Interesa, para esta nueva publicación, intentar un traslape generacional e intercultural: la pintura del colectivo De Cerca, con artistas jóvenes costarricenses expuesta en Kalú-Kiosco SJ; ojear una muestra en el Museo de Arte Costarricense, que enmarca un Lapsus Sinister. Confrontar estas visiones, a las esculturas de Amit Ganjoo de India, en cuyos gestos se transmite la incertidumbre que provoca tanta ansiedad en la vida actual; como también a un escultor malayo que habita en Hong Kong Chao Harn Kae. La idea de tan singular abordaje es corroborar una presencia angustiante, quizás por la aguda situación mundial, que eriza la piel del individuo creativo.

La realidad actual se caracteriza por ser aguerrida. Apreciar estas manifestaciones en el terreno de la cultura contemporánea, advierte signos de ansiedad, suspenso y hasta terror. En el arte joven costarricense -y, en particular, en la pintura-, hoy se pintan rostros cuyas miradas lo delatan, como lo que exhibe el colectivo De Cerca, curada por Konstantina Stiamatiades.

Y si trazáramos un puente sobre la cartografía de nuestra capital, San José, al Museo de Arte Costarricense (MAC), que aloja la muestra Lapsus Sinister. La angustia en la colección del MAC, curada por Byron González, advertiremos similares signos que develan un intersticio, cuando el artista resiente esos poderes que se ensañan contra la sociedad, que están grabados en la psique y conducta del habitante.

Guerra no aparente

La reyerta se gesta bajo aquel tripero tecnológico donde el adversario detenta con afilados aguijones, pero igual compunge. No es metáfora, es realidad. Apreciando la obra de otros artistas nacionales, a Priscilla Monge, con sus Sentencias de Muerte, 1994, quien borda la paradoja: el contrato que finiquita su propia existencia. Emilia Villegas, con Juguete rabioso, pintura de 1996 -ambas expuestas en MESóTica II: centroamérica re- generación, que itineró por varias ciudades europeas-, ella pintó a un personaje «toreando» a un objeto rabioso: al corazón humano. El ya desaparecido Rudy Espinoza en dibujos y grabados confrontó a la bestia: ave rapaz o coyote que se afirma delante de una puerta o ventana -pieza expuesta en Lapsus Sinister del MAC.

Crípticidad y pensamiento crítico

Los objetos artísticos son cajas de resonancias de la adversidad. El barro fue para fabricar utensilios domésticos dentro de un plan funcional o utilitario. Hoy día, son instrumentos para guerrear y delatar el acecho del enemigo, y aunque se interprete que la cosa no es con nosotros, sus tensiones afectan a la sociedad. Las miradas de los personajes que pintan los chicos del colectivo De Cerca, referencian los rostros pintados, entre otros, por Diego Arias Asch, donde pareciera que no ocurre nada, que todo está puravidísima, como se dice en la jerga local, sin embargo, la controversia invade, extorsiona, acosa. No está tan lejanos el arte del outsider, Héctor Búrke, quien colisiona contra las paredes de esa cueva cerebral donde emergen retratos, miradas y gestos con un espasmo ancestral, un dolor de la raza que no se doblega dentro de las profundidades del ego.

Hace unos cinco años, antes del deceso del célebre Joaquín Rodríguez del Paso, en una entrevista indagué su parecer: «¿Qué o cómo impacta a la cultura y en especial al arte en estos tiempos de aguda crisis que no es solo económica, sino política, religiosa, cultural?»

Pues algunos, respondió Joaquín, -y, sobre todo los más jóvenes-, optaron por desentenderse de estos asuntos en sus propuestas. Inclusive existen movimientos como el «cheverismo», que opta por ignorar la situación político-social en Centro América, o al menos darle un giro tal, que no aparece rastro de ninguna problemática de este tipo en sus propuestas, aunque ellos afirmen que sí los abordan.

(La Fatal Nº 2, 2015)

La cara del adversario

Esta guerra la atiza el mercado, entroniza tácticas de ataque con armas sicológicas, intelectuales, conceptuales entronizadas con tácticas del marketing. Nos ponen contra la espada y la pared, a quien no se comporte como consumidor; somos controladas por los monitores del comercio mundial, y si esos registros de venta no se mueven, vamos a ser ninguneados y puestos al margen.

Las cadenas alimenticias ensayan prácticas neofilibusteras, se ensañan para que consumamos «comida chatarra», pero de pronto nos percatamos de otra enfermedad de estos tiempos, la obesidad, y esa condición provoca mayores angustias. La mujer regordeta asemeja a las venus esteatopigias de la escultura del Paleolítico y Neolítico; cuando el sentido de belleza era ese, objetos del deseo exaltando las capacidades reproductivas. Hoy en día, sobre todo las bandas más jóvenes de la feminidad, sus cuerpos se someten a rigurosos regímenes para no parecer a la Venus de Willendorf, pero caen en depresión, al abstenerse de ir al mall, y enfermas de bulimia y anorexia.

La idea liberatoria de la felicidad, según Bauman, explica esa táctica de poder:

Pero sí que sé que, sea cual sea tu rol en la sociedad actual, todas las ideas de felicidad siempre acaban en una tienda. El reverso de la moneda es que, al ir a las tiendas para comprar felicidad, nos olvidamos de otras formas de ser felices como trabajar juntos, meditar o estudiar.

(Bauman, S. Entrevistado por Gonzalo Suárez, 2016)

El afuera es violento, descarnado, inseguro; el adentro cálido, nuestro. Pero hasta a la comodidad y calidez del hogar llegan las tácticas de dominación, la publicidad, nos convencen comprar lo que no necesitamos; también lo hace internet, los celulares, la ciudad está atestada de contaminación visual y sónica publicitaria, productora de basura que envenena al planeta. Aunque no veamos cañonetas, tanques, ni helicópteros artillados, las armas de esa guerra son las ideas, el pensamiento; son emplazamientos mentales adiestrados por los estrategas, no militares sino del marketing y la globalización.

Lapsus Sinister en el MAC

Me refiero a estas contingencias, pues el arte reclama a la memoria, y en el museo mismo, yo como espectador, sostuve estas sensaciones de terror, aunque no niego que también emoción. Aquel teatro de las oscuras sombras donde recrudecen las luchas del bien contra el mal, me atraía al (in)consciente, ansiaba volver al gran útero del mundo, para ponerme a salvo: el adentro de nuestro hogar, donde sentir seguridad.

Byron González, en el texto curatorial de esta muestra actual en el Museo de Arte Costarricense, plantea una intensa investigación para sostener su proyecto, me imagino que aquella bóveda del acopio, lo estimula a entrar en las teorías del psicoanálisis para explicar nuestras actuaciones delante al pathos, cuyo borde es un hilo impreciso y muy delgado. El curador sustentó la muestra en ejes como El origen de la angustia, Las dimensiones de la angustia, Un lugar siniestro, El que permanece oculto, La represión del deseo, Las fuerzas ocultas, y El fin de la angustia o regreso al origen. Se trata de una estructura que apuntala, vinculando la armazón conceptual con los títulos de las esculturas, pinturas, grabados, dibujos, muchos de los cuales son desconocidos, como también sus creadores. No dejo de evocar la plumilla La Niña, 1979, del cartaginés Fabio Cerdas, miembro, en los setenta, del Grupo La Puebla de los Pardos.

Amistad reconfortante ante la adversidad

Y ya que se habla de trazar puentes, demos una mirada al arte internacional, a la obra del escultor malayo Chao Harn Kae, quien invita a un jardín de ensoñaciones, con faunos, ninfas y centauros, pero cuyos rostros admiten miedo. Muy de cerca aprecio también el trabajo de otro escultor de la India, Amit Ganjoo, quien destapa la caparazón protectora con que encierra sus personajes, y, como quitarse una careta, devela a un ser descarnado, horrorizado por el exterior, y las noticias del mundo.

Ganjoo, es además el curador de «FRIENDSHIP» International Art Exhibition, en School of Fine Arts, IPS Academy Indore India, del 19 Agosto al 25, Gallery nº 1 SOFA. Define los frutos de su práctica artística como una “oda a la amistad”, abrasando, según sus palabras: «Una filosofía espiritual de la vida» (de Vasudev kuthambakkam), observa que «todo el mundo es una familia». O sea que habla de amistad, aunque seamos desconocidos, tal y como ocurre en redes sociales. Sin embargo, y en tanto la amistad enuncia su opuesto, el enemigo estará a la zaga, subvirtiendo con el aguijón de la discordia.

Amit adoptó la forma de la botella, no un simple contenedor de líquidos sino de historias. A este punto hago un paréntesis para referirme a otro simbolismo de la botella, cuando se le pone dentro un papel escrito con palabras que claman desesperadamente por auxilio, y es lanzado al océano (otro signo de lo incierto). En estas esculturas, a la superficie exterior emerge lo que está adentro, con un gesto desafiante, pero en otras, es una ventana que deja ver el rostro del personaje quien aúlla, para dejar sentir el presagio, desesperación y pulsión de la memoria.

Chao Harn Kae: Reminiscencias del barro

Este artista oriental se sirve del barro, materia origen del planeta-, para crear esculturas que son como el recuerdo impreciso de una imagen pretérita, cuya poesía retorna a la memoria por la mano del artista alfarero, y esa imagen de seres mitológicos combinan rasgos humanos, caras, manos, orejas, ojos, bocas, narices, y en ocasiones poseen partes de cuerpos, que experimentaron no solo pasar por el fuego para alcanzar el temple del material cerámico, sino simbólicamente el fuego de las vicisitudes de la vida.

En esas criaturas de Chao Harn Kae, prevalecen gestos de la mirada, en ojos y manos. No son cualquier mano la que modela Harn Kae, ni cualquier ojo ni mirada; su profundidad engulle hacia sus adentros poblados de poesía, pero también de terror. Esas miradas son un tamiz que bloquea la violencia del mundo, protegiendo su interioridad que pareciera ser más grande que su apreciado volumen.

El colectivo De Cerca

Pía Chavarría, Fabrizio Durán, Jonathan Dennis, Ignacio Quirós, Roberto Carter, curados por Konstantina Stiamatiades, pintan rostros en apariencia tranquilos, pero hierve una queja que develan las miradas. Son ojos de terror, de angustia, de resquemor.

Una de las piezas que más me anclaron de lo expuesto por Roberto Carter, es una figura femenina obesa: Mujer en el bosque, 2016. Uno, en tanto espectador, presiente la frustración de un cuerpo que se mueve intranquilo, atrofiado. Es una mole que me recuerda la pintura del mexicano Ricardo Martínez, que en los años ochenta pintaba doncellas mayas como si fueran pirámides; eran «un monstruo divino», contradictorio, pero no parecían terroríficas, a pesar de la monumentalidad de su porte, y referían a la cultura, al miedo ancestral por los procesos colonizadores que se ensañaron contra el arte de los pueblos originarios mesoamericanos y del resto del continente.

Lo que intento explicar es que el arte vuelve a los sujetos divertidos, lúdicos, en apariencia sin preocupación alguna, y me conectan con las esculturas de la connacional Leda Astorga, que, tras su apariencia jovial y feliz, surte la ponzoña y por detrás brincan los diablillos haciendo travesuras.

Las piezas de Pía Chavarría, y las de Fabrizio Durán, son retratos ataviados de fuerte tectónica, me recuerdan las pinturas de los informalistas franceses de la segunda parte del siglo pasado, Jean Dubuffet y Jean Fautrier, pero también La Visita, o Mujer III, 1953, de Willen de Kooning. Son portadores de una carga de emotividad encendida hasta hacernos preguntar con asuntos de la modernidad actual, y la electrónica, ¿dónde y cómo se activa la felicidad?, ¿existe la recarga?, ¿cuál es la clave de acceso a ese mundo que nos estira los rostros y nos hace ver tan cabizbajos? No están lejos de estas percepciones los rostros pintados por Ignacio Quirós, y los inquietantes paisajes de Jonathan Dennis.

El borde entre la angustia y la felicidad -y con esto cierro el presente abordaje-, es en suma poroso, todo depende del artista al seleccionar sus medios materiales, técnicos, como también los conceptuales, dependen de su intelecto, y postura delante al mundo, y una crisis que no toca fondo. Sin embargo, esos cuadros son como el antojadizo boomerang, que tras lanzarlo se devuelve, y si no sabemos cómo frenarlo entre las manos, golpea.