El cono visual del arte contemporáneo rota en este tiempo del Bicentenario de Independencia de las Repúblicas Centroamericanas, 2021, y dirige el visor de su pasado hacia adelante, focalizando la materia origen, a la tierra, adobándola, con agua para transformarla en barro, piel de lodo y herencia milenaria, la cual, al pasar por el poder del fuego, cohesiona, da temple, timbre, sonoridad que hace reverberar el aire que respiramos los moradores de estos suelos y gestores de cultura.

Aprovecho para sentir el valor de la materia, y, algo en suma importante, la gracia que posee el lenguaje, palabras que comprendo en tanto son las mismas y aunque estén matizadas con otros acentos, su contenido vibra como esos timbres de la terracotta al chocarse entre sí. Ocurre, además, cuando se despliega una aureola de técnica, trabajo manual y expresividad vertidas en la fuente infinita de la espiritualidad, conocimiento y, repito, creatividad: Vemos lo que creemos, lo que sabemos y fue aprendido con el tiempo, conecta con nuestro intelecto, eriza los poros excitados por el trance de catar el arte, de sentir la fuerza de la semilla depositada en terreno fértil, de entrar a la profundidad a que llega la raíz, y seguir con la mirada el sensible hilo de la memoria la cual anuda y entreteje.

Componentes de identidad

Se trata de reconocer un procedimiento inmemorial de lo que nos fue donado a todos sin excepción para conformar el entorno: la casa de barro, los utensilios también de gres, un espacio por ende sacro donde fuimos procreados y desde ese recinto se advierten los gestos y dolores de la parturienta, al nacer o morir bajo esa estructura que siempre porta al origen, a la cueva existencial que todos buscamos para retornar a ese útero del mundo, contenido ancestral que origina el doble cono —uno arriba y otro abajo—, casa cónica originaria y recinto cósmico, y la gran Ceiba pentandra, árbol sagrado o axis mundi conectando esa forma de cosmogonía entre el supramundo e inframundo.

Además, en esta noción sincrética del origen suma el suelo que soporta dichos entes vivenciales, irriga el río, moja la lluvia, azota la tormenta, el viento que arrecia el cerro, la montaña donde crujen las maderas y por donde ondea la serpiente en un juego de opuestos, como las contradicciones e incertidumbres de la existencia que se representan con la espiral de paso continuo, símbolo de la Pachamama o madre de todos: la naturaleza, y el águila arpía que surca nuestros cielos tras su presa en ese juego de complementos del bien y del mal, eternos regentes de los destinos de los moradores terrestres.

Sincronía creativa

Cinco naciones como en el inicio, cuando fueron conformadas estas geografías de lagos, volcanes, ríos, mares, océanos, istmos, islas, islarios, humedales, mesetas continentales, cordilleras, que recorren a diario miles de migrantes en sus desplazamientos buscando el territorio ideal, la noción del dorado, la fuente de la eterna juventud, o el sol que mejor les caliente en su perenne tránsito. El «Estrecho Dudoso» al que nos refirió Virginia Pérez-Ratton y Tamara Díaz en 2006. «Mesoamérica Tierra Encendida», este mismo año que nos reúne y aún mantiene ligados para largo rato. Mayinca Arte Contemporáneo, cada año y siempre en proceso.

Agua abundante rodeando un territorio, un istmo mesoamericano, extensión de los orígenes de grandes culturas como la mítica Aztlán —patria «xicana», azteca o mexica—, cuyas memorias fundacionales provienen del inmenso suelo rodeado de mares: «Azt» agua/«tlán» tierra, que otrora, según la noción del curador Tomás Ybarra-Frausto —en la década de los noventas para la gran exposición «Ante América», 1994, curada por Rachel Weiss, Carolina Ponce de León y Gerardo Mosquera en el MADC, y «MesóTica II: Centroamérica re-generación» MADC, 1996, curada por Pérez-Ratton y Rolando Castellón—, quien tanto hablaba de aquel territorio que distaba desde los confines de la actual California, hasta la mitad del continente, en Panamá.

Esta es la idea visualizada precisamente por el gran chamán del arte centroamericano actual, Rolando Castellón (Moyo Coyatzin) para crear su «Abya Yalá de tierra». Suelo de las razas, y, como dije, los originarios de Aztlán (hombres de tierra y agua), pero también la civilización Maya e Inca, y puntualmente nuestra raza Chorotega, epicentro en el cual se expande el trabajo de la cerámica policroma posicionando a Quetzalcóatl o serpiente emplumada, y que aprendieron nuestros artesanos de San Juan de Oriente, Nicaragua, y de la Gran Nicoya al Norte de Costa Rica.

Un arte que proviene de la entraña misma donde está el origen del suelo, y lo bañan los lagos, ríos, costas, arenas, cenizas volcánicas, donde nuestro ombligo fue hundido en su superficie, y aflora el arte en esta muestra curada por Illimani de los Andes, comisionada por los Centros Culturales de España, con otra muestra en Casa de América, Madrid, para infundir arraigo, origen a esta enorme cultura que se basta por sí sola y se autorreferencia en sus inminentes coordenadas y ordenadas de una geografía y temporalidad única y sagrada.

La curadora, en un párrafo que cita, agrega reflexión a este posicionamiento histórico-cultural:

Se coloca el barro en una perspectiva preponderante, como materia prima elemental sobre la cual se involucra al tiempo, la historia, la política, la mitología y cosmovisión mesoamericana, de la cual deviene Nicaragua, en una coexistencia cultural que persiste hasta nuestros días (J. L. Capdepont, 2011).

Alguna lectura a lo visto y curado

Quizás esta ojeada virtual a la exposición física del Centro Cultural de España en Managua no me rinda para analizar todo lo que merece observarse en lo expuesto y, como dije, curado por Illimani, sin embargo, destaco lo que más se ajusta a mi sentido crítico, estético y que me impele a comentar.

Ya externé mi fascinación con ese mapa de tierra creado originalmente por Castellón para la muestra ‘atlÁntis’ centrAmérica 2016 en San José, Costa Rica, y California, símbolo a su vez, repito, de «Mesoamérica Tierra Encendida», (junio-agosto 2021, Museo de Jade y la Cultura Precolombina, curada por la misma Illimani de los Andes de Nicaragua, Erandi Ávalos de México y LFQ de Costa Rica). Resulta ser un mega símbolo cuya sustancia engloba mucho pensamiento ante las contingencias e incertidumbres que fracturan y convierten en polvo, y puede que se lleve el viento a esta materia origen, pero también que alumbra los íconos de nuestra identidad, y, visibilidad, fuera de tantos estereotipos y clichés, que por décadas opacaron la verdadera luminosidad de esta tierra y su proyecto artístico, el cual es el verdadero motivo para celebrar, no un bicentenario de dominación.

Me encanta el barro cocido y policromo de aquellos curioles o pigmentos minerales similares a los utilizados por los ancestros chorotegas, extraídos al pie del cerro o en la margen del río, al igual que la tierra y arena, para testimoniar una forma y materia pasada por los hornos y talleres del pueblo originario de San Juan de Oriente allá en la histórica Masaya.

«Cihuacóatl: Génesis o Calendario Lunar» amasado con pies y manos por cuatro valientes mujeres nicaragüenses: Illimani, Xolchi, Luisa y Morena. La curadora escribe al respecto: «Llama la atención el calendario lunar como brújula de creación femenina encontrado junto a la figura de Cihuacóatl: la mujer serpiente, quien, a modo de narración oral en la comunidad, se atribuye a esta ser abuela de Quetzalcóatl» (Illimani 2021 texto curatorial).

Me detienen la fuerza de esas «atlantes», máscaras en madera que sostienen el cielo, y son retratos de deidades locales, del agua, del barro, del alimento vernáculo como el maíz; máscaras talladas por artesanos anónimos locales para usarlas en rituales y danzas ceremoniales en sus festividades populares o religiosas. En una estatura estética similar están las famosas esculturas del maestro Aparicio Artola, abstracción de lo cosmogónico, de las fuerzas telúricas que originan el gran caos el cual fluye en la deriva, como lo hace la tormenta, pero en cuyo ojo se posiciona el arte como sinónimo de luz, concordia, desafío, tan necesarios hoy en día para que la verdadera fortaleza de nuestra cultura, su luz, vuelva a brillar.

Yasser Salamanca nos comparte una narración vernácula replanteada en escala contemporánea para vislumbrar lo autóctono y las contradicciones desde otras claves, de estos tiempos, tal y como lo explica la curadora: «El recurso literario del artista alude a una forma de describir la contradicción que representan las sociedades modernas, en un frenesí que involucra a la tecnología, a la ciencia, y al sistema que prevalece como nuevo orden mundial» (Illimani 2021, texto curatorial).

La gran Claudia Gordillo muestra fotografías de los carnavales sincréticos del «Torovenado», originados en Masaya. Ella aduce: «Estas fiestas están llenas de burla, humor, máscaras y animales. Estos últimos son símbolos prehispánicos que lograron sobrevivir, a pesar de nuestra historia colonial de negación hacia aquello que recordaba la cultura autóctona de los pueblos indígenas» (citado y comentado en el texto curatorial).

Me seduce la forma mínima de una espira de paso sencillo, como la espina dorsal símbolo de lo natural, poderoso en las configuraciones lineales minimalistas de Patricia Belli, tituladas con el nombre de una deidad «Xipe Tótec», dios azteca de la agricultura. Se vuelve amuleto de la renovación constante de su arte, el cual se desplaza rompiendo el áspero terrón y cargando a dicha materia origen de fertilidad, para que germine la semilla de la abundancia.

De gran interés es la inclusión en esta muestra del arte de la zona costera caribe, evoca a la diosa yoruba del mar, entre otras figuras que pueblan aquel imaginario, talladas en maderas duras y alternativas por Enmanuel Padilla, quien con sus propias palabras comenta: «Nosotros los miskitos creemos en Ulak, protector del monte, dueño de las montañas».

De gran importancia la pieza de Anna Handick que trabaja con el burillo, tallo del plátano o banano para envolturas de alimentos, material tolerante con la naturaleza y la lucha por descarbonizar la industria actual, que tantos reveses provoca, como el mismo calentamiento del planeta. Escarba en mis recuerdos los inicios de los ochenta del siglo XX cuando en la primera edición de la revista pionera del diseño industrial en la región, Módulo, del Tecnológico de Costa Rica, se publicó el «Manual del burillo», una tecnología autóctona nica que, demostraba la creatividad popular en la obtención de tejidos, alfombras, superficies para muebles, paredes, extraídos de esa fibra y corteza. Pero en otro eje, y quizás más político, evoca además la Décima Bienal de Arte Centroamericano, 2016, dirigida por Tamara Díaz-Bringas con aquella sede en Puerto Limón, Caribe costarricense, propio en las antiguas oficinas de la United Fruit Company (UFCO), evento que desgajó la herida de décadas muy oscuras en la explotación bananera en el istmo, y la profética canción de Calero, uno de los personajes en la novela de Carlos Luis Fallas (Calufa) «Mamita Yunai», 1941, quien retrata aquella Centroamérica velada de dominación hegemónica en la primera parte del siglo pasado: «Conozco un mar oscuro y siniestro, donde las naves del placer no llegan».

«Arboretum» de Noel Saavedra asoma el rizoma, y la tierra de la cual brota, ahí donde uno mismo no lo espera. Es una raíz que va a la ciudad y recompone otros paisajes, hace surgir un entorno desconocido, sugerente, amenazante quizás, que se agarra a las paredes o sobre las superficies urbanas para ataviar el milagro de esta naturaleza indómita, pero prodigiosa.

Y esto me sirve para concluir con esta breve ojeada a «El Pasado Adelante, Mitos y Resiliencias», versión de Managua: es comprensible, por la actual encrucijada en que camina el hermano país de Nicaragua, pero resiento aquel arte quizás burlón e incisivo, que desnuda cualquier pose demagógica, ante la esencia de las manifestaciones crítico-creativas contemporáneas que siempre afilan su aguijón presto a cuestionar. Y esta reflexión no es para fustigar a los artistas ni la curaduría, que lo hicieron muy bien, así como la organización de Tamara Díaz-Bringas y Ricardo Ramón Jarne, sino para desnudar esas caretas de sus gobernantes tan contradictorios, que ofuscan la gran cultura nicaragüense y centroamericana contemporánea.