Queridos padres:

Después de tanto tiempo y como muchos hijos, nunca encontré el momento, la manera, la conciencia ni la entereza suficientes para deciros algo que ya debería haberos contado: mi verdad, una verdad que os pertenece y que es de justicia que como tal guardéis; la de reconocer que fuerais como fueseis, siempre sois, fuisteis y seréis suficientes para mí.

No siempre pensé así, durante mucho tiempo sentí que podríais y tendríais que haber sido mucho mejores.

Queridos padres, no puedo pensar en mí sin sentiros dentro como si lo estuvieseis de verdad, como creo que lo estáis. El amor es la única vocación de permanencia que existe. No todo lo que hoy tengo os lo debo a vosotros pero sí, desde luego, todo lo que soy, unas veces por haberlo recibido como ejemplo y otras por haberlo necesitado y no tenerlo.

Jugáis con ventaja. Por razones obvias, no sé lo que es vivir sin que estéis cerca; siempre habéis estado, desde que no recuerdo y hasta hoy. Sin embargo, solo ahora os quiero desde la madurez de entender que además de padres fuisteis y sois personas, también sin mí, antes de mí.

El día que eso ocurre caen mitos y se construyen verdades, si cabe, más bellas. Especialmente hermosas por ciertas.

Cuando eso ocurrió, de las ruinas de mis ideales surgieron sentimientos y sobre todo valores, un sentido del respeto adulto basado en la comprensión de que a partir de entonces nos habíamos convertido en iguales. Eso me hizo comprender y valorar todo lo que siempre hicisteis por mí; también lo que decidisteis no hacer pero, especialmente, lo que no supisteis.

Acepté vuestros errores como oportunidades de aprendizaje que sembraron algunas de las cualidades que hoy más admiro en mí y os amé más aun, desde la compasión humana que nos coloca a todos en el mismo lugar; creo que ese día, cuando entiendes eso, te conviertes en adulto.

Entendí que a veces había que mentir, que muchas una se debía equivocar, que los secretos existían para algo y que se abría un camino de libertad para descubrir lo que para mí definiría la palabra vivir y ser, algo distinto, quizás, a lo que vosotros me enseñasteis, a lo que vosotros creéis y a lo que vosotros sois.

Y vuestra bendición a mis diferencias dejó de ser la única manera de seguir.

Por deberos os debo la vida y el enseñarme a cuidarla. Contemplar vuestra vejez me ha hecho entender que el tiempo corre, que el pasado no vuelve, que cada segundo, aunque se agota en sí mismo, dura lo necesario como para saber que las cosas más importantes de la vida suelen aprenderse justo en ese tiempo. También me enseñasteis a comprender que el de en frente es tú y que tú eres él y que la desnudez del corazón está cargada de dignidad, que nunca hay que avergonzarse ni temer lo que se siente, porque te hace grande y te define.

Estando ahí como lo estáis siempre seguiré aprendiendo mucho más. Saber seguir cuando faltéis será la gran lección.

Me quedo con mucho más, con el espíritu de lucha, con la honradez, la bondad, la modestia y con los dos, siempre en mí observando con amor mi libre caminar.