Cuando se cumplen cinco siglos de la muerte de Leonardo da Vinci, cuyas celebraciones florecen en Italia, España y Francia, el Estado del Vaticano con sus museos no se ha quedado atrás y ha decidido tomar parte en este despliegue expositivo con diversas iniciativas. Entre ellas, cabe destacar el préstamo del valioso tapiz de La última cena a Amboise, en Francia, donde el genio vinciano acabó su existencia, cedido exactamente al Castillo de Clos Lucé, que se lo había solicitado.

Como declara Barbara Jatta, la activa directora de los Museos del Papa:

«Ha sido un placer y un honor dialogar con las instituciones francesas y reanudar la relación de aquel 1533 con el regalo del célebre tapiz, lujosamente realizado en seda y con hilos de oro y de plata ribeteado con terciopelo. El gran paño (45 metros cuadrados) le fue donado al pontífice reinante, Clemente VII, con motivo de la boda de su sobrina, Catalina de Médicis con Enrique de Valois, hijo del cristianísimo rey de Francia Francisco I y heredero al trono; un sacramento celebrado fastuosamente por el mismo papa en Marsella en el otoño de 1533».

Es todo lo que se sabe del origen de este regalo.

Efectivamente, el enigma de este tapiz estriba en su encargo y procedencia, que permanecen objetos de hipótesis, conjeturas y misterios. De hecho, hasta la fecha se presenta difícilmente identificable incluso en lo que se refiere a la fábrica manufacturera. Si bien queda claro el ligamen con Francisco I y con su madre, Luisa de Saboya, dada la presencia de las numerosas referencias heráldicas y simbólicas a los dos devotos soberanos. Su interés no ha dejado de mantenerse vivo no solo por su realización sino también por su ligamen artístico, cronológico y estilístico con la conocidísima pintura de Leonardo El Cenáculo, pensada para el refectorio del convento de Santa María de las Gracias en Milán, cuyas medidas respeta fielmente el tapiz aun presentando alguna diferencia iconográfica.

¿Pero por qué se ha elegido esta obra para la exposición de Clos Lucé? La idea la propuso Pietro Marani, comisario de la exposición francesa, y a pesar de que estaba ya expuesta en la Pinacoteca Vaticana, la petición se aceptó inmediatamente. A partir de ahí, se puso en marcha la máquina preparatoria: en primer lugar, Alessandra Rodolfo, comisaria de la sección Tapices y Tejidos, que ha coordinado una esmerada investigación (consiguiendo nuevos esclarecimientos) y de restauración, llevadas a cabo con la ayuda de la dirección del Castillo de Clos Lucé y del Polo Mostre del Palacio Real de Milán (a donde se trasladará tras la clausura de la cita francesa).

Y el resultado es sorprendente debido a la recuperación cromática y a otras tantas novedades aparecidas en este magistral tapiz: el análisis de los hilos y de los pigmentos de color han aportado algunas respuestas fundamentales sobre la datación y la realización, gracias a la labor del Gabinete de Investigaciones Científicas de la Santa Sede. En cuanto a lo que rememora el archivo vaticano: consta en los inventarios de la Florería Apostólica desde 1536, considerada como obra extraordinaria y dado su mérito, utilizado en la vida de la Curia Pontificia y, en particular, en la celebración del lavado de pies del Jueves Santo o en la del Corpus Domini, así como en diversas ocasiones a lo largo del siglo XX. Desde 1931, el tapiz se exhibe en la Sala VIII de la nueva Pinacoteca Vaticana junto a los trabajos de Rafael, lugar de excelencia para las obras maestras de las colecciones vaticanas.

Pero es su restauración con la recuperada luminosidad, la que lo convierte en el elemento fundamental de esta exposición, itinerante ya que, en otoño, viajará al Palacio Real de Milán.

Así, tras la exhibición del magistral San Jerónimo de Leonardo en el Brazo de Carlomagno en la plaza de San Pedro, los museos Vaticanos añaden a las celebraciones vincianas el préstamo de este valioso y grandioso tapiz de La última cena a Amboise, al Castillo de Clos Lucé. Todo un gran homenaje al genio leonardesco.

El tapiz prestado resulta muy cercano a la obra del maestro: los personajes y la mesa puesta replican fielmente la pintura del artista. La delicada pincelada leonardesca y el famoso difuminado resultan imitados en el paño a través de la técnica con la que el maestro tapicero logra crear los matices logrando dar un aspecto casi humano a los apóstoles que se mueven, se interrogan, gesticulan, reunidos por última vez en la mesa del Señor, aun mostrando un ambiente diferente con planteamiento renacentista.

Merece recordar que en 1516, Leonardo llega a Amboise invitado por Francisco I. Le acompañan en su equipaje tres de sus obras maestras La Gioconda, Santa Ana, La Virgen y el Niño y San Juan Bautista, junto con sus manuscritos y códices. A partir de esa fecha, es nombrado «Primer pintor, ingeniero y arquitecto del Rey». Y en Clos Lucé, se emplea en numerosos proyectos para el joven soberano de Francia, que le encarga la preparación de cuatro suntuosas fiestas con efectos especiales y autómatas. Hasta que en 1519, un 23 de abril, Leonardo da Vinci dicta su testamento y un 2 de mayo expira en su habitación en el Castillo del Clos Lucé, tras haber encomendado su alma a Dios y establecido las disposiciones para el funeral y su sepultura en el claustro de la iglesia de Saint-Florentin en Amboise.

La exposición La última cena de Leonardo da Vinci para Francisco I, una obra maestra de oro y seda en el Castillo de Clos-Lucé en Amboise (del 6 de junio al 8 de septiembre de 2019), una cita que será completada con diferentes iniciativas y la apertura de un nuevo espacio cultural, Leonardo da Vinci, pintor y arquitecto, en el corazón del Parque de Leonardo da Vinci, con dos congresos internacionales: Leonardo da Vinci, la invención y la innovación (24-28 de junio de 2019) y Leonardo da Vinci, anatomista, organizado por el Instituto de Paleontología Humana, Fundación Alberto I, Príncipe de Mónaco, (11-12 de octubre).

Nota sobre los tapices de Flandes en el siglo XVI

En el siglo XVI, Bruselas, donde residían a menudo los soberanos de los Países Bajos, se convierte en una de las ciudades más fastuosas de Occidente. Sus manufacturas producían continuamente tapices, anhelados también en el extranjero, luminosos de oro y de plata y de colores jamás vistos en Europa, como un especial tono celeste, cuya fórmula secreta fue adquirida en Oriente por Pietro Coecke, en un viaje por encargo de la corporación de los tapiceros.