Mi generación es, probablemente, una de las últimas que creció rodeada de cámaras y fotografía analógica. Cuando era un niño nos hacían un retrato familiar, en un estudio en Heredia, donde aún se acostumbraba a usar la cámara de registro lento que se almacenaban en dos placas grandes de película. Debíamos estar quietos sin movernos por varios minutos. Era 1961 y aún recuerdo la experiencia mágica frente a esa enorme cámara de vista cuando literalmente se «encendía» la luz del flash.

Mi padre, que era ingeniero eléctrico trajo a casa la primera cámara Kodak Instamatic 700, en 1967, que introdujo toda una línea de fotografía de bajo costo con cartuchos de filme de carga fácil llamados formato 126. La cámara seguía siendo analógica, pero permitía ajustar manualmente la velocidad y el enfoque.

Pero mi inmersión definitiva en la fotografía analógica ocurrió en 1976 cuando ingresé a la carrera de periodismo y llevé mi primer curso formal de la mano del fotógrafo de origen alemán Rudolf Wedell. Con él tomábamos fotos usando cámaras réflex japonesas y luego revelábamos la película en el «cuarto oscuro» improvisado en la Escuela de Ciencias de la Comunicación.

Por entonces, la fotografía analógica no comercial había empezado a posicionarse como un género artístico merced al trabajo del Grupo F6 que había liderado desde su fundación en 1975 el artista Adrián Valenciano Álvarez.

Valenciano ya había abierto brecha años atrás como el primer fotógrafo regional en editar y publicar un libro antológico de fotografía analógica artística, Ensayo Fotográfico (1973, Editorial Costa Rica) que incluía una selección de su serie Los límites sobre el paisaje humano urbano, así como su serie sobre Retratos en escena representando actores de teatro y bailarines.

Los registros de dichas series se desarrollaron a lo largo de más de quince años de trabajo disciplinado y enfocado afirmándose estilísticamente en lo que hoy se conoce como «fotografía de autor».

Influencias decisivas

Valenciano no se inició en la fotografía hasta avanzada la segunda mitad del siglo XX, ya que merced a un error académico terminó saltándose la educación secundaria e ingresando a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica a los quince años.

Mientras aprendía formalmente sobre el dibujo, la acuarela, la xilografía y la pintura al óleo, trabajaba como asistente de dibujo en el estudio de ingeniería y arquitectura que Teodorico Quirós mantenía en Santo Domingo de Heredia.

Su iniciación en el dibujo no tuvo, sin embargo, que ver con la academia, sino con un curso por correspondencia que su padre le regaló a inicios de los cincuentas, y que le permitió aprender a dibujar historietas evaluado a distancia por el reconocido dibujante argentino Hugo Pratt, creador de la famosa serie El Corto Maltés.

Su facilidad para expresarse gráficamente le permitió servir como ilustrador de obras de la literatura nacional, así como le abrió puertas para que incursionara en la acuarela, de manera cercana, con la pintora Margarita Bertheau (1913-1975), y en la pintura al óleo con Dinorah Bolandi (1923-2004). El pintor y arquitecto Quico Quirós (1897-1977), por su parte, parece haber sido más una influencia en su desarrollo paralela como diseñador y luego arquitecto, no así en las artes plásticas.

Bolandi quien aprendió fotografía en Estados Unidos y luego sirvió profesionalmente como fotógrafa en Chile y Costa Rica, fue quien introdujo a Valenciano, entonces su discípulo, en el mundo de la fotografía analógica. En perspectiva, Bolandi perdió a un alumno de pintura, pero el país ganó un fotógrafo.

Valenciano aprende rudimentariamente de química a partir de su experiencia en artes gráficas y estudia la obra de fotógrafos artísticos como el francés Eugene Atget (1857-1927) y el húngaro André Kertesz (1894-1985), principalmente, que se ocupaban temáticamente del paisaje humano en contextos urbanos y rurales.

El nuevo medio presenta desafíos únicos para un artista plástico en ciernes. No obstante, la fotografía, a diferencia, por ejemplo, del dibujo en que Valenciano tenía un reconocido dominio, no se expresa directamente, sino por medio de recursos técnicos, ópticos y procesos fisicoquímicos.

Existe una clara renuncia al narcisismo que otras expresiones artísticas sí favorecen; por ello, resulta aún más elocuente el triunfo de la expresión personal en este medio. Desgraciadamente, como precisa muy bien el fotógrafo francés Brassai, «el campo de visión de los grandes fotógrafos es extremadamente estrecho».

Autenticidad

En el presente caso, Valenciano expresa tempranamente como Atget y Kertesz autenticidad, particularmente en aquellas imágenes que se ajustan a su necesidad, formación y personalidad, con sus lógicas obsesiones íntimas: el ser humano enclavado en la arquitectura del contexto donde se realiza el registro.

Es notable en sus primeras series la «verticalidad» intencional de los planos y el uso frecuente del alto contraste en fotos en blanco y negro que parecen despojar a los sujetos de una potencial simpatía obligando al espectador a ser partícipe empáticamente. No son fotos frías emocionalmente a pesar de que parecen largamente pensadas por el fotógrafo que cuida con esmero cada detalle en la composición de la imagen. No hay factores aleatorios visibles en su composición fotográfica «realista», principalmente, en la serie Sin límites, sobre las caras urbanas de la pobreza y el abandono, pero si la intencionalidad de sublimar el dolor y el drama, abstrayendo a sus personajes mediante una acción, una mirada o un gesto sencillo que afirman su humanidad evocando compasión, más no lástima.

Eso es lo que algunos llaman «abstracción» en la obra de Valenciano pero que tiene más que ver con la pasión del que profundiza la mirada sobre el sujeto/objeto de la foto y la humanidad/testimonio de quien queda registrado en la imagen final que sale del cuarto oscuro. Sus primeros trabajos reflejan, por ello, la intencional sencillez de sus influencias que traen otras imágenes a la memoria.

El centenar de fotografías de Valenciano, que hemos examinado, para la presente crítica fueron seleccionadas entre las miles realizadas a lo largo de sesenta años de carrera, e inevitablemente recuerdan otras fotografías de las cuales solo las más tempranas parecen evadir el destino de ser confundidas con otras cercanas y lejanas.

Tras la invención de la fotografía en el siglo XIX, el mundo se inundó con fotografías y las nuevas incluso las más auténticas y artísticas no pueden evitar la contaminación semántica. Cada imagen fotográfica produce reminiscencias del acervo global de fotografías. Aun las fotografías históricas de maestros consagrados están cargadas por esa realidad, porque cuando las apreciamos lo hacemos con el conocimiento de todo lo que se hizo antes en el campo.

Todas las imágenes, sin importar su fecha de creación, existen simultáneamente en nuestro mundo y recurrimos a ellas para darle sentido a otras imágenes. Esto aplica tanto a Valenciano como a cualquier otro fotógrafo de su nivel artístico y profesional.

La fotografía es como un río de imágenes interconectadas sin palabras pero que fluidamente se comentan mutuamente. Aquí es donde se pone interesante el análisis crítico de la obra de Valenciano, porque lo que produce no es estrictamente fotografía, aunque el medio esté claramente identificado.

No obstante, ha optado por desarrollar una fotografía acorde a su visión como artista, no como fotógrafo, por eso el “realismo” de sus fotos no aplica a la categoría de la fotografía representacional como la de tipo periodístico, sino más bien, usa el medio para crear algo que solo vive en su mente artística.

Cuando hablamos de fotografía y arte, hay mucha tela que cortar, especialmente en un entorno donde cada vez más, especialmente con la introducción de la imagen digital, los fotógrafos tienden a realizar una cuidadosa “puesta en escena” e iluminación de la composición en lugar de tratar de «descubrirla» lista en el mundo real observable. Esto es notable en los trabajos de fotógrafos como Gregory Crewdson y Jeff Wall, famosos por sus imágenes montadas.

Los recursos digitales disponibles impulsados por la tecnología han abierto, además, una nueva dirección con la fotografía de espectro total donde cuidadosamente se filtran las opciones cromáticas a través de rayos ultravioleta, visibles e infrarrojos que han llevado a nuevas visiones en el medio artístico contemporáneo.

Hace mucho dejamos atrás la manipulación de imágenes análogas en el cuarto oscuro con base en una estética surrealista como ocurría con pioneros como Man Ray o con la escuela Bauhaus en el caso de Moholy Nagy.

No olvidemos que estos últimos eran artistas que hacían fotografía, mientras que ahora estamos ante una ola de imagineros digitales que viven al amparo de la tecnología para convencernos de que sus montajes, puestas en escena y manipulaciones son arte.

Genius loci

La más reciente producción fotográfica de Valenciano ha estado enfocada en un proyecto de larga data centrado en el concepto del genius loci (el espíritu del lugar) que el autor define como «la particularidad del sitio» que a pesar de ser un concepto propio de la arquitectura ha invadido transversalmente su expresión en cada medio que explora.

Se trata de fotografías, nuevamente en blanco y negro centradas temáticamente en el paisaje rural de altura, boscoso, pero compositivamente envueltas en la niebla, la humedad, y las sombras. Reminiscentes de los paisajes de sus acuarelas, estas fotografías de una serie iniciada a fines del siglo pasado buscan afirmar lo esencial de cada sitio registrado visualmente.

No se trata de imágenes del vacío pese a la manifiesta penumbra que los envuelve, o las imágenes de personas que se desvanecen en el espacio, por la llovizna o la neblina, sino de metáforas sobre la existencia y la identidad que son consistentes con su realismo inventivo a lo Wyeth.

Porque sí Valenciano estuviera interesado en el realismo no se esforzaría tanto por crear obras elusivas emocionalmente y semiabstractas en su apariencia.

Convergencia analógica

A diferencia de los imagineros digitales de data reciente, los artistas fotógrafos analógicos como Valenciano llevan ventaja conceptual y técnica. Mientras la cámara digital permite tomar casi un ilimitado número de imágenes, el fotógrafo análogo puede tomar un máximo de 36 imágenes por rollo de filme.

Si bien es removible como la tarjeta de memoria de la cámara digital, su diferencia medular estriba en que cuando se empieza a tomar fotos en una cámara análoga empiezan a registrarse reacciones químicas en la película indistintamente de su formato – pasando a través de los lentes, la luz interactúa con los químicos en el filme, grabando una imagen en su superficie.

Una vez que todas las 36 fotos son tomadas, el proceso creativo continua dentro del cuarto oscuro, que algunos llaman laboratorio. Una vez allí, el fotógrafo procede cuidadosamente, conforme tiene lugar otra serie de reacciones químicas que involucran el desarrollo del rollo de película, la proyección de la imagen sobre el papel fotográfico y el desarrollo de una imagen final a partir de él.

Cada uno de esos pasos influyen decisivamente la apariencia final de la imagen y aunque podemos experimentar a lo largo del proceso hay reglas que siempre se deben seguir ya que hay leyes químicas aplicando.

La explicación es necesaria porque la mayoría de los usuarios de cámaras digitales ignoran la inversión de tiempo y esfuerzo que implica el proceso análogo. Hacer fotografía análoga profesional enfáticamente artística demanda muchísimo más que la imaginería digital.

Por eso artistas como Henri Matisse (1869-1953), quien usaba la fotografía análoga, han declarado que

La fotografía ha molestado mucho a la imaginación porque ha hecho ver las cosas desde fuera del sentimiento. Cuando quise liberarme de todas las influencias que impiden ver la naturaleza de una manera personal copié fotografías.

(«Reflexiones sobre el Arte», 1972)

Por su parte, el artista pop, Andy Warhol (1928-1987), quien tomaba continuamente fotografías análogas declaró que «la idea de esperar por algo hace que sea más excitante» y para el presente caso nada podría ser más cierto.

Tiene razón Valenciano cuando declara que las cámaras digitales, ahora incluidas en los teléfonos móviles, pueden tomar centenares de imágenes con mucha libertad y despreocupación. Pero esto que es bueno para un selfie o un recuerdo puede ser algo también negativo.

Valenciano como otros fotógrafos artísticos en el medio analógico tiene 36 oportunidades para capturar el momento perfecto y obtener justo la imagen que quiere, por cada rollo de película, pero todo bajo una perspectiva nueva, ciertamente no esclava de lo urgente.

Las fotografías analógicas obligan al fotógrafo a estar más enfocado, a conocer mejor su medio, a no ver la imagen en el visor antes de desarrollar exitosamente la película, por lo tanto, pondrá más atención a la composición, los colores, la luz y elegirá el contexto escénico con cuidado.

Y esto, desde el punto de vista técnico es impecable en la obra de Valenciano examinada. Pero, seguiría siendo insuficiente si no estuviéramos ante un artista que integra eficazmente el dibujo, la acuarela y la fotografía en un concepto estético que transmuta el espacio capturado por la cámara analógica permitiendo que este adquiera por medio de la imagen un nuevo sentido, una nueva percepción.

Metáfora y proceso

Debo confesar que me sorprendió al principio, que Adrián se enfocará en la acuarela y el dibujo con mayor intensidad a partir de mediados de los ochenta, en detrimento de la fotografía analógica en que ha realizado sus principales contribuciones.

Pero una observación retrospectiva del conjunto de su obra explica elocuentemente la convivencia de distintos medios de expresión en su práctica artística. La gráfica fue primero, en su carrera, y nunca ha dejado de ejercitarse en ella.

Su objetivo ha sido siempre representar el paisaje, mayormente urbano, de una ciudad que muchos coterráneos consideran fea, pero que él como dibujante y arquitecto cree llamada a ser más y que debe protegerse.

Sus dibujos influidos inicialmente por el arquitecto y dibujante de origen húngaro Theodore Kautzky (1896-1953), se caracterizan como su fotografía por la verticalidad del plano. Las líneas trazadas con pluma fuente y marcador destacan los edificios y el entorno urbano con un estilo que evoca fragilidad en su complejo entramado haciendo lucir a las construcciones como si vibraran.

Como en sus acuarelas y fotografías cada detalle está pensado. Su cuidada observación permite registrar los detalles de las aceras y el enmarañado tendido eléctrico que domina la urbe josefina.

La transición e integración de su dibujo con la acuarela y la fotografía es posible merced a dos factores principales: uno técnico y otro conceptual. Técnicamente los tres medios coinciden en la ausencia y presencia de la luz para crear ambientes temáticamente desolados, tristes y dramáticos haya o no un sujeto humano inmerso en ellos, y conceptualmente su proceso creativo descansa en el poder de la metáfora sobre el drama de la vida y su consecuente tristeza y hasta amargura.

Esto último lo debe, definitivamente, a su propia experiencia vital y a la influencia del artista estadounidense Andrew Wyeth (1917-2009) con el que coincide emocionalmente a través de los dibujos, acuarelas y pintura con témpera y la técnica de la brocha seca que lo caracterizaron por evocar la evasión y el vacío mediante el uso de metáforas.

Wyeth, a quien Valenciano ha estudiado mucho tiempo, intentaba capturar la calidad de lo que llamada el flash abstracto en sus obras, es decir la selección de elementos visuales de la realidad que había observado y quería representar.

Pongo muchas cosas en mi obra, que son muy personales para mí. Así que, ¿cómo puede el público sentir estas cosas? Considero que la mayoría de la gente llega a mi obra a través de la puerta trasera. Son atraídos por el realismo y sienten la emoción y la abstracción – y eventualmente, espero, obtienen su propia y ponderosa emoción.

(«Andrew Wyeth: Un autorretrato hablado». por Richard Meryman)

Creo honestamente que la gráfica y la acuarela en Valenciano están al servicio de su fotografía de autor. No obstante, una fotografía no puede domesticar lo que muestra. Debemos abandonar la práctica de hablar de las fotografías como si fueran idénticas al tema que representan.

Es cierto que las fotografías de Valenciano también son imágenes – formas organizadas sobre una superficie bidimensional - que gradualmente se han hecho parte de la historia local de las imágenes, pero una imagen derivada de una visión artística integral como la suya siempre quedará atrapada en la tensión entre dos mundos: el mundo de algo triste y negativo que nos moverá a responder moralmente y el mundo de una «imagen artística» que generará una respuesta estética.

El brillo del arte y la amargura de la vida son parte del mismo yugo. No hay forma de escapar de esta tensión permanente. Ni siquiera para un artista avezado, inteligente y sensible como Adrián Valenciano Álvarez mediante su continua transmutación analógica.