En algún lugar de la Ética de Aristóteles, éste afirma que lo que nos distingue de los animales es el habla. El habla como rasgo que marca una distinción entre nosotros y el resto de los seres vivos, puesto que esa distinción no se encuentra en los sentimientos. Sería erróneo pensar que el resto de la vida no siente o — como indica Aristóteles — siente de un modo distinto a como lo hacemos nosotros. Sin embargo, el lenguaje se manifiesta de un modo tan distinto que podemos afirmarlo como algo propio de nuestra especie. Esta afirmación lleva a pensar que el lenguaje es una habilidad que se adquiere evocativamente, pero también podría pensarse que es un órgano, un órgano mental que nos capacita para hablar. Como si se tratase de una mano, un oído o un ojo o un estóma- go… de ser así, de ser el habla un órgano, la gran pregunta que debemos hacernos es ¿qué sucede en ese órgano cuando hablamos? Del mismo modo que cuando comemos nos preguntamos ¿qué sucede en el estó- mago durante la digestión? Es fascinante adentrarse en la vida y las formas de la comunicación. Sabemos que los animales se comunican y las plantas y hablamos constantemente de inteligencia artificial, de la capacidad de pensamiento de las máquinas. Dividimos habla y comuni- cación: aquellos que no hablan no tienen el don de la inteligencia, por eso nos hemos apresurado en darle voz al software —Siri y Alexa—. Dos voces femeninas que escuchan —y seguramente graban— e interpretan nuestra voz y nuestros deseos.

Hasta hace muy poco si alguien mencionaba algún tipo de comunicación profunda con los animales se encontraba con la comprensión de quie- nes creen que es mejor asentir ante semejante fantasía o, en el mejor de los casos, ante una metáfora que indica un deseo pero que no ilustra realidad alguna. Hace poco se ha descubierto que existe un eje de comunicación intestino-cerebro. De ahí, que la frase „somos lo que comemos“ tenga una realidad infinita, puesto que las señales entre los intestinos y el cerebro viajan a través de neuronas como el nervio vago, que transmite el feedback de los intestinos a nuestras neuronas.

En otras palabras, el universo de la comunicación se ha expandido de un modo enorme y ha creado una duda dentro de esa alianza tan moderna, tan propia del mundo ilustrado entre la palabra y la inteligencia, entre el lenguaje y el poder. Ha crecido la certeza de que existe todo un mundo donde no habita palabra alguna y no por eso es un mundo mudo. Y de ahí que debamos preguntarnos, ¿qué sucede en ese universo?

La obra de Teresa Solar se desarrolla en la escultura. Hacer y esculpir son dos acciones distintas y en esta primera exposición en México la artista propone pensar esa diferencia. La mayoría de las obras aquí presentadas se desarrollan en el hacer, y esa acción está encaminada a entender precisamente la relación entre todos los mundos que no hablan y aquellos que sí. Históricamente hablando, cuando una obra de arte nos deja sin palabras es porque en ella sublimamos toda posibilidad de expresión lingüística y solo nos queda el silencio de la contemplación. La obra de Teresa Solar, sin embargo, sigue hablando. Sus esculturas modeladas son testigo del hecho que las manos, como las células del nervio vago de nuestros intestinos, pueden establecer una forma de comunicación directa con los materiales, con la forma y con el espacio. Cada giro en el torno sucede también en las manos y ese suceso crea un evento comunicativo del que las manos tienen memoria. Debemos observar el conjunto de las piezas de Teresa Solar como quien observa un banco de datos contemporáneo. Es cierto que no parecen grandes servidores a resguardo en cámaras frigoríficas, pero lo son. Se trata de un gran ensayo, no solo sobre la memoria de sus piezas, sino de la gran y elocuente memoria de todas las manos y gestos y tierras y tornos y formas y huecos, que el hacer en la cerámica de todos los tiempos, nos ha dejado. ¿Quién podría abordar mejor la necesidad de imaginar nuevas estrategias epistemológicas, no solo para tener un mejor conocimiento de todo aquello que nos rodea, sino para comprender que lo que no habla entiende y quiere poder decidir sobre su continuidad y sobre su historia?

Ah! De todas esas curvas de encuentros de manos y cosas y esos tubos que apuntan en direcciones curvas emerge una duda: podría ser que las palabras no fueran tan distintas de todas esas cosas, que no fueran en realidad sino representación y poco más y que de ese poco más hubiéra- mos hecho un mundo. Hemos hecho un mundo como Teresa Solar lo ha hecho. La información nos llega a través de los sentidos y necesitába- mos de un sistema de traducción —la palabra— pero ahora sabemos que podemos escuchar con las manos, pensar con el estómago y mirar a través de la piel.