Porciones perfectas, ingredientes «orgánicos» y que en la etiqueta resalte el «gluten free» pueden ser algunas de las directrices que siguen algunas personas a la hora de comer. A través de una simple búsqueda en Google Trends se puede comprobar el aumento exponencial del interés por términos relacionados con una alimentación saludable, algo que en un mundo con más de 1.900 millones de adultos con sobrepeso debería ser bueno. Sin embargo, todo en exceso es dañino e incluso la fijación por comidas «demasiado» saludables puede transformarse en la causa de un desorden.

Steven Bratman, médico egresado de la Universidad de Pensilvania, planteó por primera vez en 1997 la tesis sobre un desorden alimenticio derivado de la obsesión con la alimentación sana. Le llamó ortorexia nerviosa, una palabra resultante de la combinación del término griego "ὀρθο" (correcto, recto) con el nombre de un desorden alimenticio, anorexia nerviosa. Aunque no está reconocido como tal en el DSM-5, manual de los trastornos mentales, la Asociación Nacional de los desórdenes alimenticios de Estados Unidos (NEDA, por su nombre en inglés) pide prestar atención a este problema.

Bratman escribió por primera vez sobre este término en un ensayo publicado en Yoga Journal, después de experimentar en carne propia los síntomas de esta obsesión. «La ortorexia nerviosa refiere a una fijación patológica en comer alimentos adecuados. La ortorexia comienza, de forma inocente, con el deseo de superar una enfermedad crónica o de mejorar de forma general la salud. Pero esto requiere una fuerza de voluntad considerable para adoptar una dieta que difiera radicalmente de los hábitos alimenticios de nuestra infancia, y de la cultura que nos rodea, y pocos logran esta meta con gracia», escribía Bratman. «La mayoría (de las personas) debe recurrir a una autodisciplina de hierro, reforzada por una fuerte dosis de superioridad sobre los que comen comida basura. Con el tiempo, qué y cuánto comer, así como la indiscreción dietética, llegan a ocupar más y más porciones del día de un ortoréxico», decía.

Según explican desde la NEDA, la dieta de los ortoréxicos llega a ser tan restrictiva en cuanto a porciones y calorías que, irónicamente, se vuelve contra el bienestar físico de la persona. Pero la dieta no incide solo en la salud, sino también en el entorno social, ya que, aseguran, esta fijación puede deteriorar el interés de la persona en otras actividades y relaciones.

La ortorexia aparece, dicen desde NEDA, como una vía para llevar una vida saludable, pero hay motivaciones subyacentes que la desencadenan y que convierten este hábito en una obsesión, como la compulsión por el control absoluto, el escape a temores, el deseo de ser sano y puro, o usar la comida como una forma de crear identidad o camino para lograr la espiritualidad.

La dieta de estas personas puede llegar a ser dañina ya que puede tener deficiencias nutricionales, aunque los «síntomas» de estas fallas no son tan evidentes. La mayoría de los ortoréxicos comienzan su camino a través de dietas veganas o macrobióticas, que llevan al extremo, y que a diferencias de los vegetarianos (que dejan de comer carnes pero siguen ingiriendo productos derivados, como huevos o leche), estos excluyen grandes clases de alimentos o de procesos culinarios por considerarlos dañinos.

Por otra parte, los problemas sociales sí se pueden identificar de forma más clara. Según un estudio publicado por el Instituto de la Alimentación de la Universidad La Sapienza de Roma, las personas que padecen este trastorno prefieren dejar de comer a ingerir un alimento que consideren impuro. Una de la mayores consecuencias de este comportamiento es el aislamiento social, que se deriva de la gran cantidad de tiempo y esfuerzo que dedica la persona en planificar, comprar, preparar y consumir alimentos que consideran sanos.

«Este comportamiento alimentario se convierte en el único posible y genera un sentimiento de superioridad sobre el estilo de vida y comidas de otras personas», escribía el doctor Lorenzo M. Donini, de La Sapienza. Llevar sus propias comidas a todos lados, pesar todo lo que comen, seguir a pie de letra la dieta o calcular las calorías de la comida son algunos de los comportamientos asociados a este desorden, que a diferencia de la anorexia, por ejemplo, no se enfoca en la pérdida de peso sino en la idea de un cuerpo puro y sano. También pierden la «habilidad» de comer de forma intuitiva, es decir, no comen cuando sienten hambre o dejan de comer cuando se sienten llenos, sino que solo se atañen al plan de dieta.

«Mi habilidad para llevar conversaciones de forma normal se dificultaba con los pensamientos intrusivos sobre la comida. La necesidad de obtener comida libre de carne, de grasa, y de químicos artificiales había puesto casi todas las formas de contacto social fuera de mi alcance. Estaba solo y obsesionado», escribió Bratman en su ensayo, que luego se convirtió en el libro Health Food Junkies (2000).

NEDA y Bratman señalan que perseguir un estilo de vida sano y mantener una dieta saludable no convierten a una persona en ortoréxica per se; sí lo hace la presencia de otros factores, como la fijación en ello, que ocupe demasiado tiempo en la vida de una persona o que sea una vía de escape a otros problemas más profundos. Por otra parte, Márta Varga en su ensayo Evidence and gaps in the literature on ortorexia nervosa plantea que aún queda mucha investigación sobre este trastorno y que hasta ahora los estudios metodológicos sobre el tema usaban instrumentos no validados de evaluación, como muestras pequeñas de personas. «Se necesitan más estudios para clarificar los métodos de diagnósticos apropiados, para colocar a la Ortorexia nerviosa entre las categorías psicopatológicas», publicaba en la edición de junio de 2013 de la revista Eating and Weight Disorders.