Ya lo dice el refrán: mejor solos que mal acompañados, pero ¿es esto cierto o es solo un refrán de pueblo? Este artículo se plantea a modo de reflexión interna, de reflexión personal si así lo desean, sobre uno de nuestros miedos más comunes: el miedo al rechazo.

¿De verdad preferimos estar solos que mal acompañados? Si este fuera el caso no existirían las relaciones tóxicas, por ejemplo, ni las parejas infelices.

Es cierto que cuando se trata de relaciones de pareja no es sencillo de diagnosticar. ¿Cómo determinar si una pareja está junta por amor o por miedo a la soledad o por miedo a no encontrar “nadie que me quiera” o simplemente por comodidad?

Como ser humano, ¿tenemos miedo a la soledad o a quedarnos solos frente al mundo?

El ser humano no evolucionó en solitario

Todos tenemos miedo, de manera consciente o inconsciente tememos quedarnos solos. El ser humano es un animal social, un animal de manada. Desde las tribus más primitivas a las civilizaciones más avanzadas, el ser humano vive en grupos.

La familia es un concepto que todas las culturas entienden y desde clásicos del cine como El Padrino, o sagas multimillonarias como A todo Gas, todos entendemos el efecto que «la familia» tiene sobre nosotros. Al fin y al cabo, en determinados contextos, la soledad puede suponer la muerte si uno solo no es capaz de procurar los medios para la supervivencia. Desde un punto de vista biológico, el ser humano necesita estar en grupos para asegurar su supervivencia.

Pero… ¿cómo se traduce esto en una sociedad moderna donde la supervivencia de la especie no está en juego?

Quizá la supervivencia física de cada uno no es tan cuestionable (en ciertas sociedades) pero seguimos teniendo la necesidad emocional de formar parte de algo.

Seguimos teniendo la necesidad de pertenencia y recuperando la pirámide de Maslow, las necesidades de seguridad y sociales se encuentran en la base de la pirámide.

Desde que nace, el ser humano se enfrenta al rechazo, desde el rechazo paternal (cuando el niño no consigue lo que quiere), el rechazo académico (suspender un examen), al rechazo social (ser excluido en nuestro círculo social, ser considerado un «bicho raro»). Quizás, uno de los mayores rechazos al que el ser humano tiene que enfrentarse en su vida adulta sea el rechazo amoroso: no ser queridos (peor aún, no ser reciprocados por la persona a la que queremos).

Incluso, por desgracia, en los casos de violencia de género el miedo al rechazo y a quedarse solos es un factor que contabiliza entre las víctimas.

El patio del colegio, la jungla de asfalto

La necesidad de pertenencia se manifiesta claramente desde la infancia. Los niños siguen las modas, gorras a un lado o gafas de pasta, lo que esté de moda en cada momento (para algunos fueron los pantalones de campana) la música a todo trapo en el móvil, de último modelo, haciendo scroll en Instagram…

Es una necesidad o impulso inconsciente, no controlado y del que incluso en la edad adulta, no nos damos cuenta.

Cuando somos niños queremos ser parte del grupo «guay», de los populares. Queremos sentirnos incluidos, ser parte de un todo. A nadie le gusta sentirse aislado. Por eso los niños lloran cuando los compañeros no les dejan jugar con ellos, están siendo excluidos y el rechazo duele.

Pero nosotros no somos animales cualesquiera, somos animales racionales, estamos por encima de nuestros instintos, pensarán ustedes. Sí, somos seres racionales, somos capaces de racionalizar esos instintos y reprimirlos, especialmente una vez en la edad adulta.

Esto no quita que dichos instintos sigan presentes, aunque reprimidos, y a veces jueguen un papel fundamental en nuestras emociones aunque no seamos conscientes.

Cuando tus instintos deciden por ti

Como describía Daniel Kanehman en su libro Pensar rápido, pensar despacio, nuestro cerebro está formado por dos sistemas independientes que actúan de manera separada.

El sistema 1 es rápido, intuitivo y emocional; el sistema 2 es más lento, racional y lógico. Kahneman habla sobre el potencial y los sesgos del pensamiento rápido y revela la fuerte influencia de las impresiones intuitivas sobre nuestra manera de pensar y por consecuencia, sobre nuestra manera de actuar.

Vaya que, en gran medida, la razón por la que tomamos ciertas decisiones está condicionada por nuestro sistema intuitivo (menos lógico y más «animal») y por tanto, no es tan difícil de imaginar que en ciertas ocasiones decidamos permanecer en una pareja, familia o grupo «tóxicos» en vez de estar solos.

Por lo tanto, a quien inventó el refrán: mejor solos que mal acompañados, le podríamos responder que es su sistema lógico el que se inventa la frase, pero a la hora de la verdad, es su sistema intuitivo el que tomará la decisión.