Bienvenidos al gran enigma del ser humano. Aquello que nos hace alcanzar momentos mágicos, superarnos a nosotros mismos, entender la dinámica de la vida y que da una respuesta certera y contundente al porqué existimos: el amor. Poetas, filósofos, escritores, artistas han desarrollado en detalle casi desde que somos homo sapiens las peculiaridades de este sentimiento y el porqué de su fuerza.

Hace unas semanas, y bajo la recomendación de una sabia amiga, volví a releer una obra quizá corta en extensión, pero inmensa en la veracidad y lucidez de su contenido acerca del tema que nos ocupa: El arte de Amar, escrito por Erich Fromm. Este gran maestro de la Escuela de Frankfurt –heredera del psicoanálisis, pero que lo desarrolló mucho más a fondo– hace un completo análisis por todas las formas de amor –paterno, fraterno, amistad, erótico- para explicar por qué es un arte.

La premisa básica desde los tiempos del neanderthal hasta el hipertecnológico siglo en el que vivimos es que el hombre ha querido siempre superar su aislamiento, su separación con el otro para buscar una respuesta que justifique su existencia. En la sociedad mercantilista en la que vivimos, la compañía, el sexo o incluso la experiencia de tener un hijo se puede comprar. ¿Por qué nos somos felices? Porque, aunque muchos se justifiquen en su superior independencia intelectual, en los tiempos de EDarling, Tinder e internet, ni el éxito profesional, el prestigio, el dinero o el poder –objetivos a los que muchos dedican toda su energía– consiguen que salgamos de ese aislamiento. Ser más rico no permitirá que puedas tener la verdadera experiencia de que alguien te conozca, te respete, te cuide en todo lo que eres. En todo lo que aportas al mundo: tu alegría, tus ilusiones, tu tristeza, tus aprendizajes y experiencias vitales. Nada supera el poder de una relación entre dos personas. De ahí que sea un motor clave para la acción y la creación.

¿Es entonces el amor algo que encontramos si “tenemos suerte”, una especie de lotería? No, pues ya venimos al mundo con el pack de la forma de amor más completa e incondicional que puede existir: el amor materno.

Pero, como casi siempre ocurre en la psique humana, no es suficiente. Y es que el problema no está en conseguir que me amen –todos tenemos talentos, capacidades que nos hacen dignos de ser amados– sino en la propia capacidad de amar. Por eso el amor es un arte.

Precisamente el amor es fruto de un aprendizaje, el del autoconocimiento y respeto por uno mismo, que luego lleva al afecto, respeto y responsabilidad hacia los demás. Al verdadero amor.

Ahora que en estas fechas navideñas compartimos nuestros mejores deseos con nuestros seres más queridos, deseo a todos mucha suerte en esta aventura del amor, no exenta de peligros, pero que nos lleva a aprender un arte fundamental en la vida. Espero que todos tengamos la suerte de compartirlo y disfrutarlo.