Horizonte espinoso, proyecto de las curadoras invitadas Gabriela Sáenz Shelby y Sofía Víndas Solano, inició con renovados bríos el 2021 en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC).

Visitar la propuesta confronta a un eje que en particular me interesa: la conservación ante los nubarrones que oscurecen el panorama medioambiental debido a quemas, tala de bosques, contaminación de mantos acuíferos, ríos, humedales, mares, humos cargados de plomo y debido a prácticas agrícolas irresponsables. Sáenz y Vindas, en uno de los textos de pared argumentan que estas son «consecuencias de la aceleración social y material motivadas por el carácter de las actuales interacciones humanas y su manera de relacionarnos con el medio ambiente».

El costo de este movimiento frenético, implica pérdidas humanas y naturales. El resultado es el caos y la devastación de nuestros patrimonios biológicos, la desaparición de los humedales, la explotación agrícola y la indiferencia ante el drama de la inmigración y sufrimiento del prójimo.

Es un tema esencial; pone el dedo en la llaga en tanto que afecta no solo al entorno natural, si no que también a la cultura, a la economía, al sistema social, pues si la natura enferma lo haremos también nosotros, lidiando en medio de la pandemia.

Importa que el artista se compenetre con el suelo que habita y camina, el que le brinda sustento, en tanto es el territorio destinado para sacarle frutos al planeta. Es una percepción fundamental cuando el arte se mezcla con el agro. Motiva a referenciar a artistas, aunque no están en la muestra, como el guatemalteco maya Ángel Poyón con Peinar la tierra, 2018. Utiliza sus propias manos y hasta las uñas, como si fueran herramientas para la subsistencia alimentaria; evoca la práctica de Mariela Richmond en la campiña en las faldas entre el Irazú y Turrialba.

Si en el arte del ayer los artistas representaban el paisaje, hoy en día importa la no contemplación, el centro de interés esta en la interacción con lo natural; simbolismo de enaltecer la materia origen: tierra, lodo, agua, piedras. Es la piel verde que recubre el suelo para provocar la conciencia sobre el inminente peligro de lo que mal hagamos al entorno se nos devuelva.

En otro estrato a observar, participé —durante el 2020— en un grupo de intelectuales de diversas áreas de las ciencias sociales y la cultura. Me percaté de que se piensa que los artistas solo nos ocupamos de pintar lindas rosas o paisajitos dulzones y complacientes, sin interesarnos en las problemáticas de la historia o de la memoria cultural y que ni mucho menos nos acercamos al árbol de las ciencias puras. Esta es la razón por la cual considero vital este eje del ambiente en la muestra y de la conducta ecológica que deriva; pues si bien las rosas son tersas y simbolizan lo delicado, en oposición son como ese horizonte que posee espinas y refiere al desaparecido Pedro Arrieta (1954-2004), autor de la instalación aludida.

Las entrevistas a artistas como la de Diana Barquero en 2020 —sobre un colectivo mesoamericano de artistas quienes demuestran sensibilidad hacia el uso de la tierra y el agua en la obra de arte— fueron importantes porque demostraban el interés del arte contemporáneo de explorar terrenos de las ingenierías del agro. Abordajes como el de Stephanie William en Cuadro O, 2018, expuesta bajo los mismos aleros del MADC, curada por Daniel Soto, son signo de las prácticas artísticas actuales en la historia e investigaciones afines al científico social y de las ciencias exactas. Incluso en esta propuesta, la pieza Devenir en azules, 2019 —también de Williams— revisa el croma del firmamento y el tiempo atmosférico. Lo compara con un test de círculos con matices de azul cian; sin embargo, llama poderosamente la atención el video de ese firmamento de nubarrones que a veces se tornan oscuros y ciernen el signo de incertidumbre, carácter de esta propuesta.

La obra de Carlos Fernández Where Light is Needed (Donde se necesita la luz), pintura e instalación del 2019, es oportuna en tanto que es hecha desde la pintura, es una constante en él, pero sobre todo, asume su trabajo desde los argumentos ambientales. Son signos contundentes que nos confrontan a esos cúmulos de tierra disgregados sobre la superficie de la sala 1. Estas provocaciones motivan a internarse en lo que sabemos y creemos respecto a la materia origen.

El francés Pierre Huyghe (1964), en sus instalaciones, perfila un escenario que parece venirse encima; este es un panorama al cual debemos consideración. Me recuerda una lección de don Paco Amighetti al referirse a la contemplación activa que los orientales demuestran por la naturaleza pintan una natura enorme, serpenteante, encabritada y a una figura humana, diminuta ante la percepción de la inmensidad.

Diana Barquero experimenta con diversos cúmulos de materiales en los cuales el agua es centro de atención ante la privatización y comercio del líquido, pero ella no habla de negocios, habla de contaminación, habla de amenazas. Por su parte Cinthya Soto, toca el tema del vital elemento con su video-instalación Yo-ver, al mirar hacia arriba, provoca la conciencia sobre la lluvia y el agua en nuestras vidas, para el agro, humedales, bosque, y consumo humano.

Vuelvo a Barquero, quien desde hace tiempo aborda la tierra y el agua desde sus simbolismos, afectados a veces por la catástrofe, el desborde y la afectación del mismo entorno. Recuerdo su propuesta en el Tanque del MADC, 2017. Diana misma comenta:

El agua, además, rompe con el imaginario existente sobre la idea de borde o límite entre zonas protegidas y zonas productivas y, por lo tanto, es el medio que nos puede ayudar a repensar y rejerarquizar el lugar que ocupan estas materialidades en relación con la tierra, con nuestros cuerpos y los cuerpos de otros seres. (Barquero, D. La Finalísima, entrevista de LFQ. 2020).

Viene al caso también la posición de Lucía Madriz en la mesa de investigación por Costa Rica en el Continuo Latido-americano de Performance 2020. Su discurso fue un clamor social y cultural en un constante estado de la cuestión, a pesar de tanto somnífero con que el poder hegemónico pretende adiestrarnos a permanecer callados. Dijo Lucía:

Sanos nosotros, sana la Tierra y al revés: sana la Tierra, buena la cosecha, buena el agua, buena la salud. Las luchas ecológicas no son algo separado de nuestro bienestar. Las luchas ecológicas son parte del bienestar humano porque como expliqué antes, nosotros somos parte del bioma.

Escaleras Blandas de 2003 de Sila Chanto tiene un carácter de asenso y alguna cuota de espiritualidad, evoca aquella pieza rockera de Led Zeppelin, «Escalera al cielo», o al libro del Génesis 28 sobre el sueño de Jacob de la escalera por donde los ángeles bajaban y subían.

La pieza de Juan Luis Rodríguez (Premio de Cultura Magón 2020), Memoria del agua —que es un estudio de Max Jiménez (1900-1947)— fue acicate para volver al museo. El pensamiento me instigaba a repasar esta referencia a un pintor y poeta antecesor al arte moderno en el país: unos retratos de ancianos de varias edades en torno a una piedrita blanca la cual asoma la figura de un infante, parece aun flotar en los líquidos amnióticos contrastando con los gestos quebradizos y resecos de los viejos.

Marton Robinson, No le digas a la mano derecha lo que hace la izquierda, 2019, nos detiene a seguir el ejercicio de des-borrar las etiquetas y estereotipos raciales y culturales.

Me detuve a saciarme de bríos de catador de comentarios con las piezas de Victoria Cabezas, S/T, ambas de 1983. Es persistente autorretratarse dentro de entornos vivenciales y psicológicos oscurecidos por el croma de la goma bicromatada al óleo. Una vez más aproveché para advertir la percepción aérea y vertiginosa de aquellas figuras flotando en el firmamento que provocan vértigo de Patricia Belli de Nicaragua.

No pasó desapercibida Paisaje, 2006, de Federico Herrero de la colección del MADC; en tanto que refiere a las contingencias de la ciudad, la desfragmentación y la recomposición de signos latentes que pueblan y demarcan el enigmático y espinoso territorio urbano.

Agucé el oído para advertir el choque de dos piedras, cuyas esquilas se proyectan en la sonoridad sinestésica del video de Cristhian Salablanca. En esta misma zona del proyecto expositivo me resulta chistoso y a la vez cuestionante el maromero de Marco Guevara; alude, pienso, a tácticas de poder para hacernos dar esos giros en el espacio de lo ilusorio y lo virtual.

Encarnar de Karla Herencia sugiere avistar hacia un paisaje anecdótico que motiva a repensarnos con los pies en la tierra indagándonos ensimismados ¿qué somos? Héctor Burke encuentra en un paisaje de sombras titulado Máscaras la clave para interiorizar la cotidiana mirada sobre nuestra mismidad.

Hay piezas de los emergentes que claman por mayor atención, como la propuesta de Marjorie Navarro. Esta es una especie de bejuco colgado en alto, con la particularidad de que es cabello, y pensarlo provoca dolor; es un recurrir a situaciones tan ásperas para construir el concepto de lo artístico, o quizás fugarse de lo tortuoso de la existencia, aunque sea colgándose del pelo.

Cala en la conciencia Jaguar, 2019, de Juan Carlos Zúñiga, es un tiesto de cerámica guanacasteca enmarcado en pasto seco; el ensamble refiere a esas vicisitudes de la memoria del ancestro, tanto como a los elementos del planeta. Requieren conservación y aprecio: el arte nacional no empezó con los dibujos de Figueroa (aunque si es parte del asunto), ni con la llegada de los maestros europeos a fundar la Academia de Bellas Artes, a finales del siglo XIX. Importa descolonizar esa percepción pues el arte de Costa Rica empezó con los pueblos originarios pre-hispánicos y deberían estar representados en este compendio.

La vitrina del Colectivo Hapa, con su «orientalidad», es significativa en tanto refiere a una arqueología actual de la heredad, como la de la comunidad china que conforma nuestra rica diversidad cultural. Es un carácter de escritura inventada por las mujeres a través de los objetos e indumentaria para comunicarse con otras mujeres Nü Shu.

Entre A y B de Verónica Alfaro es signo de la investigación en torno a nuevos lenguajes que sustentan un compendio artístico como este, se convierte en una piedrita metida en el zapato. Rememoro, en otro espacio meditativo ante el acontecer actual, aquel boquete en el muro de Jhafis Quintero, Solo existimos cuando nos comunicamos, 2010. Es como el segundero de una métrica del tiempo (idea del metrónomo que marca el pulso), es desesperanzador o por el contrario esperanzador, tal y como suele ser ese horizonte punzante para muchos. Latente de Alejandra Ramírez es un video que provoca repasar los conflictos de lo urbano y la psique colectiva que es como un molde de dura materia que nos modela a cada instante.

Sobre la propuesta Vigilia en pie de muerte, 1990, de Rafael Ottón Solís interpreto al artista ensimismado en lo catecúmeno y en el templo que él lleva dentro de sí, aunque pienso que su imaginario simbólico está poblado de comentarios sociales y ecológicos vitales de externar.

Pero también se repasa disyuntivas que en su momento dejaron huella en la conciencia, como la instalación de Manuel Zumbado Espacios de meditación, 1994 o las fotografías de José Alberto Hernández de la Serie Negra, 1999. O la pieza de Andy Retana Fragmentos cerámicos que inyecta dudas de lo que estamos mirando. En esta misma zona aprecio la pintura de Adrián Arguedas reconociendo la identidad local ante signos como la confrontación social, abandera una amplia carga de significados ante esos matices de lo político y social. Me impresiona concienzudamente la fotografía Arqueología estratigráfica, 2011, de Esteban Piedra y su abordaje a la física, tan generadora de interés con vectores detonando en los diversos ángulos del museo.

El mensaje de Priscilla Monge, con esto cierro esta aproximación a Horizonte Espinoso, propuesta del MADC para abrir la celebración del Bicentenario de la Independencia Patria 2021 de que el museo es un poliedro de lo espiritual —un decir serio pero travieso— clava sus espinitas a pesar de la seriedad que conlleva confrontarnos con nuestra interioridad en el templo de la cultura oficial. Calza con la idiosincrasia e identidad del connacional con la experiencia personal de cada uno al enfilarnos en el campo de batalla, en línea de fuego, a pesar de nuestra vulnerabilidad delante de las paradojas del arte de hoy.