El escultor costarricense Jorge Enrique Jiménez Martínez, más conocido como Jorge Jiménez Deredia, afincado en Italia, que exhibe su obra producida entre el 2003 y el 2018 en espacios públicos de la capital costarricense hasta el 14 de julio, ha hecho de la esfera un motivo recurrente en su obra desde 1985. Aunque cuenta con oficio, tiene un serio problema conceptual. Es pobre ideativamente y de intencionalidad ambigua. No obstante, su obra no es técnicamente innovadora pero su práctica constante y mercadotecnia le ha permitido posicionarse ante una élite con obras monumentales, decorativas y comisionadas.

El círculo es una de las formas básicas que ha fascinado el intelecto humano desde siempre. Tanto matemáticos como filósofos lo consideran la forma geométrica más perfecta mientras los teólogos lo abordan con atributos sobrenaturales o divinos.

Para los artistas el círculo ha sido un motivo estético que evoca tanto belleza como gozo pero que es capaz de producir distintos significados según las convenciones semióticas. Tanto en medios de expresión artísticos bidimensionales como tridimensionales el círculo ha sido indispensable para representar el sol, la luna, los satélites y otros cuerpos estelares, así como ruedas, relojes, domos, espirales, senderos, etc.

Es oportuno, sin embargo, apuntar que el círculo ha encontrado fuera del arte, en la industria de la publicidad y los medios de comunicación su nicho principal. Casi todos los logotipos son insertados en formas circulares u ovales. Esto encuentra su explicación en el hecho de que el círculo, a diferencia de otras formas, resiste que la visión se distraiga y actúa como un campo focal hacia donde la atención del espectador es atraída continuamente. A diferencia del cuadrado, el círculo no crea puntos de fuga, todos los puntos en el son idénticos. Esta forma geométrica no permite que nuestra imaginación se disperse o divida en distintas direcciones.

En su obra Punto y línea sobre el plano, Vassily Kandinsky estudió las formas y los colores en su relación con el círculo y escribió:

«El círculo es la síntesis de las mayores oposiciones. Combina lo concéntrico y lo excéntrico en una forma simple y en equilibrio. De las tres formas primarias, es la que apunta más claramente a la cuarta dimensión».

A lo que apuntaba Kandinsky era a los efectos psicológicos y espirituales de la correspondencia entre formas y colores, sintetizado en el circulo. Como lo vemos en sus pinturas Muchos círculos (1926) y Círculos concéntricos (1913).

En naciones asiáticas como India, China y Japón los círculos están presentes en diferentes tipos de pinturas. Las manifestaciones en India se evidencian en las chakras y yantras de las pinturas tántricas mientras en el arte chino el circulo a menudo representa la unión entre el cielo y la tierra.

Del círculo a la esfera

En Mesoamérica, el círculo en su representación bidimensional y la esfera en su expresión tridimensional se ha constituido en un símbolo e hito precolombino cuyo propósito sigue en discusión a pesar de que para el caso particular costarricense las esferas fueron descubiertas en 1939 cuando la compañía frutera estadounidense United Fruit Company empezó a deforestar los territorios en la Península de Osa. Hasta que en 1943, gracias a la arqueóloga Doris Stone, se hace la primera mención internacional de estas en una revista científica.

A falta de una explicación científica convincente se sigue asumiendo que las cerca de 500 esferas identificadas hasta ahora y que se produjeron en un periodo de mil años (entre el 300 A.C. y el 300 D.C) fueron parte de jardines astronómicos destinados a la calendarización de los ciclos agrícolas, o servían para establecer el rango social dentro de la tribu.

El estudio, rescate y protección de las esferas precolombinas especialmente por parte del Museo Nacional de Costa Rica hizo posible que investigadores y artistas como José Sancho, Domingo Ramos, Ibo Bonilla y más recientemente Jorge Jiménez “Deredia” la aprovecharan tanto como tema, como concepto plástico.

La ubicuidad de la esfera precolombina como símbolo nacional, y patrimonio de la humanidad (UNESCO, 2014) ha influido en la pintura, escultura, poesía y arquitectura nacional y regional, aunque no conozcamos con exactitud su significado y propósito original.

El escultor Jiménez Deredia, que exhibe su obra producida entre el 2003 y el 2018 en espacios públicos de la capital costarricense, ha hecho de la esfera un motivo recurrente en su obra desde 1985 cuando lo incorporó de manera lúdica en su conjunto Poema mítico. Dicha obra según el autor le permitió entender «la figura humana, la esencia de su alma» y marcó el inicio de su ruta hacia la obra que podemos apreciar hoy en las vías josefinas.

El corolario de este proceso fueron sus exhibiciones paralelas La ruta de la paz y El Génesis y el Símbolo en el 2009 en Roma, Italia.

Construcción del mito

Tanto en su proceso plástico como en la obra resultante, el escultor ha construido un mito con base en su indagatoria empírica sobre la esfera y sus conexiones atávicas. Desde un punto de vista metafísico, es un autor sincrético que mezcla creencias del Antiguo Egipto, en particular el símbolo de la «diosa-madre» representado por Isis, y el uso del círculo por divinidades como Ra, con el círculo en la simbología de las religiones indo-asiáticas y este con las observaciones del psicólogo Carl Jung, quien transitó del cristianismo al misticismo, hasta sumar las esferas producidas por artesanos de la cultura Boruca, hace más de 2.000 años.

El discurso de este autor pasa de lo religioso a lo místico, de la ciencia a la alquimia, para alcanzar una elaborada y nada bíblica conclusión:

«Para los cristianos, vivir en Cristo quiere decir alcanzar la etapa más elevada de transformación interior, significa la absorción de la propia sombra por la luz, significa renacer con Cristo».

Esto es retórico y contradictorio porque el escultor declara sin ambages en una entrevista publicada en el 2004 que «somos polvo estelar y desde el Bing Bang hasta la fecha hemos vivido un interminable proceso de cambio, construyendo la forma que hoy tenemos». ¿Evolución darwiniana? ¿Transmutación alquímica? ¿Misticismo jungiano?

Jiménez sustenta su indagatoria personal y profesional en la metafísica de sistemas de creencias opuestos entre sí – politeístas versus monoteístas, animistas versus teocéntricos, reencarnación versus mortalidad, misticismo versus religión. ¿Es relevante para quien observa su obra lo que realmente pasa por su mente? ¿Puede su discurso cambiar las lecturas posibles de su obra?

Estoy convencido, tras casi cuarenta años de ejercer la crítica de arte, que la obra artística debe hablar por sí misma, aunque exista evidencia de la «transferencia» emocional e intelectual del autor hacia su obra. No necesitamos un guión que nos diga cómo percibir y experimentar la creatividad humana.

Doble discurso

Jiménez Deredia no es un pensador o filósofo «profundo», como pretenden sus apologistas, lo prueba su inconsistente discurso metafísico, del cual solo he citado una parte, pero cualquier inquieto observador podrá encontrar más evidencias en la fuente de sus entrevistas, catálogos y poemas.

Tampoco es el escultor más prominente de Latinoamérica, a menos que decidamos borrar de la historia del arte la obra escultórica del costarricense Francisco Zúñiga, del venezolano Jesús Rafael Soto, o el colombiano Fernando Botero, solo para citar tres ampliamente reconocidos. Como veremos más adelante la escultura de Jiménez Deredia es un aceptable oficio, pero sin alma. Ahora que, si la medida de «prominencia» es el mercado o la atención de marchantes y galerías por su obra, entonces debe admitirse su «éxito» mercadológico.

Por otra parte, preocupa seriamente en un entorno donde abundan las personas informadas e inteligentes que se sobredimensione la obra de Jiménez Deredia al punto que un expresidente escriba en uno de sus catálogos que «el gran artista que hoy celebramos es un verdadero arquitecto de la identidad de mi pueblo» o que el alcalde del municipio josefino afirme que esta exposición ofrece «un contenido antropológico muy importante. Es una forma de acercar a los costarricenses a lo que han sido sus raíces, las raíces más profundas del ser costarricense…».

Uno entiende que en nuestro país dichosamente hay libertad de expresión y se puede elogiar o crítica con cierta laxitud. Pero lo que es impreciso, incorrecto y temerario debe exponerse para que la cultura madure. Tras un recorrido amplio y un registro detallado de las obras expuestas por Jiménez Heredia, la observación pertinente de la interacción tanto de locales como de turistas con las esculturas y la revisión de sus declaraciones he concluido lo siguiente.

Descontextualización

El concepto plástico justificatorio de la obra expuesta es inconsistente. Si bien se cumple el objetivo del escultor de que los transeúntes de cualquier clase social entren en contacto con su trabajo, se tomen selfies y hasta intenten vandalizar su costosa obra a pesar de la vigilancia de 100 atentos oficiales, no es cierto que se responda a la pregunta de «por qué el arte es importante para un pueblo».

Jiménez Deredia es un autor conocido, a fuerza de ser posicionado por medios complacientes, pero la mayoría de las personas que interactúan con su trabajo están imposibilitadas de hacer lecturas pertinentes o provechosas con base en el catálogo, la app descargable, el recorrido diseñado por la curaduría, o las publicaciones periodísticas.

La pretendida pertinencia de las esferas precolombinas con sus «transmutaciones» pasa desapercibida para la mayoría, porque esta no es una muestra antropológica orquestada por un museógrafo afecto a la didáctica, ni tampoco existe trazabilidad histórica entre la cultura que dio origen a las esferas y su uso temático por parte del autor herediano. Si nadie puede afirmar con certeza científica, solo hipotéticamente, el propósito que servían las esferas, entonces no es posible afirmar que la exhibición conecte o sensibilice sobre la simbología que el escultor ha venido expresando en los últimos veinte años.

En todo caso es un símbolo nacional declarado verticalmente, pero vaciado de significado cultural, excepto para los afectos a la «nueva era».

Debilidad conceptual

Contrariamente a algunas críticas que he escuchado de escultores nacionales, Jiménez Deredia cuenta con un oficio aceptable. Su problema es más conceptual. Es pobre ideativamente y de intencionalidad ambigua. Primero que todo, su obra no es técnicamente innovadora, sencillamente se ha diplomado en una escuela académica donde el oficio a menudo es suficiente y su práctica constante le ha permitido realizar obras monumentales, decorativas y con frecuencia por encargo.

De hecho, lo empezamos a conocer por tales obras, como el Monumento a Juan Pablo II que se ha incluido en el recorrido de la muestra. O la estatua de San Marcelino Champagnat que fue colocada en la Basílica de San Pedro en el Vaticano y que ha sido ampliamente difundida por los medios locales.

Por tradición se ha definido por una escuela europea muy diferente a la establecida localmente, ni mejor, ni peor, pero sí claramente diferente. Costa Rica es uno de pocos países en Latinoamérica con una tradición escultórica propia, diversa y respetada internacionalmente. A usted le pueden permitir un desliz en la apreciación de una pintura, pero cuando se trata de un escultor usted debe estar preparado, porque la mayoría de nuestros escultores no son neófitos.

La preferencia de Jiménez por el modelado y la fundición en bronce, así como talla en mármol, es academicista y corresponde a un canon que ignora las vanguardias históricas. Su diseño es bastante geométrico, dominando el círculo como se ha indicado ya, con líneas rigurosas y puras. El escultor ha explicado en varias oportunidades que no le gustan las aristas de otras formas geométricas.

Tanto las figuras de conjuntos donde se comunica su concepto de «transmutación» – por ejemplo, del óvulo al embrión creciendo en el vientre de una mujer – como en aquellas donde la figura juega o reposa con la esfera, evocan la estatuaria funeraria por su hieratismo y una rigidez que atrapa el movimiento de las figuras, individuales o en conjuntos, creando una fría y distante simetría. A pesar de su pretensión, su expresión escultórica carece de fluidez y la composición en general carece de ritmo.

Por eso, es que a menudo cuando se pasa cerca de una de sus esculturas nada pasa. Si no fuera porque la lectura guiada indica que la obra esta allí a pesar de sus obvios bultos monumentales o porque el espectador se ve obligado a verla para efectos de registro visual podría pasar insensiblemente de lejos. Es una obra decorativa, de aceptable oficio, pero sin alma.

Como el tema de la maternidad es un tema atávico en la escultura costarricense no podemos dejar de hacer hincapié en cómo Jiménez la aborda. La mujer representada sola o en conjunto, en reposo o en gestación sobre una esfera, parece casi siempre ajena, como agregada a la composición general.

De hecho, sorprende que su postura a menudo es disminuida como si fuera pasiva y no activa. No hay drama en sus rostros cubiertos por una especie de «tocas» a la usanza de las ordenes monásticas o las siervas de la plebe en el feudalismo. Algo que por cierto usaban desde Carlomagno las viudas y casadas.

En términos de expresión, los rostros carecen de drama, parecen congelados en el tiempo sin nada que comunicar.

Gasto irracional

Si bien compartimos el entusiasmo de las autoridades por invertir en las artes visuales, preocupa que una muestra de estas dimensiones haya sido liderada por un político sin mayor experticia en arte y con el supuesto de generar un retorno por inversión en términos turísticos. Dado que no se conocen las políticas culturales de la Municipalidad de San José ni de las empresas que lo acompañan en el presente emprendedurismo cabe preguntarse si se fraguó algún plan de mercadeo para garantizar retorno por la inversión y si no al menos me gustaría conocer los indicadores que se implementaron para recuperar la inversión hecha sea por medios tangibles o intangibles.

La fuerza y la universalidad de la esfera del escultor Jiménez Deredia ha requerido una erogación de 40 millones de colones en el traslado de la obra de Italia a Costa Rica. Esto incluye viaje redondo, porque tras cinco meses el espectáculo termina y la obra regresa a Italia. La contratación de grúas y embalaje se estima en USD $ 100.000 más 60 millones de colones aportados por los patrocinadores privados. Cada uno de ellos aportó además USD $ 20.000 que fueron utilizados para la logística del evento. Además, se asignaron 100 policías y un sistema de cámaras de vigilancia. La exposición fue declarada de interés cultural por lo que es lógico esperar que la inversión del sector privado sea descontada cuando paguen impuestos este año. El costo final se acerca a los 150 millones de colones.

En medio de una recesión económica que vive Costa Rica, con un paquete fiscal en plena implementación y prospectos negativos, cabe preguntarse si la obra de Jiménez Deredia ameritaba este gasto sin retorno. O si no hubiera sido más sabio transformar el gasto en inversión apoyando a los artistas y al sector cultural costarricense cuyos espacios de exhibición ha disminuido en un 200% en los últimos diez años, y cuya promoción dentro y fuera del país pasa de ridícula a inexistente, mientras el Museo de Arte Costarricense no exhibe con generosidad el legado artístico nacional y el Ministerio de Cultura brilla por su falta de iniciativa.

No se debe culpar a Jiménez Deredia por su habilidad para mercadear su obra y posicionar su imagen, pero la ambigüedad de su discurso plástico, su pobreza conceptual y medianía como artista debería alertarnos sobre como la construcción de mitos como el suyo perpetúan los intercambios atávicos de nuestros tesoros por espejos y baratijas.