En el artículo anterior, se discutió la difícil articulación de la crítica y la teología en el arte moderno. Bajo este contexto, emerge el aporte del artista ítalo-costarricense, Alvaro Bracci.

Ya hemos escrito en otras ocasiones sobre Bracci. Su nueva obra, que le ha tomado dos años de ejecución y casi tres décadas de conceptualización, se centra en el formato de un libro gráfico y lírico inspirado en el vía crucis cristiano que ha titulado en latín Crucificatur (Crucificado) y que ha editado de su propio pecunio.

A diferencia de otros creadores, la obra de Bracci, como hemos apuntado antes, es una sola conceptualmente; si bien temática, técnica y espacialmente ha variado desde su primera exposición individual en 1978. Cada uno de sus ciclos como dibujante y pintor está vinculado —casi siempre— a exposiciones individuales en lo particular y no a etapas de desarrollo conceptualmente diferenciadas.

Sus tres primeros «períodos» como artista, entre 1978 y 1984 (tres exposiciones individuales correspondientes), definieron su concepto plástico: una obra figurativa y geométrica con base en formas volumétricas y esféricas. Esta obra está inspirada tanto en las matronas italianas como en las indígenas latinoamericanas; está dominada por una composición limpia y precisa (dibujada primero y más tarde pintada con base en los pigmentos del óleo), enmarcada por una arquitectura con base en arcos y marcos.

La obra y carrera artística de Bracci, debe señalarse, ha sido influida tanto por su personalidad como por su formación religiosa y profesional, así como por su disciplina académica y sensibilidad. Sus padres lo matricularon en un colegio de curas, el San Filippo Neri, en Roma; más tarde ingresó al Seminario Pontificio Romano donde pasó tres años y desarrolló una antipatía por el sistema eclesiástico católico y, colateralmente, un interés profundo por el arte. Aunque luego, a su pesar, eligió una rama técnica en un politécnico romano, donde la metalmecánica y el diseño industrial se convirtieron en oportunidades antes que obstáculos para su desarrollo creativo hasta el día de hoy.

Las estaciones de la cruz

El camino que recorre Jesús es conocido como la vía dolorosa o vía crucis (el camino de la cruz); originada en el siglo III d. C., se ha convertido en una práctica devocional cristiana donde los participantes se sumergen en la historia de los últimos sufrimientos de Jesús sobre la tierra, acompañándolo metafóricamente desde su juicio a mano de las autoridades romanas hasta su entierro.

«La pasión de Cristo» (estaciones de la cruz) ha sido abordada en obras anteriores por Alvaro Bracci. En 1987, desarrolló un proyecto basado en los evangelios del Nuevo Testamento que cubrieron por varios años los muros de la Iglesia de San Ramón y que confirman su interés en revolucionar la percepción espiritual a través de su obra. Sin embargo, en el pasado, su imaginería se inspiraba en el texto bíblico como punto de partida para construir una alegoría conectada con la cotidianidad contemporánea. Mientras que, ahora, hace en su libro una lectura diferente al crear un contexto alternativo al bíblico para su interpretación. Me refiero al contexto fabril y obrero: los medios de producción capitalistas, el transporte moderno, los personajes femeninos dolientes y la niñez desamparada.

La pretensión del artista no es celebrar a Cristo, o mostrar fervor, si no evidenciar la necesidad de la esperanza por medio de la fe que queda a los pobres, perseguidos y marginados de este nuevo mundo mediante el ejemplo de un Cristo que se sacrifica por la humanidad. Hablamos de una experiencia dolorosa, pero empáticamente accesible para quienes sufren diariamente por el abuso, la injusticia y la inequidad y cuyas necesidades físicas, emocionales y espirituales están insatisfechas.

En una entrevista que le hice en octubre de 1984 para el libro Cofradía, el artista declaró:

Mi arte no es representativo, es constructivo no se puede comparar con la naturaleza, está en la propia pintura, color, composición y textura.

Prima una narrativa personal en medio de la armazón gráfica que sostiene cada una de las quince escenas de su versión del vía crucis. No me refiero meramente a la anécdota de los elementos fabriles que dibujaron su entorno, tanto en su tierra natal como en su tierra adoptiva —tales como ruedas, barras, poleas, cadenas como parte de sistemas mecánicos y engranajes productivos—, sino al control que brindan a su expresión gráfica proveyendo equilibrio compositivo, en un lenguaje plástico que habla de un estilo personal. No olvidemos que Bracci, más que un pintor, es un probado artista gráfico que suele pintar sobre su gráfica.

Pintura gráfica

Bracci es un dibujante consumado que construye sus escenas con base en su vocabulario de diseñador industrial y los componentes mecánicos de su profesión. Si observamos retrospectivamente, la mayor parte de su obra está sostenida como un vitral por la trama gráfica que la aprisiona. Por ello, habla a menudo de su anhelo de libertad a través de su expresión plástica ¡Qué mejor metáfora de la libertad que un Cristo que cumple su misión y propósito sacrificándose para liberar y liberarse mediante la muerte en la cruz de la prisión de nuestros pecados! Por ello, ante la interrogante ¿qué encuentra en su obra: libertad o seguridad?, el artista responde sin ambages: «Busco libertad». No hay pretensión intelectual, ni articulación conceptual.

En cada una de las quince estaciones (capítulos) de su libro, los personajes caricaturizados son aprisionados en una trama fría, casi monocromática, que evoca como narrativa un destino manifiesto. Como ha indicado el artista:

Para mí el gris es una mezcla espiritual, es la exigencia interior de un espíritu sensible a las más débiles modulaciones del mundo interior.

Los tres colores dominantes, de su apretada gama, en esta obra son el rojo, el negro y el blanco; evocan respectivamente el sacrificio, la muerte y la paz. Es notable como los colores, aunque limitados, expresan mejor las emociones de cada estación que los mismos textos del poeta Jorge Debravo desperdigados alusivamente en las esquinas de las páginas, en un desesperado llamado, casi literal, a la acción cotidiana. Uno podría disfrutar igual el libro sin los pies de página o las citas complementarias.

No es el primer artista en ocuparse contemporáneamente del vía crucis. A diferencia de otras propuestas contemporáneas, que la usan como excusa para denunciar —contingentemente— la situación de los trabajadores inmigrantes, de las víctimas de la discriminación racial, de los pobres y de los mentalmente enfermos (entre otros temas políticos y sociales populares), cuando recorremos el camino al Gólgota de Bracci —con su hierático Jesús, gráfico y lírico—, reconocemos más ampliamente los senderos dolorosos que muchas personas y sociedades han tenido que transitar a lo largo de una historia que parece repetirse con estertores cada vez más dramáticos. Pareciera que la humanidad, tras cada repetición, vuelve en no, en lugar de volver sensatamente en sí.

Esta es una obra de madurez de un artista gráfico que busca tácitamente reconciliarse con su fe perdida, décadas atrás, en un seminario pontificio italiano; se esfuerza por dejar de seguir a hombres e ideologías de izquierda para enfocarse en la esperanza al final de su jornada personal y artística.

Creo sinceramente que Crucificatur es una obra gráfica, concebida y ejecutada con excelencia, que puede contribuir a un entendimiento más profundo de lo que el mismo Jesús hizo dos mil años atrás cuando anunció públicamente su ministerio leyendo en la sinagoga de Nazaret el siguiente pasaje del profeta Isaías:

El Espíritu del Señor Soberano está sobre mí,
porque el Señor me ha ungido
para llevar buenas noticias a los pobres.
Me ha enviado para consolar a los de corazón quebrantado
y a proclamar que los cautivos serán liberados
y que los prisioneros serán puestos en libertad.

(Isaías 61:1, NTV)

La pasión de Cristo no termina en la cruz. El episodio final no es su muerte, sino su resurrección. No obstante, la tumba vacía atestigua que está vivo y que es real, entonces, ahora y siempre.

Ciertamente, conforme Bracci nos hace recorrer con nuestra alma en vilo las páginas en su obra impresa sobre la vía dolorosa, no convierte a Jesús en víctima, no explota su sacrificio para ganancias temporales; todo lo contrario. En su tratamiento inteligente, pero respetuoso, el artista no puede ocultar, por más terrenales que sean las lecturas que se hagan sobre su nueva obra, por qué Jesús hizo lo que hizo y logró, con su extraordinario sacrificio, sin egoísmo, devolver la esperanza a un mundo cuya historia dividió para siempre en un antes y un después.