Si hubiera una característica que reúne a las grandes fotógrafas mexicanas, es que todas se entienden con las sombras: la producción fotográfica mexicana a lo largo del siglo XX —particularmente, la femenina— se caracterizó por un diálogo interesante entre el plano onírico y la monocromía. Sutil, entre susurros suaves, se regodea de una actitud de contemplación hacia los detalles en el entorno: muñecas derruidas, huesos de animales, naturalezas muertas, retratos de mujeres que rehúyen la estética occidental. Flor Garduño no es, de ninguna manera, la excepción.

Empezó la carrera artística en la Antigua Academia de San Carlos, pero muy pronto la abandonó cuando Manuel Álvarez Bravo le ofreció un espacio en su estudio. Fue entonces que se encontró con la mirada de Graciela Iturbide y Lola Álvarez Bravo, y se empapó del ojo inquietante del surrealismo mexicano. Trabajó para la Secretaría de Educación Pública durante algún tiempo, pero no fue hasta 1966 que publicó su primera antología fotográfica con el apoyo de Francisco Toledo, tras la cual se ganó reconocimiento internacional.

Muy a la manera de sus contemporáneas, Garduño pretende instalar en el instante las esencias efusivas de la mexicanidad. Por lo cual, enlistamos a continuación los cinco ejes estéticos que rigen su producción fotográfica:

1. Predilección por las texturas

Garduño estuvo expuesta al campo desde muy joven: que la casa de sus padres estuviera localizada a las afueras de la Ciudad de México, circundada por una granja, fue un incentivo espontáneo al contacto con el entorno. Este aislamiento del bullicio capitalino le permitió un acceso natural a la tierra y al silencio, por lo que gran parte de su propuesta artística está centrada en las distintas superficies que se aprecian con el tacto. Particularmente, la piel: la de caballos, las cabras, las hojas de árboles y, en un momento más tardío de su obra, la de las mujeres.

2. Favorecimiento del volumen por medio de las sombras

Como muchas de sus contemporáneas, Garduño le dio un peso importante a la monocromía en su producción fotográfica. Por esta razón, se aprecia un favorecimiento particular hacia las sombras y las texturas en su obra: a través de éstas es que el volumen cobra un sentido estético interesante, en tanto que se comporta como un diferenciador entre lo que la luz reconoce y la oscuridad subsume. En este sentido, la elección de grises también toma un papel fundamental como un mediador implícito: no sólo a manera meramente cromática entre dos opuestos —blanco y negro—, sino que delimita los distintos dominios de la superficie.

3. Exploración del cuerpo como un elemento onírico

Una de las búsquedas más interesantes de las expresiones del surrealismo tanto en Europa como en América Latina es aquella del umbral entre la experiencia de la vigilia en contrposición con la del sueño. En la producción fotográfica de Garduño también se aprecia este esfuerzo estético a través del cuerpo: ¿dónde es que termina? ¿Tiene una consciencia propia? Y de ser así, ¿en dónde está el diálogo entre la racionalidad y los territorios que ésta no alcanza? Éstas son las preguntas que parecen plantearse a través de sus efigies de mujeres desnudas o, incluso, en esas naturalezas muertas que despiertan una sensualidad desconcertante.

4. La feminidad como pretexto creativo

Si algo puede decirse de la propuesta de Flor Garduño, es que fue prolífica en pretextos para explorar la feminidad. Como una de las temáticas centrales de su obra, Garduño parece interrogar al espectador sobre los límites sensoriales que se despiertan al observar un desnudo en una situación que, quizá, no le corresponde. De aquí las mujeres cubiertas por hojas inmensas, o recostadas sobre lo que parecen ruedas paleolíticas. Incluso en los retratos que tiene de mujeres indígenas se encuentran estas interrogantes sutiles: ¿en dónde termina la pose, y en dónde comienza la mujer? Así se aprecia en Mujeres fantásticas, la serie compuesta de retratos y detalles que hacen una afrenta directa al cuerpo como un elemento estético y funcional.

5. La ruina como posibilidad plástica

Además de tener un ojo hábil para cuestionar el lugar social de la mujer, Garduño mostró una inquietud particular por lo que pasa inadvertido en la cotidianeidad. Esto es particularmente evidente en Bestiario, serie para la cual viajó durante años para recopilar detalles de América Latina que pudieran escapársele a la realidad sin salir completamente de ella. En esa tensión absurda fue que recorrió las comunidades autóctonas de Ecuador y visitó comunidades de distintas etnias mexicanas. En un intento de encontrar congruencia entre la imagen y la certeza que permite la vigilia —muchas veces irreconciliable

Referencias

Redacción. (2017). Flor Garduño: la otra mirada del surrealismo mexicano. 29 de abril de 2019, de MxCity