A lo largo de cinco décadas, Eduardo Terrazas (Guadalajara, 1936) se ha concentrado en reconquistar la belleza a través de una utopía quizá no tan inalcanzable: contener y representar el movimiento perpetuo de nuestro paso por el mundo. En este reordenamiento cósmico, en donde la tierra está rodeada por cuatro fuerzas: la gravedad, el electromagnetismo, la energía nuclear fuerte y la débil, es donde las obras inéditas de Universo también encuentran un lugar. A primera vista, podríamos inferir que las tres series que conforman este conjunto de obras (Huellas, Texturas y Universo) son anotaciones preliminares a las variaciones infinitas y minuciosas sobre el cosmos. También podríamos afirmar que son trazos impregnados de la vanguardia o de los movimientos artísticos de la posguerra, pues en ellos se advierte la influencia de la gestualidad simbólica de Vasily Kandinsky, la caligrafía psíquica de Henri Michaux, las Texturologías de Jean Dubuffet o el dinamismo de Gordon Onslow Ford. No obstante—y aunque alguno de estos dos supuestos sea inequívoco—en el momento que Terrazas aclara con toda firmeza que “nos hemos olvidado de la belleza”, quebrantada desde que la bomba atómica estremeció a la tierra y suceso que el artista denomina como “el parteaguas”, la hipótesis sobre el origen de estas obras no sólo se transforma, sino que nos adentra en lo más profundo de la mirada sensible, perceptiva y terrenal del artista. Pues el interés enciclopédico de Terrazas por entender el engranaje social y cultural que impulsa el crecimiento exponencial del mundo nos reafirma que estas obras no son esbozos ni están dictadas únicamente por una gestualidad impulsiva y moderna.

Es ineludible intuir entonces que los dibujos oscilantes de la serie Huellas no son fragmentos de una escritura imprecisa, sino más bien fibras y nervaduras, átomos elásticos que se atraen y se repelen; que las líneas agitadas y titilantes son en realidad imágenes tangibles de aquel Cosmos metafísico. Lo que desentrañan estas obras expresivas y orgánicas—y por lo tanto distantes del lenguaje abstracto-geométrico—es la posibilidad de volver visibles las texturas, fuerzas, velocidades y magnitudes tanto de espacios geológicos y celestes, como de los elementos primigenios que le interesan al artista: agua, tierra, fuego y aire. Es decir que, en el movimiento perpetuo e infinito de su Cosmos, no sólo existen trayectos y sistemas, sino también ruidos atmosféricos, vapores, gases, polvos, moléculas y partículas que se propagan en el aire. Al suponer que estas sustancias y materias casi microscópicas se pueden hacer visibles, nos adentramos en un capítulo crítico para entender que al artista mide y evalúa constantemente la evolución del universo.

En la serie Texturas encontramos dos dimensiones que nos hacen entender este pensamiento caleidoscópico e inquisitivo. La mitad de los dibujos están conformados por marcas firmes, trazos impetuosos, puntos y líneas precipitadas que se abigarran sobre el papel y que fácilmente podríamos confundir con frottages hechos sobre piedras o suelos escarbados. Pero su aspecto es tan indefinido como el de las imágenes persistentes, aquellas que se quedan por un lapso breve en nuestra mente después de cerrar los ojos. Estas imágenes no son nítidas ni mucho menos representan la realidad de lo que observamos, más bien son imágenes abstractas y pasajeras que suceden debido a un fenómeno óptico y que se disipan una vez que ha pasado el instante. De la misma forma, en los dibujos de Texturas nuestra percepción se modifica cada vez que volvemos a mirar, pues las líneas se interrumpen y contraen para crear tejidos y superficies imprecisas e ingrávidas. La otra mitad de los dibujos son aún más compactos, y de ellos sobresalen cuerpos geométricos atravesados por medias curvas y trazos perpendiculares. Estas retículas oscilantes parecen anunciar los rasgos de una arquitectura estrecha, apuntando quizá a un tema que también le interesa al artista: la densidad como magnitud que representa la huella del hombre y la propagación desmesurada de las cosas. En su conjunto, Texturas resume, desde una mirada microscópica, aquello que imaginamos incorpóreo e invisible pero que también precipita la condensación de la tierra.

No es casualidad que el título de la exposición sea precisamente Universo, y que las pinturas del mismo nombre recojan todos los rasgos de los dibujos con mayor sensibilidad. En las pinturas, Terrazas cubre las superficies de tela con capas de pintura acrílica, la cual a su vez rasga y agrieta dejando al descubierto un entramado de visiones cósmicas y terrenales. Pues detrás de cada corteza no sólo se atisban nuevamente magnitudes como la densidad y la velocidad, sino también la intención de sustraer todo aquello que sobra. Finalmente, lo que nos da Universo es una visión metafórica del mundo, pero no por ello deja de lado la posibilidad de poder especular sobre la aceleración del futuro y la búsqueda de la belleza.