Algunos de los componentes de la mirada crítica activos y que intento comentar de lo expuesto en Casa de América, Madrid, focalizan el bicentenario de independencia de las repúblicas del istmo centroamericano, 1821-2021, curada por Tamara Díaz-Bringas (Cuba, 1973-Madrid, 2022) y Ricardo Ramón Jarne, para la Agencia de Cooperación Española y los Centros Culturales en las capitales de la antigua capitanía general de Guatemala, sumando a Panamá.

Trata de una temporalidad donde perviven remanentes sociales, lastres políticos, escombros históricos, ambientales y culturales cuyos signos resarcir en esa trama de la memoria catapultada al presente. Son una noción cambiante no lineal de un tiempo que se estira o encoje según la emocionalidad puesta en la jugada del arte, en lo que se dice o se oculta, para provocar a la conciencia ante males como las migraciones, la corrupción política, la misma pandemia, y lo que juega con nuestras posiciones y conductas respecto a esas tremendas marcas en la sociedad centroamericana contemporánea.

Según se deduce de la nota de prensa en la página web de los organizadores de esta cita en Madrid:

El título está inspirado en una frase, «El pasado está delante», con la que el artista maya Tz´utujil´ Benvenuto Chavajay hace referencia a su cultura y a la manera de entender el pasado y la relación con los ancestros.

La temporalidad maya

No puedo dejar de pensar lo sucedido en 2012 a la cultura centroamericana, en particular, la mesoamericana y maya, dio un paso celebrado cada cuatrocientos años en su calendario. Como uno de los aspectos centrales se habló de un florecimiento cultural, un estado encendido (puesto en on) sobre el cual reflexiono hoy en este nuevo contexto.

El curador y artista contemporáneo Rolando Castellón, y quien escribe, interpretando que esa «luminosidad» no se enciende sola, necesitaba brazos que la empujaran, creamos en octubre de 2013 la serie Mayinca (maya + inca), demostrando en el arco de diez ediciones un empuje del arte regional que hoy se apresta a conquistar otros territorios. Para 2021 comenzamos sacudiendo los escombros, no cubriéndolos, con «Mesoamérica Tierra Encendida», junio-agosto, Sala Umbral, Museo de Jade y la Cultura Precolombina del Instituto Nacional de Seguros, San José, curada por Erandi Ávalos (Michoacán, México), Illimani de los Andes (Nicaragua) y el autor de este texto (Costa Rica). En setiembre-octubre se expuso la Décima Mayinca (FEM–HOM), Escuela de Arte y Comunicación Visual de la Universidad Nacional (UNA) y también, en el no espacio de la virtualidad: Museo de Pobre y Trabajador colectivo de arte contemporáneo, se expuso en paralelo «Abstracción Femenina», 2021.

Adelantar el pasado

Intento focalizar este pensamiento para entablar relaciones con lo actual, mirando hacia atrás, y, ubicarnos en los años setenta, hace ya cincuenta años. Precisamente 1971, con la Primera Bienal Centroamericana de Pintura, organizada por el Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA). Reunió artistas del istmo, apagados en la visualidad de los grandes escenarios de legitimación en aquellos años, y confrontarlos a un jurado de alto relieve encabezado por la crítico argentino-colombiana Marta Traba, el mexicano José Luis Cuevas, el peruano Fernando De Szyszlo, el ecuatoriano Oswaldo Guayasamín y el nicaragüense Armando Morales, un acto positivo visto hoy. La premiación enrojeció el ánimo de más de uno, en tanto se premiaba no una pintura, como se anunció, sino un ensamble de latón y remaches del guatemalteco Luis Díaz. Además, el premio nacional de Nicaragua fue otorgado a un dibujo de Rolando Castellón, quien residía en esos años en California, y el premio por Costa Rica, el cual se esperaba otorgara la distinción a Lola Fernández, fue declarado desierto. Trasciende que se dieron golpes y caras largas, Traba trabó aún más la polémica al criticar al arte del país anfitrión, tildándolo de decorativo y complaciente; se recuerda que ella abogaba por la Nueva Figuración Latinoamericana, la cual fustigaba a militares y dictaduras del istmo, tanto así que la obra premiada de Díaz llevaba el significativo título de Guatebala.

En esos mismos años setenta en el país se restablecieron los Salones «Anuales» de Artes Plásticas, Museo Nacional, existentes desde la década de los treinta en el Teatro Nacional. Pauta para que en 1976 gestara un nuevo escenario: «Arte Actual de Iberoamérica», expuesto en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, curado por Luis González-Robles para el Instituto de Cultura Hispánica, 15 de mayo al 15 de septiembre de ese año. Importa destacar que el maestro Castellón fue expositor entre el impresionante número de 287 artistas invitados, 40 del istmo, 25 costarricenses, contando con catálogo impreso, trasporte de obra ida y retorno a Madrid, empresa de organización que pareciera hoy no somos capaces de emular y marco para introducir con éxito el arte centroamericano en el viejo continente.

Las prácticas artísticas en los noventa

La convocatoria centroamericana volvió con dos importantes proyectos: «Tierra de Tempestades», de la cual Tamara Díaz-Bringas —cocuradora de «El Pasado Adelante»—, argumenta en un artículo publicado en la revista Escena de las Artes:

En torno a los tres países que, recientemente, había iniciado guerras civiles, se hizo la primera exposición «centroamericana» en la década de 1990. Tierra de Tempestades: Arte Nuevo de El Salvador, Guatemala y Nicaragua, organizada por el Harris Museum and Art Gallery de Preston, itinerante por otras ciudades de Inglaterra (Díaz-Bringas, 2018).

En 1992 con los 500 años de la llegada de los europeos al continente, tuvo resonancia «Ante América», curada por Carolina Ponce, Rachel Weiss y Gerardo Mosquera, para el Banco de la República de Colombia, que circuló, además de en Bogotá, por Estados Unidos, finalizando su itinerancia en San José en 1994, preparando al equipo del nuevo Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC). Se realizó la Segunda Bienal de Pintura de Centro América y Panamá, organizada por el Museo de Arte Costarricense, en las salas de Museos del Banco Central de Costa Rica, no menos polémica por la premiación de un dibujo a plumilla sobre papel: Naranjas guácimas, del nicaragüense Carlos Montenegro.

En 1996, el MADC, entre otras propuestas internacionales lanzó «MESóTica II: Centroamérica re-generación», la cual circuló por Madrid, París, Roma, Turín y Appledorn, Holanda, curada por Virginia Pérez-Ratton y Rolando Castellón. Importa recordar la «Primera MESóTica: The América non representativa», 1995, sobre la vigencia de la pintura y la tercera versó sobre la instalación en el arte: «Instalo-MESóTica», 1998.

Se publicó en esos años el catálogo 100 Latin American Artists, editado por Rosa Olivares y Asociados S. L. 2006, por EXIT Publicaciones, impreso en España. 454 páginas a todo color, con la portada El perro triste, pintura del costarricense Federico Herrero.

En 2006 —a diez años de «MESóTica II»—, tocó el turno a «Estrecho Dudoso», con una vigorosa propuesta expuesta en varios museos de la capital San José, era un arte disidente, cuestionador, curada por Virginia Pérez-Ratton y Tamara Díaz-Bringas.

A lo que quiero llegar con este rodeo que dio temple y energía a las manifestaciones crítico-creativas de hoy, es que en el transcurso de cinco décadas el arte del istmo creció y cambió. Al montar «MESóTica II» en Roma y Turín en 1977, la prensa italiana esperaba lo acostumbrado de ver en Venecia procedente de Centroamérica, eran estereotipos y clichés de aquel arte florido y complaciente. En cambio, lo expuesto advertía la oposición al poder y la dominación, corrupción, contaminación del planeta, y otros tópicos candentes que hoy son reconocidos en la brecha de vanguardia.

Algo está ocurriendo

Hay cosas que están sucediendo en Madrid, que alegran, como la existencia de colecciones para personas o instituciones quienes se fijan en aquellas «tempestades» o «escombros» del ayer, como la misma obra de Rolando Castellón y otros artistas mesoamericanos que recién entraron a la colección del Museo Reina Sofía. En un artículo de Paula Corroto para El Confidencial (26/11/2021), comenta las declaraciones de Manuel Borja-Villel, director de ese museo quien refiere a una nueva zona y que antes era impensable apreciar en museos:

Pero estas salas van más allá puesto que también nos hablan de la famosa celebración del Quinto Centenario (de la conquista de América) y nos recuerdan (a través de vídeos en los que aparecen encapuchados) los movimientos de los zapatistas en Chiapas (México) —fue la época en la que en todas partes estaba el Comandante Marcos y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ELZN)— o las matanzas en Guatemala (con todos los procesos de descolonización) a través de artistas guatemaltecos contemporáneos.

Algunas lecturas de lo expuesto

El hondureño Adán Vallecillo, expone Montículo 1, 2015. Yo me pregunto ¿qué querrá proteger o esconder bajo esos cobertores sostenidos por piedras, que se vuelven signo de encubrimiento como puede ser la corrupción, el blanqueo de capitales, el trasiego de drogas, males tan presentes en esta Centroamérica, como las inminentes migraciones que la vuelven un punto negro marcando el territorio.

Ángel Poyón de Guatemala con La encomienda, 2015, recuerda una práctica colonial cuando al indígena se le imponían esas cargas, pero que también aceptaban llevar ciertas culpas autoimpuestas.

Mientras que hay cierta sincronía con Benvenuto Chavajay y sus obras, Ixtetelá y El retorno de la silla, en las reflexiones de estos guatemaltecos que pudieran criticar comportamientos como el machismo, acoso y violencia, cuadro que sostiene un búmeran que, al ser lanzado, puede que se devuelva.

Christian Salablanca de Costa Rica expone dibujos y videos de trazos orgánicos hechos con carbón, trazados con un conjunto de configuraciones geométricas que al rascar la superficie del papel dejan esas singulares huellas que no dejan de evocar el arte originario vernáculo.

En From the ashes (De las cenizas) de Donna Conlon, 2019, una avecilla torna a la vida, a la libertad del Ave Fénix, la cual revive resistiendo a la ofuscación de sus propias cenizas.

Irvin Morazán (Guadalupe Maravilla), expone unas esculturas de enorme presencia y sensibilidad hechas de objetos procedentes de los subproductos que, como polvo, embadurnan el entorno urbano actual, como Ghettoblaster Headdress, 2018-2021.

Héctor Burke, S/f, es un conjunto de 18 mixtas sobre papel, de fuerte carga autorreferencial y tensiones de la psique persistentes en los escenarios urbanos que afectan al individuo hipersensible como es él.

La instalación de Lucía Madriz, Tres hermanas, 2021, hecha con maíz verde, maíz amarillo, frijoles rojos, frijoles negros, frijoles blancos, semillas de calabaza y tierra, exalta la paciencia de la mujer al afrontar las tensiones de género y males que afectan el acontecer o sociedad, y que no son solo asuntos de familia y alimentación.

Serie Estigma: La lotería, 2010-2019 de Natalia Domínguez es una de las nuevas piezas colectadas por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Otras obras notables son Cielo de leche de Patricia Belli, 2019, escultura textil. Lástima que las mamas de esa enorme teta están tan pegadas al cielo, para que pudieran paliar el hambre de la niñez de esta región y del mundo.

Priscilla Monge, El deseo es cosa de vida o muerte, 2003. Fotografías en papel siliconado-metalizado sobre aluminio. Estas reflexiones de Monge resultan siempre poderosas, poseen la virtud del espejo de la autorreferencialidad, que buscarnos en nosotros mismos.

Rolando Castellón, Sin título (de la serie Objetos Encontrados Post-Colombinos) 1981–2021. Otro de los artistas recién ingresado a la colección del Reina Sofía, y quien está presente en la memoria de la mayoría de las muestras que han movido el arte del istmo en los últimos cincuenta años, de las cuales cité, a manera de contexto, tan solo algunas.

Simón Vega, Third world space modules blueprints, 2015-2018. Otro de los artistas del Reina, traza signos de una ciencia y cultura que a veces soñamos poseer, como la creciente noticia de que el dictador Ortega de Nicaragua anunciaba con bombos y platillos enviar un módulo al espacio exterior, cuando su pueblo se desvive por la violencia, la desesperanza y el hambre no solo de alimento sino de paz y libertad.

Pienso, entonces, y con esto concluyo, que en la región hay demasiadas cargas y escombros encubiertos, tantos signos que encender para iluminarlos. Tirar la primera piedra, si corresponde, o autoevaluarnos, mirando nuestros adentros a través de esos espejos, a ver ¿sí somos la solución, o el peso del problema?