Hija única nacida en una familia aristocrática chilena, bisnieta del humanista y filántropo Andrés Bello. Su padre, Augusto Matte Pérez, diplomático, se convierte en su más grande sostenedor.

Rebeca nace el 29 octubre del año 1875, su madre, Rebeca Bello Reyes, luego del parto, desarrolla una enfermedad mental, lo que lleva a la niña a crecer junto a la abuela materna, Rosario Reyes, quien la introduce al cenáculo intelectual y cultural de la época en Chile. Conocidas eran las visitas de José Victorino Lastarria, Alberto Blest Gana, junto a otros renombrados intelectuales del tiempo.

Siendo adolescente se traslada a París con su padre Augusto. Hacia fines del siglo XIX, viaja a Roma para seguir clases con el importante escultor italiano Giulio Monteverde, intensificando su gusto por lo clásico. Posteriormente vuelve a París e ingresa a la privada Academia Julian, en donde asiste a clases de desnudos en vivo, algo impensable para una mujer en el contexto tradicionalista chileno. Es aquí donde encuentra a los grandes escultores Denys Puech y Ernest Dubois, maestros que marcarán su estilo con el dramatismo y la expresión en boga por esos años, lo que le ayudará a transmitir quizás sus propias tribulaciones, impregnando de ellas los nobles materiales con los que trabaja sus obras.

Rebeca Matte tiene 25 años cuando es seleccionada por unanimidad para acceder al Salón de París de 1900. Su obra Militza (1900) le abre las puertas a este gran salón internacional de exposición. La escultura contiene una gran carga dramática, inspirada en la obra teatral del escritor francés Francois Coppée, Pour La Couronne. Hoy se encuentra en el Museo de Arte y Artesanía de Linares, Chile.

En 1901 Rebeca contrae matrimonio en París y de la unión con Pedro Felipe Iñiguez en 1901, llega su querida y única hija María Eleonora (Lily) en 1902, esto hace que modere su ritmo de producción para dedicarse a su pequeña hija. Vuelve a Chile por unos años sintiendo prontamente la necesidad imperiosa de emigrar.

Se radica con su familia en Toscana, Italia, en donde residirá desde 1913 hasta su muerte en 1929.

Sus años en Italia serán muy intensos a nivel familiar y artístico. El año 1913, es particularmente doloroso para la artista pues muere su padre, perdiendo uno de los soportes más importantes de su vida. Es el año de su obra La Guerra (1913), en donde se refleja y revela, no el rostro de una guerra ganada porque en una guerra todos pierden algo, sino el contraste de dos mujeres, la vida que inútilmente busca repararse de la muerte inminente. Este monumento se encuentra en los jardines del Palacio de la Paz, en La Haya.

Tal es el amor que la une a Italia que, por vía testamentaria, dona algunas de sus obras a la Municipalidad de Florencia. Es así que, con orgullo, hoy podemos ver exhibida en uno de los museos más famosos de Europa, como lo es la Galería de Arte Moderna de Palacio Pitti, la Derelitta (1908), escultura en mármol que retrata una mujer desnuda, en posición fetal.

El 24 de enero de 1917, le viene otorgado el título de Docente Honoraria en la Academia de las Artes del Diseño de Florencia, obteniendo la primacía como mujer no perteneciente a país europeo en recibir este nombramiento. Pero no solo su talento deslumbra, también su altruismo, pues en plena guerra, la pobreza y muerte se vivía día a día. Se crea un fondo de beneficencia para las familias y artistas que se veían afectados por la guerra. Así, Rebeca dona una obra a la academia para que, con la venta de esta, se pudiera obtener dinero y ayudar a este fondo «pro-artistas».

Un trágico hecho pone fin a su carrera de escultora: la muerte de su amada hija Lily. En un sanatorio en Davos la joven, aquejada de tuberculosis, pierde la batalla con tan solo 24 años.

A través de un arduo trabajo de investigación, que se extiende desde 2014 hasta la fecha, me he confrontado con diversas personalidades del entorno de la escultora, visitado lugares para lograr calar sus vivencias, entender lo que enamoró sus ojos y la motivó a quedarse en esa lejana tierra, ayudándome así a delinear el perfil de la enigmática figura de la escultora chilena.

Es así como el 23 de abril del 2018, día de consultación de documentos en Palazzo Pitti, encuentro el documento de donación testamentaria por parte de la artista a la ciudad de Florencia. Difícil es encontrar información en Italia sobre la escultora, ya que su nombre italianizado, hace perder su rastro. Uno de estos documentos revela una información importantísima. Es así como me dirijo al Museo Stibbert, lejano del centro de la ciudad toscana. Caminando por sus hermosos jardines me encuentro con ella, Une Vie (Una Vida), la escultura dada por «extraviada».

La emoción es grande y el pudor de la conciencia de estar revelando una parte mantenida en silencio durante tanto tiempo, me deja atónita. Une Vie es, hasta el momento, un unicum, pues junto a la firma se puede leer la fecha de ejecución «1913», hasta ahora el único mármol con esta característica.

La escultora presenta a esta mujer, con la mirada fija hacia adelante, los labios cerrados. Un delicado velo cubre su cabeza y parte de sus hombros, con suaves pliegues, inclinada sobre unas rocas, sentada sobre una de sus piernas que flectada la hace aparecer cotidiana. Las manos entrelazadas sostienen su cabeza, los codos firmes sobre lo que pareciera ser una esfinge egipcia. Su cuerpo revela una mujer madura, que se muestra sin pudor, que no se esconde. Totalmente en contraposición a sus otras mujeres, como Derelitta y Militza, refugiada, escondida, contenida por un muro, la primera y la segunda, sufriente, suplicante, esforzándose por proteger un amor destinado a la muerte.

Hay mucho de la artista en sus pliegues. «Es de las creaciones más tiernamente hondas de Rebeca, contiene su dolor silencioso y concentrado» revelaba su prima hermana Inés Echeverría Bello, en una de sus cartas.

La historiadora Isabel Cruz en su libro Manos de Mujer, alude que la artista se habría inspirado en la novela Une Vie de Guy De Maupassant.

La escultura estuvo en silencio tantos años y saca la voz como tantas mujeres lo hacen hoy. La suya es la de una mujer adulta que, consciente de quién es, no tiene reparos en mostrarse en completa desnudez, como la vida la moldeó. Ya sin miedo, puede mostrar su verdad. Como lo escribe Guy De Maupassant en su libro: «una protagonista sofocada por la castrante tradición familiar y social que se despoja de todo, incluso de su dignidad para retener infructuosamente, los amores que colman la existencia misma, primero el amor egoísta de su esposo y luego el interesado amor de su hijo. Las dos obras cargadas de fuertes emociones».

Rebeca Matte Bello, mujer altruista, pionera en su arte, profundizando en su intimidad podemos darnos cuenta de que no hay fragilidad en su vida ni en su arte, pues enfrenta duros eventos y obstáculos familiares, en donde finalmente su pasión la lleva a obtener los más grandes logros que una mujer en su época pudiera alcanzar.

«Grande es la Audacia, pero la artista es más grande que la audacia misma», frase que la define, al tiempo, en un diario italiano, refiriéndose al virtuosismo de la artista. Sin duda, la audacia la incita a plasmar en mármol lo que su tiempo no le permitió expresar en palabras.

Una mujer que buscó la calma y el silencio en las colinas de la Toscana, desde donde nos devela el misterio de «Una Vida».