde conocí a Federico García Lorca, el poeta que no sé por qué motivo pensó que yo quería ser pintor,; me escribió dos líneas de presentación para Salvador Dalí. Dalí me presentó a Breton. Pero yo no quería ser pintor, no quería convertirme en un surrealista, ahora mismo no soy un pintor ni soy un surrealista, a lo mejor soy un arquitecto. Un arquitecto interesado a dos cosas: encontrar una nueva manera de pensar y lograr un nuevo lenguaje para expresar este nuevo modo de pensar».

Abrazó la estética surrealista (1937). Pronto pintó sus Morfologías psicológicas (1938-1939), en las que se entregó a la exploración del inconsciente y al «automatismo absoluto».

El estallido de la Segunda Guerra Mundial lo llevó a emigrar a Estados Unidos, junto a Duchamp, Tanguy y Matta decide de establecerse en Nueva York. Allí ejerce una gran influencia sobre los jóvenes pintores que mas tarde darían vida al fenómeno de la pintura norteamericana; su obra durante los años cuarenta es anticipadora de muchas de las innovaciones del expresionismo abstracto, e influye en artistas como Gorky y Motherwell.

Es Nueva York, la ciudad donde realizó su primera exposición individual y residió hasta 1948.

De regreso a Europa fue expulsado del grupo surrealista y estableció su residencia en Roma, donde permaneció hasta 1954. En ese mismo periodo se consagra como artista exponiendo en importantes ciudades como Londres, Nueva York, Venecia, Chicago, Washington y París.

Nunca dejó de lado una vena sarcástica y paradojal, decía:

«En el pasado, los artistas, para complacencia del poder, hacían el retrato del rey o del príncipe, hoy le hacen el retrato a la coca cola o a la sopa Campbell».

Omite siempre, incluso en su biografía, un capitulo negro de su vida: la muerte, a mediados de los años 70 de sus dos primeros hijos, los gemelos Clark: el dramático suicidio de Juan Sebastián «Batán» y el fulminante cáncer que inmediatamente le vino a Gordon Matta Clark (considerado uno de los artistas conceptuales más importantes de hoy). Con Matta no se veían hace mucho, no había entre ellos casi ninguna relación, había poca relación también con su otro hijo que vive en Roma, Paino, el pintor Pablo Echaurren.

«Hace parte de mi destino estar separado , separado de todo».

Durante una gran exposición que organizara la ciudad de Roma, en 1988, decía

«Los antiguos romanos solían hacer gestos de esta envergadura : preparaban para sus huéspedes Arcos de Triunfo, aunque después los hacían despedazar por los leones».

Decía esto haciendo referencia al poco aprecio que él tenía hacia el famoso historiador del arte Giulio Carlo Argan, uno que, como él decía, había inventado un falso Bauhaus, una suerte de Plan Marshall del Arte.

Se quedó impresionado por la cantidad de gente que vino a la inauguración de su última exposición en Roma, el 6 de noviembre del año 2002; llegó sorpresivamente:

«Toda esta gente que ha venido, es como si hubieran venido a mi funeral».

Y este fue un presagio digno de Matta, el último.