El porcentaje de personas con más de 65 años aumenta en todo mundo y especialmente en Europa, donde este grupo demográfico es una parte importante de la población y, además, en continuo aumento. Muchos de ellos son ya jubilados y el poder adquisitivo medio de sus jubilaciones es siempre más bajo.

Este segmento de la población corre el peligro de un empobrecimiento progresivo y socialmente son los más expuestos a una marginalización. Viajando de país a país, percibo diferencias notables en las condiciones de vida de los “ancianos” y el deterioro de sus condiciones físicas, cognitivas y sociales viene determinado por la cantidad de contactos que tienen con otras personas y el nivel de actividad social que mantienen. Más baja es la cantidad de contactos, menor es la actividad en que participan, mayores son los problemas y la posibilidad de una muerte prematura o un descuido total.

En esta situación, los recursos económicos son relativamente importantes, pero lo que incide mayormente en la salud y bienestar de las personas de la tercera edad es el capital social: la familia, la comunidad y los amigos. El aislamiento social acelera el empeoramiento cognitivo y este implica una mayor necesidad de cura por parte de familiares, que al faltar, conlleva a una residencia obligada en un asilo de ancianos, donde las condiciones se agravan rápidamente y el anciano se transforma en paciente, medicamentado cotidianamente con calmantes de todo tipo para mantenerlo tranquilo e inactivo en una muerte anticipada. Los costos económicos por persona en un asilo de ancianos además son más altos y por ende esta solución es doblemente ineficaz.

En muchos países en Europa, los asilos de ancianos son subvencionados parcialmente por el estado y la administración local y en una cierta medida estos recursos deberían ser destinado a fortalecer la red social de los ancianos, creando comunidades y centros de actividad administrados autónomamente y abiertos a todos los ciudadanos, especialmente a los jóvenes y niños.

Por otro lado, es evidente la necesidad de que cada persona planifique su vejez en modo tal de no quedar aislado y de poder continuar a vivir una vida activa, interesante y con sentido. Las autoridades deberían apoyar iniciativas en esta dirección y los ancianos deberían pensar en soluciones colectivas, donde poder vivir junto a otras personas en la misma situación en caso la familia no sea una alternativa. Una condición que es siempre más frecuente y común.

Se sabe y está comprobado estadísticamente que, además de la familia y la red social, otro factor que pesa en la calidad de la vida de los ancianos es la cultura. Interesarse por la lectura, el teatro, el arte, participando en exposiciones o en grupos de lecturas tiene un impacto positivo en el bienestar de las personas mayores. Esto también incluye la política y actividades de voluntariado. El interés por temas culturales de toda índole está determinado por el nivel de educación de los ancianos. Cuanto más alta es esta, mayores son las actividades en que se participa.

Una de las cosas que me sorprende en Inglaterra, comparándola con Italia, es la cantidad de ancianos que viven solos y que pasean sin destino por las calles. Es mayor y su “abandono” es fácilmente reconocible en el desorientamiento, el modo en que se visten y la situación precaria en que se encuentran. En un supermercado, donde compro fruta, encuentro a menudo personas ancianas solas, que compran comidas ya preparadas y a bajo costo que ellos pueden “preparar” sin dificultades, ya que basta calentarlas. En Italia, la abuela es el centro de la casa, ella ayuda y participa en las actividades cotidianas y muchas veces se ocupa de la cocina, pasando las tradiciones culinarias a las nuevas generaciones y así se sienten parte activa de la familia, útiles y con una vida llena de sentido. No en vano, viven varios años más que sus “coetáneos” en Inglaterra, donde el nivel de vida, medido en ingreso per cápita, es más alto.

La calidad de una sociedad se mide por las condiciones de vida que reserva a sus ancianos y en este sentido el mundo aparentemente “civilizado” está quedando atrás, ya que sus valores y prioridades son otras y menos humanas, como la de reducir el déficit fiscal y las transferencias sociales donde las jubilaciones representan una parte fundamental.

Muchas veces he pensado en una vejez dedicada a la lectura y la escritura, visitando museos y conservando buenas relaciones con personas interesantes que me obliguen a pensar y ver las cosas desde nuevas perspectivas y para poder hacerlo tengo que invertir tiempo y energía, cultivando mis intereses y pasiones, que también incluyen mi familia y mi trabajo. No quiero ser un peso para nadie y creo que la eutanasia es una alternativa viable en el caso extremo en que nuestra vida ya no sea vida. Dentro de un año, cumplo 60 y quizás llegaré a los 70 o a los 80, pero la calidad de la vida no se mide con los años, sino con la intensidad y mi misión es ser útil y estar vivo en modo activo por el mayor tiempo posible, ya que el contrario no vale absolutamente la pena.