Desde tiempos remotos, Ochomogo1 era región lacustre y un prodigioso santuario de la vida silvestre. Sus tres lagunas (hoy desaparecidas) y sus verdes lomas azotadas por un viento fresco, constituían, a veces el hontanar del Paraíso y de pronto, un recuerdo del Purgatorio. Desde su punto más alto, se divisaban, al oeste, los densos cerros de la Carpintera y, abajito, en naciente y poniente, los valles de las dos capitales que ha tenido Costa Rica. En tiempos más cercanos, a inicios del siglo XX, allí se hermanaban josefinos y cartagineses compartiendo sus humildes viandas, en el mismo sitio, donde sus abuelos, aún vestidos con calzones coloniales, se mataron, un siglo atrás, en la primera guerra civil del país. Cartago, que siempre ha sido un aluvión de pesares y alegrías, aquel fatídico año de 1823, no solo perdió la guerra, sino su preciada condición de capital.

Quiméricos por naturaleza, los cartagineses creían tener a su favor dos aliados de peso, en sus conflictos militares: la Virgen de los Ángeles y el Alto de Ochomogo. «La Negra», como de costumbre, nunca los defraudó; pero Ochomogo, siempre, o casi siempre, les dio la espalda sin escrúpulos. En el año 1835, las provincias de Cartago, Alajuela y Heredia se aliaron para derrocar al presidente Braulio Carrillo, en la llamada Guerra de la Liga. Las tropas de Cartago, que recibieron una primera derrota en Curridabat, fueron finalmente aniquiladas por la tropa de Carrillo, justamente acá en los esquivos cerros de Ochomogo. Posteriormente, en 1918, cuando el país se sublevó contra la tiranía de Federico Tinoco, los cartagineses, que tampoco rechazan querellas, aunque se piense lo contrario, encontraron en el Alto de Ochomogo, su talón de Aquiles. Las fuerzas tinoquistas, al mando del coronel Manuel Sandoval, comandante de plaza de San José, se fueron hacia Cartago, y entablaron combate con las tropas rebeldes cartaginesas; pero de nuevo, Ochomogo arrojó su alevoso capote a los suyos, que huyeron, bajo el fuego de metralla josefina, hasta las paredes blancas de la ermita de Quircot. Ya mediando el siglo XX, en la guerra de 1948, también se suscitó una feroz batalla aquí; pero al final, fue en este mismo sitio donde se selló la paz, en el famoso «Pacto de Ochomogo», del 17 de abril de 1948. Sin embargo, aparte de hechos bélicos, Ochomogo también acogió otras jornadas de paz. La Tribuna del 16 de abril de 1929 señala que Mons. B. A. Thiel organizó una peregrinación para el tránsito del siglo XIX al siglo XX, en la que participaron alrededor de 50,000 romeros: en esa ocasión se celebró, en Ochomogo, un tedeum. A las 3 de la madrugada, bajo un clima polar y a la luz de antorchas y lumbres de cigarros, se oró aquí, por la paz de la República, para que «nunca más hubiera guerras fratricidas que dividieran y arruinaran a la familia costarricense».

Geográficamente, toda el área de Ochomogo forma parte de la espina dorsal de la cordillera volcánica Central y de la cordillera de Talamanca, sirviendo a la vez, junto con los cerros de la Carpintera, de división de las aguas: las que van al río Reventazón al este, y al río Virilla al oeste. No creamos, eso sí, esa muletilla geográfica revestida de mito de llamar a Ochomogo la divisoria continental de las aguas o el centro de Costa Rica, y mucho menos del continente americano. Dicha característica de parteaguas, como bien nos explicó el geógrafo José Rivas, en entrevista para este artículo, debe aplicarse a toda esa columna vertebral, que además divide la región central del país en dos: la región occidental y la región oriental. Gracias a su posición geográfica —amplía Rivas— Ochomogo forma parte de tal divisoria; pero esa característica no es exclusiva suya. Hay muchos lugares o accidentes geográficos que cumplen con el mismo requisito.

Con su majestuosa belleza, es Ochomogo la última «cumbre borrascosa» de la vieja ciudad. Y fue en esta cumbre, a inicios del siglo XX, donde don Octavio Castro Saborío,2 historiador y apasionado incurable de los monumentos, recibió una inspiración tan humana como divina: «este es el sitio perfecto para honrar la historia patria, pero sobre todo a su leal protector». Fue, por tanto, de esta forma, cómo surgió la idea de construir, aquí, un monumento a Cristo Rey.

Sin embargo, esta inspiración de don Octavio se explica por una fuerte motivación ideológica. Aunque el «fantasma del comunismo» ya se paseaba por Europa desde mediados del siglo XIX, y el Viejo Continente se las había ingeniado para impedir que tal doctrina dominara sus confines, muchos países de América, en los primeros años de entreguerras, temblaban con la posible llegada del comunismo, a causa de la recién instalada revolución rusa, en 1917, y la consecuente creación de partidos comunistas, en muchos países del mundo.

Ante la amenaza que, en opinión de muchos, representaba el comunismo, varios gobiernos de América Latina ingeniaron un blindaje político y religioso. Inspirada por la inquietud del papa Benedicto XV, ante la persecución de la fe cristiana en la Unión Soviética, se inició, a lo interno de muchos países —con el apoyo de la prensa— una fuerte campaña, para emprender lo que se entendió como la defensa de la fe católica y de la libertad religiosa.

En el caso de Costa Rica, los gobernantes pensaban que, si los comunistas asumían el control del país, los nuevos inquilinos de la patria sacarían de esta «humilde, cálida y devota casa» los rosarios, las primeras comuniones, las misas solemnes, y por supuesto las sotanas, y no contentos con ello, los comunistas eliminarían la Romería, y hasta desterrarían a la misma Patrona, para finalmente derrotar a la propiedad privada, su verdadero gran objetivo. Ante panorama tan desolador, pensaban, Costa Rica dejaría de ser el «vergel bello de aromas y flores», para convertirse en un pantano espiritual y… también material.

Cristo Rey es, según la Iglesia católica, una representación de Cristo aplicada a la sociedad. Su doctrina se expuso por primera vez en la encíclica Quas Primas, del papa Pío XI, publicada en 1925, cuyo propósito era mostrar a las naciones el deber de obedecer a Jesús, especialmente en el ámbito público. Esta obediencia, no solo debía ser aplicada por los feligreses, sino por los magistrados y gobernantes. Es en este mismo contexto cuando cobra fuerza la construcción de monumentos para perpetuar, según la Iglesia y sus seguidores, la imagen de Jesús, como «rey del planeta y de todo lo creado».

Aunque la erección de monumentos para Cristo ya existía, en América, desde inicios del siglo XX (ej., el Cristo Redentor de los Andes, en la frontera Argentina Chile; el Cristo Redentor de Valparaíso, Chile, inaugurados ambos en 1904) es entre 1919 y 1930, cuando se realiza la mayor construcción de estos, entre ellos el Salvador del Mundo, en Medellín, Colombia (1919); el Cristo del Cerro del Cubilete, en Guanajuato, México (1920); el Cristo Rey de Cullca, en Cuenca, Ecuador (1930), y quizás el más famoso de todos: el Cristo Redentor o Cristo del Corcovado de Río de Janeiro, en Brasil, inaugurado el 12 de octubre de 1931, tan solo unos pocos meses antes que el Cristo Rey, de Costa Rica.

Hubo, también, algunos movimientos políticos y bélicos que adoptaron a Cristo Rey como inspiración de sus luchas. En México, la revolución de los cristeros, opositores a las políticas anticlericales del presidente Plutarco Elías Calles, entre 1926 y 1929, y tema recurrente en la literatura del escritor Juan Rulfo, quien vivió, con profundo horror, las atrocidades cristeras. En Bélgica, el rexismo, movimiento de extrema derecha. En España, el grito de «¡Viva Cristo Rey!» usado por nacionalistas y franquistas durante la guerra civil, entre 1936 y 1939, y los Guerrilleros de Cristo Rey, grupo terrorista de ultraderecha, que actuó en España durante la década de 1970. Por supuesto que no todos los movimientos seguidores de Cristo Rey fueron belicosos y ultras; pero evidentemente, sí fue un movimiento religioso de derechas, cuya consigna principal era la lucha contra el comunismo y cualquier asedio contra la Iglesia y la fe.

El Cristo Rey de Ochomogo, en Costa Rica, suscitó un movimiento de piedad popular multitudinario al que se sumaron personas de todas las categorías sociales; sin embargo, no fue este el único monumento a la figura de Cristo construido en nuestro país. En el Valle Central se erigieron cuatro monumentos, que juntos, en un plano místico, simbolizan la forma de una cruz de costado. Además del Cristo Rey de Ochomogo (al este), se construyó el monumento a Cristo Rey sobre el Cerro del Espíritu Santo, en Naranjo de Alajuela (al oeste); así como el Monte de La Cruz, en el norte, y la Cruz de Alajuelita, en el sur.

La obra del Monumento a Cristo Rey de Ochomogo la emprendió una organización de miembros laicos y religiosos denominada «Congregación Mariana de Caballeros», fundada en 1913. Aparte de Castro Saborío, la Junta Edificadora del Monumento contó con otros miembros muy destacados: el doctor Mariano Figueres Forges (prefecto), don Eladio Prado, don Nicolás Gallegos Quesada, don Julio Vargas, don José Joaquín Zeledón, entre otros. En los años en que se realizó el proyecto (entre 1928 y 1932), el director de la congregación y fervoroso factótum espiritual y material de la obra fue el padre Teodoro Gebrande; sin embargo, el iniciador de la obra fue el Pbro. Agustín Blessing. Ambos alemanes.

La obra encargada

Aunque desde el inicio de la congregación, ya se pensaba crear un monumento a Cristo Rey, el proyecto como tal, se empezó a gestar en el año 1923, y fue a finales de la década cuando se empezaron a evaluar proyectos. En el año 1928, por ejemplo, el arquitecto Teodorico Quirós preparó un diseño, cuyos detalles aparecieron en el Diario de Costa Rica (6 de octubre de 1928). Sin embargo, no fue hasta 1929, cuando, sin duda, se empieza a concretar la gran obra. En la revista Religión y Patria, del 1 de abril de 1929 se menciona que la Junta Edificadora recibió varios proyectos enviados por casas italianas; sin embargo, el que más satisfizo sus deseos, «por la sobriedad de sus líneas, la belleza del boceto enviado y el hermoso conjunto artístico», fue el de la casa Ugo Luisi y Compañía, de Pietrasanta.3

Esta empresa no era desconocida en Costa Rica, pues había elaborado muchas obras artísticas, especialmente en mármol, para iglesias, incluyendo los altares de San Juan de Tibás, San Isidro de Heredia, San Rafael de Oreamuno, así como obras en la Catedral Metropolitana y en el Cementerio General de San José; también fue la empresa escogida para elaborar las piezas de mármol, interior y exterior, del edificio del Banco Nacional (1936). Su apoderado, en Costa Rica, fue el escultor italiano Ángel Mazzei, sobre quien cayó la responsabilidad de diseñar el conjunto del monumento. El mismo número de Religión y Patria señala que el costo de la escultura contratada a Luisi fue de 15,000 colones, y comprendía solo la figura escultórica de Cristo Rey, hecha en bronce fundido, con una altura de cuatro metros, y con un peso superior a las dos toneladas. En el dado del pedestal iría una pieza de bronce, representando un trofeo cívico, con la bandera de Costa Rica, atada a una rama de laurel (símbolo de paz y amor), y unidos ambos elementos con un escudo de Costa Rica; un poco más abajo, siempre en el pedestal, se incluiría una placa conmemorativa con la leyenda: «A Cristo Rey, Homenaje de Costa Rica, año de 1930». Y finalmente, una placa en forma de escudo con los atributos de la congregación, así como otras placas pequeñas agregadas posteriormente, en homenaje a los Pbros. Agustín Blessing y Teodoro Gebrande, iniciador y factor principal del monumento, respectivamente.

La estatua de bronce muestra una figura de Cristo de bulto redondo, en una actitud de serenidad, pero también de dominio, como soberano del orbe, posando sus pies desnudos sobre un mundo con un solo país: Costa Rica. La imponente figura —cubierta con capa y túnica, y con su aureola, que a la vez le sirve de corona— mira al norte, y sostiene el cetro de rey en su mano izquierda, en dirección al occidente del país; y su diestra, en señal de bendición o ejecutora de milagros, se dirige al oriente del territorio.

El fabricante

El escultor Ugo Luisi nació en la comuna de Pietrasanta, provincia de Lucca, el 15 de noviembre de 1877 y falleció en dicha ciudad el 16 de abril de 1943. Junto con su hermano Darío fundó, en el año 1911, la sociedad Ugo Luisi y Cía. Aunque comúnmente se asocian los trabajos en mármol con el municipio de Carrara, lo cierto es que Pietrasanta se reconoce como la capital de los trabajos en mármol de Italia. Fue en este ambiente donde Ugo y Darío se formaron como escultores.

Aida Morales Tejeda, destacada historiadora cubana, que ha estudiado el aporte de Luisi en la obra monumentaria de su país (La impronta italiana en la escultura conmemorativa de Santiago de Cuba, 2020), comenta que el taller «contaba con maquinarias modernas para la ejecución de los trabajos artísticos e industriales en mármoles y piedras, y tenía poder para ejecutar transacciones comerciales, así como el establecimiento y ejercicio de cualquier industria similar». De esta manera, Luisi contaba no solo con capacidad artística y técnica para promover sus obras, sino también la facultad de realizar transacciones comerciales de casi cualquier envergadura. «Trabajó en dos vertientes: los conjuntos monumentarios y los bustos. Su producción escultórica puede considerarse dentro de los cánones academicistas con evidente influencia del escultor Antonio Canova» (Morales Tejeda, 2020).

La firma buscó nuevos horizontes y estableció negocios en Centroamérica. Ugo emigró a San Salvador, donde trabajó para una empresa comercial, y fue allí donde conoció al italiano Alberto Ferracuti, con quien fundó la razón social Luisi y Ferracuti, en Managua, Nicaragua, dedicada a exportar sus obras a Centroamérica. Al mismo tiempo, Luisi y Ferracuti también abrieron una sucursal en París; pero con el tiempo, el negocio completo pasó a manos solo de la familia Luisi. En Cuba destacaron varias obras suyas, siendo la más reconocida el primer busto a José Martí (1912), colocado frente al templete donde reposan los restos del prócer, en el cementerio Santa Ifigenia. Este busto de Martí tiene una gran importancia histórica, pues su imagen se utilizó para acuñar las primeras monedas de carácter nacional y uso corriente en Cuba (Morales Tejeda, 2020).

El taller Luisi estaba ubicado en la zona de «Porta a Lucca» y era muy amplio. Ocupó el espacio donde actualmente están las oficinas del consorcio Cosmave y el taller Cervietti. El principal recuerdo de la actividad de los hermanos Luisi se encuentra en el taller Cervietti, donde se conserva una increíble colección de más de dos mil moldes de yeso, muchos de ellos en perfecto estado. Lamentablemente, en dicha colección no se encuentra el modelo del Cristo Rey de Costa Rica, según nos informaron en el taller Cervietti.

La primera piedra y arribo de la escultura

El 14 de abril de 1929, mientras en Italia se elaboraba la estatua, en Ochomogo fue colocada la primera piedra del monumento, con la asistencia de más de 5,000 romeros, de todas partes del país.

Dirigida por Mons. Rafael Otón Castro, el máximo prelado de Costa Rica, y con el apoyo del ministro de seguridad, don Arturo Quirós, y del comandante de plaza de Cartago, don Aníbal Coto, fue aquella una gran celebración religiosa y popular, con la felicidad que producen los turnos, la música y los sermones curativos. El clima también fue perfecto: sol abundante, aire fresco, cielo azul. Sin embargo, lo mejor fue la participación del ciudadano común, pobre pero piadoso, siendo este uno de los aspectos más conmovedores de toda la obra. Por ejemplo, en el mes de agosto (1929), pocos meses antes de que llegara la escultura al país, los feligreses donaron el zinc, clavos y madera para construir un galerón, que serviría para proteger los trabajos y a la vez de sombra a los curiosos visitantes. Sin llegar a convertirse aquello en un mercado, porque siempre dominó el respeto y la devoción, la gente vendía almuerzos, golosinas y café, con el único propósito de reunir fondos para completar la obra.

La mayor parte del precioso terreno fue un obsequio de don Francisco Quesada (dos manzanas); pero otra parte fue comprada por la Junta Edificadora. Sin embargo, el terreno tenía un serio problema: no contaba con agua, por lo que una de las primeras prioridades fue construir una cañería, obra en la que el gobernador de Cartago (Sr. Calvo), puso su mayor empeño Los tubos los donó el gobierno y, para dichas obras se creó una comisión, integrada por el ingeniero Sr. Truque, el padre Gebrande, el Dr. Mariano Figueres, don Alfredo Ramírez, don Alberto T. Brenes y don Juan Félix Solano.

La escultura de Cristo Rey llegó al país el 29 de noviembre de 1929, y fue exhibida durante dos meses en el atrio de la iglesia de La Soledad, para que los fieles pudieran apreciarla en sus más mínimos detalles.

Bendición de la imagen, traslado a Ochomogo y construcción del pedestal

El domingo 9 de marzo de 1930 se realizó la bendición de la estatua y su traslado hasta el cerro de Ochomogo. A las 9:30 de la mañana, en la iglesia de La Soledad, se inició la ceremonia a cargo del arzobispo, Mons. Rafael Otón Castro, seguida por una misa a cargo del canónigo Dr. Carlos Borge, cura de La Soledad, misa que fue acompañada de un amplio repertorio musical de obras clásicas, entre ellas el Ave María, de Gounod; Romanza en Sol Mayor, de Beethoven; la Marcha Pontifical, de Julio Fonseca y el Himno a Cristo Rey, de Roberto Campabadal, con la participación de músicos y cantantes excepcionales, como Julio Berrocal, Eduardo Hutt, Claudio Brenes (Niche), Ismael Cardona, Daniel Zúñiga, Roberto Cantillano, Isabel de Berrocal, etc. La ceremonia finalizó casi a las 11 am, pero a la 1:30 pm volvió a congregarse, en el atrio de la iglesia, gran cantidad de fieles, listos para acompañar la efigie a su lugar definitivo, el histórico cerro de Ochomogo.

En una cureña de camión —una carreta sin adrales y con llantas gruesas—, decorada con banderas de Costa Rica, se colocó, acostada, la imagen de Cristo, que fue despedida con muchos disparos de pólvora. Los romeros se desplazaron hasta el cerro, unos a pie, otros en carreta, caballo, tren, y algunos en camiones y carros. La multitud llegó a Ochomogo muy cerca de las 3 pm, y en lo más empinado de la cuesta, para poder subir el pesado Cristo hasta la cima del monte, hubo necesidad de tirar la cureña con cuatro yuntas de bueyes, a un ritmo eternizado. Finalmente, allí quedó la bella estatua, sobre una amplia tarima de humildes tablones, a la espera de la construcción del pedestal, que se proyectaba concluir en agosto. Dicho pedestal, de unos 10 metros de altura, es una magnífica «obra de cemento armado, recubierto de grandes planchas de mármol rosado de Verona, con sus atractivos altos relieves, sus inscripciones, sus leyendas y sus regias ornamentaciones» (Religión y Patria, 1 de abril de 1930). Un altar improvisado, en el sitio, fue decorado con arcos, banderas y todo tipo de flores. La actividad culminó al día siguiente, lunes, con una homilía a cargo de Francisco Mendoza, diputado y también cura de Santo Domingo de Heredia.

Los cimientos de la obra se iniciaron el 16 de febrero de 1931, bajo la dirección del contratista, el escultor Angelo Mazzei (Religión y Patria, 1 de abril de 1931) y los miembros de la Junta Edificadora se desplazaron hasta muchas parroquias, para solicitar la colaboración de los curas. Muchos de ellos canalizaron donaciones por medio de feligreses pudientes y ayudaron organizando turnos, en sus comunidades. Finalmente, la estatua fue colocada en su pedestal de mármol y granito el sábado 18 de abril de 1931 (Religión y Patria, 1 de mayo de 1931), y estuvieron presentes miembros de la Junta Edificadora, así como don José Joaquín Alfaro, subdirector del Banco de Costa Rica, don Víctor Manuel Arrieta, cura de San Pedro, don Santiago Zúñiga, cura de Tres Ríos.

El cronista de La Tribuna del 19 de abril de 1931 cuenta que hasta el momento:

…se han invertido 30,000 colones y se requerirán otros 20,000 para completar [la obra]… De Cartago han aportado para este monumento los materiales, en tanto que la mano de obra la han puesto la población de Tres Ríos, cuyos habitantes han trabajado gratuitamente durante muchos domingos en los caminos, limpia del terreno, etc.

Inauguración del monumento, 22 de mayo de 1932

Para abril de 1931, el monumento estaba completo en su sitio, por lo que la Junta proyectó inaugurarlo en junio; pero por diferentes motivos, el acto se atrasó casi un año, y no fue hasta el domingo 22 de mayo de 1932 cuando se inauguró la gran obra.

A las 10 de la mañana, se inició la actividad, presidida por Mons. Castro, y con el acompañamiento musical permanente de la Banda Militar de Cartago. El presidente de la República, don Ricardo Jiménez, que era invitado de honor, se excusó de asistir, en el último momento; sin embargo, sí asistió don Arturo Volio, presidente del Congreso. Para esta inauguración se hicieron romerías desde diferentes puntos del país. La Congregación Mariana de Caballeros representada por su director, el Pbro. padre Gebrande y su prefecto, el Dr. Mariano Figueres Forges, y los distintos periódicos llamaron a la actividad como una «gran fiesta religiosa y patriótica».

El periodista y escritor Joaquín Vargas Coto, que firmaba bajo el seudónimo de El Húsar Blanco, escribió una joya de crónica en La Tribuna del 22 de mayo de 1932, de la que destacamos la descripción del escenario natural:

…pocos paisajes más tornadizos que este de Ochomogo: a la claridad deslumbrante sucede la triste melancolía de lentas horas de lluvia; cae desde los cielos, monótonamente el agua de fuertes aguaceros o baja, desde las nubes grises, una persistente llovizna que a veces suele durar semanas enteras. Cuando en despejado cielo no triunfa la alegría del sol o la lluvia no señorea estos horizontes, entonces es la niebla pesada y espesa la que se asienta sobre los valles y colinas desdibujando todos los contornos.

El encargado de develar el monumento fue don Arturo Volio, presidente del Congreso, acompañado del gobernador de Cartago (Sr. Calvo) y curas de muchas partes del país, entre quienes destacó el Pbro. de San Pedro, don Santiago Zúñiga, por haber organizado la romería más numerosa.

Conclusión

La erección del monumento a Cristo Rey tuvo, en su origen, un claro motivo ideológico, surgido de las entrañas mismas de la Iglesia católica; pero fue la piedad popular —eso que la Iglesia llama «la espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos»— el motor decisivo que impulsó este gran proyecto. El producto material de todo ello fue una colosal obra de arte religioso de indudable calidad estética; pero también de altísimo costo económico, que por ningún motivo debió abandonarse.

En la actualidad, el terreno donde está el monumento es un lugar decrépito, que carece de los más básicos cuidados. Después del año 2003, la obra fue vandalizada, cuando le arrancaron todas las placas de bronce del pedestal… de milagro, el Cristo no ha sido mutilado. Además, por carecer de mantenimiento, muchas de sus piezas de mármol se han cuarteado (o desaparecido) por efecto del clima. El bronce del Cristo se aprecia bien desde abajo, pero se desconoce su estado real, porque la lluvia, la luz solar y otros agentes, suelen dañar este preciado metal, si no se le brinda un cuido constante. En suma, la obra sigue a la espera urgente de ser recuperada e intervenida.

El año entrante, en 2022, cumplirá 90 años de haberse elevado en este cerro, con el único propósito de bendecir a Costa Rica, siempre ávida de paz. En 2023, fecha también próxima, se cumplirán los 200 años de la primera guerra civil en nuestro país, uno de los acontecimientos históricos que motivaron su construcción, por lo que sería grandioso atender su recuperación antes de la efeméride. Ojalá sea posible mantener la estatua en este lugar y construirle un parque hermoso y limpio, dotado de seguridad y accesos; pero si eso no fuera viable, no estaría mal pensar en trasladarla a otro destino, en la misma región de Ochomogo, a un sitio con mejores accesos y donde ella se pueda apreciar, fácilmente, desde todas las direcciones.

Lo importante y urgente es rescatar el monumento, penosamente oculto y en abandono, y que no debe permanecer más tiempo en el olvido. Su rescate no debe verse, solo, como una hazaña religiosa, sino también como una cruzada cultural e histórica, en la que varias instituciones podrían o deberían participar: el Centro de Patrimonio del Ministerio de Cultura, la Municipalidad de Cartago, la Embajada de Italia, la Iglesia católica (la dueña registral del sitio), y por supuesto, la ciudadanía, que debe contemplar y valorar esta obra más allá del credo religioso y del interés regional, pues ella pertenece a todos los costarricenses, por haber sido construida gracias a la fe y al esfuerzo de nuestros piadosos abuelos y abuelas, en una Costa Rica más pobre, pero a la vez menos justa que hoy, y en la que paradójicamente, algunas luchas comunistas, contribuyeron a construir una patria mejorada. Esta es una cruzada por recuperar un legado invaluable de aquellos que, contra todas las adversidades, siempre atesoraron la fe y la paz como lo más preciado de Costa Rica.

Notas

1 Ochomogo: voz de probable origen huetar (chomogo) que significa «laguna». Quesada Pacheco, M. A. (1986). Los huetares: historia, lengua, etnografía y tradición oral. Cartago: Editorial Tecnológica.
2 El coronel Octavio Castro Saborío nació en 1887. Fue hijo del Lic. Gerardo Castro Méndez y Da. María Amalia Saborío Yglesias. Fungió como administrador del Teatro Nacional por más de 45 años. Fundó en 1930, la Asociación Bolivariana de Costa Rica y escribió varios libros acerca de Simón Bolívar. Profundo estudioso de la figura de Juan Rafael Mora Porras y del general José María Cañas, fue también el primer biógrafo de monseñor Thiel. Don Octavio es el inspirador y propulsor de los monumentos y estatuas a Simón Bolívar, en el Parque Morazán, a don Juanito Mora, frente al edificio de Correos de San José, y en el Cementerio General; y de monseñor Thiel, en la Catedral Metropolitana. Fuente: La Nación, 1964 y «Familia Castro», en Facebook.
3 Pietrasanta, fundada en 1255, es una ciudad medieval en las estribaciones de los Alpes Apuanos, y hogar de muchos artistas. Llamada «Pequeña Atenas», ha sido un centro importante de escultura desde el Renacimiento. Se sabe que Miguel Ángel vivió algunos meses en Pietrasanta, buscando mármol de óptima calidad y de bajo costo, por encargo del papa León X, para construir la fachada de la iglesia de San Lorenzo, en Florencia. Por muchas vicisitudes, sobre todo económicas, Miguel Ángel no pudo ejecutar el proyecto de la fachada.