La meta histórica de la pintura, casi desde la era cavernaria hasta principios del siglo XX, ha sido obtener una imagen pictórica cuyas cualidades perspectivas y volumétricas hicieran que ésta se aproximase definitivamente a su referente real, cargando el artista con una enorme responsabilidad. Desde luego, fue un camino plagado de tensiones. Inevitablemente, vienen a mi mente las escenografías teatrales de los grandes pintores del Trecento (las Escenas de la vida de San Francisco de Asís de Giotto o el celebérrimo Retrato Ecuestre de Guiodoriccio de Fogliano, obra de Simone Martini). Estos y otros autores vivieron un momento muy especial para la pintura, pues estuvieron a punto de dominar la perspectiva y el volumen, sin embargo… todavía no se produciría dicho florecimiento. Para que la pintura madurase y alcanzase cotas anteriormente desconocidas, habría de llegar el Renacimiento y con éste algunos de los más destacados tratadistas, quienes comenzarían a reflexionar sobre los principios y métodos del dibujo y la pintura en gruesos y sesudos volúmenes. Qué duda cabe que estas reflexiones sobre la creación pictórica impulsaron y popularizaron extraordinariamente su estudio y práctica.

Esa labor que podríamos catalogar como “metapictórica”, esto es, pensar sobre la actividad del dibujo o la pintura a través de su práctica, es el tema central del trabajo de Gloria Martín (Alcalá de Guadaíra, Sevilla, 1980), quien bajo el título de Modelo y Modo ha reunido en la galería Silvestre (Madrid) un nutrido conjunto de óleos sobre lienzo de distintos formatos, obras murales y pinturas objeto que indagan y profundizan tanto en los fundamentos del dibujo y la pintura, como en la propia actividad del pintor (sus herramientas y paisaje cotidiano). El trabajo de Martín parte y referencia tratados tan importantes como Perspectiva pictorum et architectorum (1642-1709) de Andrea Pozzo o la obra de carácter histórico-literario El Museo Pictórico y Escala Óptica (1715- 1724) del cordobés Antonio Palomino, cuyas indagaciones giraban en torno al trampantojo o engaño visual, un concepto fundamental en la etapa barroca que supone el culmen de ese ansia por alcanzar una perspectiva hiperreal, es decir, conseguir que el espectador pensase que el lienzo o el muro presentaba una tercera dimensión, la profundidad. Ese guiño constante al artificio, no solo conduce a la cita de compendios teóricos, sino también a las maquinarias e ingenios que pretendían mejorar el trabajo perspectivo del artista, como por ejemplo el sistema de cuadrícula ideado por el alemán Alberto Durero. Se establece así, no solo un interesante aprendizaje artístico intergeneracional capaz de superar barreras temporales o geográficas, sino también una especie de homenaje a aquellos autores que indagaron en su profesión artística, y por supuesto, un fabuloso diálogo en el que una creadora del siglo XXI responde con un lenguaje pictórico plenamente contemporáneo a un compendio teórico-práctico del Renacimiento y el Barroco.

Además de ese guiño a los grandes pensadores históricosdel dibujo y la pintura, Martín no puede abandonar algunas inquietudes relativas a las maneras, los formatos y, en definitiva, el paisaje cotidiano del pintor actual. Por ello, su obra recrea imágenes como un pequeño almacén con lienzos apilados en distintos niveles, estructuras metálicas como el andamio (fundamental en la elaboración de una pintura mural) o un lapicero lleno de pinceles de distinto grosor y naturaleza. Quizá la pieza más definitoria en este sentido sea la paleta del pintor, un lienzo que ha servido de tablero mártir durante la propia elaboraciónpictórica de las obras que integran esta exposición y que nos habla, desde una síntesis y esencialidad definitivas, de las tribulaciones, obsesiones y satisfacciones del pintor.