En griego ἑρμηνευτικὴ τέχνη o “hermeneutiké tejne” significó el arte de explicar, descifrar e interpretar textos, término a su vez proveniente del griego “hermeneus” que significó intérprete, explicador, traductor, es decir, aquel que transmite un mensaje a alguien.

Pero, desde la perspectiva griega, la palabra hermeneuta sería en su origen una transferencia nominal y de sentido, del nombre y características identitarias que determinaron en la mitología griega el ser y quehacer del dios Hermes, mensajero y traductor del mensaje enviado por los dioses a los mortales. Este mensaje de los dioses, Hermes debía comprenderlo para luego transmitirlo, garantizando así que el mensaje divino fuese correctamente recibido por los mortales.

En la actualidad, la hermenéutica comprende una doctrina filosófica la cual tiene como premisa la comprensión e interpretación de los textos y mensajes. Generalmente un autor, -principalmente un escritor- escribe con un sentido, él quiere decir y transmitir algo. Sin embargo, cuando eso escrito se hace público, puede perder el sentido que este quiso darle y ser interpretado de forma totalmente distinta por el lector o la persona que recibe el mensaje.

Esta interpretación, claro está, el lector la hace desde su experiencia. Todo lector, todo el que recibe un mensaje de la naturaleza que sea ya tiene un pre-juicio, es decir, se ha formado un juicio previo sobre ciertas cosas, y por muy objetivo que quiera o pretenda ser, su interpretación de la realidad que le circunda y de los mensajes que recibe estarán determinados por ese pre-juicio formado en su experiencia concreta.

En este contexto, la hermenéutica se erige como un tipo de comprensión e interpretación más profunda, que busca trascender el pre-juicio y la experiencia propia, para intentar aproximar al lector o a quien recibe el mensaje a ese sentido manifiesto, al sentido mentado, es decir, a lo que realmente quiso decir el autor del mensaje. Para lograr esta comprensión el sujeto podrá por ejemplo hacer el esfuerzo de releer la obra, dirigirse nuevamente al mensaje, rememorar el mensaje -si no es un mensaje escrito-, para intentar entender que quiso transmitir el autor; sin embargo, un elemento fundamental para comprender efectivamente ese mensaje será la aproximación y comprensión de la experiencia concreta de quien crea el mensaje, del autor, pues allí -aunque no esté explicitado en su obra-, se encuentran las claves que explican por qué para el autor algo tiene determinado significado.

Este esfuerzo de comprensión de los pre-juicios y la experiencia propia ante la interpretación de un mensaje dado, aunado a la comprensión de los pre-juicios y experiencia concreta del autor, es decir, de quien emite el mensaje, es lo que nos permitirá encontrar un punto medio, un punto de equilibrio en el proceso de comprensión, transmisión y recepción sin tergiversaciones y malos entendidos de ese mensaje enviado por los dioses del olimpo griego a los mortales.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando este mensaje no es entre dioses y mortales? ¿Cómo es posible hacer un ejercicio hermenéutico cuando no se trata de conectar a un escritor con su lector? ¿Cómo comprender e interpretar cuando el mensaje es entre dos mortales en el contexto de una sociedad sobrecargada de significados simbólicos masivamente construidos que no deja espacio para la construcción e interpretación individual de significados? ¿Cómo ser un hermeneuta y como hacer hermenéutica cuando el mensaje es un mensaje de amor entre dos mortales enamorados?

Cuando del amor se trata, la comprensión e interpretación del mensaje se hace más compleja, pues no solo supondrá la imposibilidad de entender un mensaje, sino que afectará sin dudas las posibilidades concretas de relacionamiento, e incluso la posibilidad de continuidad y mantenimiento de la relación amorosa si no se logra establecer un punto de encuentro entre los pre-juicios y experiencias concretas de cada una de las partes involucradas en el proceso de comprensión e interpretación del mensaje de amor.

Recuerdo que a mis 21 años, desde mi experiencia de incipiente formación intelectual, tenía gran interés por la filosofía clásica, la literatura y el idioma francés, y desde ella me permití en una oportunidad regalarle a mi novio de ese momento una tarjeta con un poema escrito en su idioma original, francés. Pese a que sabía que este no manejaba el idioma, mi intención era compartir algo que me gustaba y que este al preguntar qué significaba yo pudiera recitarle dicho poema en español. En otra oportunidad, con motivo de su cumpleaños le escribí una extensa carta en la que hacía referencia al amor desde la concepción de la filosofía griega, y particularmente de la expuesta por Platón en su obra El Banquete. La respuesta ante ambas iniciativas fue la indiferencia y el desinterés, y si bien en su momento esto generó en mí gran malestar e insatisfacción, la realidad es que estos mensajes debieron generarle los mismos sentimientos, pues él, desde su experiencia concreta, no había podido tener acceso como yo a la literatura, la filosofía griega y menos aún al francés, motivo por el cual era incapaz de comprender mis mensajes de amor.

Es decir, la disimilitud de nuestros pre-juicios y experiencias concretas, y la desatención de estos al momento de la creación del mensaje de amor, creó las condiciones para la ruptura del código comunicativo, y por tanto, de la efectiva y eficiente transmisión, comprensión e interpretación del mensaje amoroso.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando el sentido del mensaje amoroso no es expresado correctamente? ¿Qué hacer cuando el sentido del mensaje afectivo es claramente expresado por su autor pero interpretado de forma distinta a ese sentido mentado por su receptor? ¿Cuándo se trata de amor, debemos siempre consultar la experiencia concreta y significado dado por las partes antes de la emisión del mensaje? O por el contrario, ¿es imprevisible e incontrolable después de emitido el mensaje la reacción e interpretación no deseada del mismo?

Por ejemplo, una experiencia previa en la que la persona recibía frecuentemente bombones de chocolate de su pareja y esta le engaño podría generar una respuesta adversa en esta persona si en el futuro recibiese bombones de su nueva pareja, colocándole inclusive en un estado de paranoia al considerar que la situación de engaño ya experimentada pudiera repetirse. Una persona a la cual no le gusta un determinado género musical podría reaccionar de forma desinteresada o desagradable cuando su pareja le dedique una canción de ese género. La palabra noviazgo podría generar rechazo en una persona que ha experimentado una relación de noviazgo formal, aun cuando para la otra persona esta etiqueta solo signifique el proceso de compartir, conocerse y enamorarse.

No obstante, ante esta inevitable disimilitud pre-juiciosa y experiencial de los sujetos, y ante la inevitable confluencia de esos pre-juicios y experiencias disímiles en el proceso de aproximación amorosa, y por tanto, la impredecible ocurrencia del conflicto, se presentan dos escenarios:

  • El primero de ellos es la rotunda negativa por parte de quien recibe el mensaje de intentar comprender el sentido mentado por el autor del mensaje amoroso; como también puede darse la negativa por parte de quien emite el mensaje de intentar comprender el sentido interpretado por el receptor del mensaje amoroso emitido. En ambos casos, supondrá un atrincheramiento de las partes involucradas en sus respectivos pre-juicios y experiencias concretas, lo cual llevará irremediablemente a una ruptura del código comunicativo, de los procesos de interacción y por tanto el fin de la relación amorosa.
  • El segundo de ellos es el acuerdo entre las partes involucradas, es decir, de los amantes, para realizar un ejercicio hermenéutico mutuo, de aproximación y comprensión de los pre-juicios y experiencias concretas de la otra persona, que les permita en condición de equidad, interpretar y resignificar cada uno de los sentidos emitidos y recibidos con el mensaje. Esta perspectiva permitirá establecer un punto de encuentro o equilibrio interpretativo con respecto al mensaje amoroso; restableciendo de este modo el código comunicativo que se tensó en el proceso de transmisión del mensaje, al mismo tiempo que favorecerá el fortalecimiento de los procesos de interacción y comunicación entre los amantes.

Sin embargo, no existe una única forma de amor, una forma específica de amar, y menos aún una manera predeterminada de transmitir, interpretar y comprender un mensaje amoroso; por ello, dependerá de los amantes, de la naturaleza de la relación, del deseo de continuidad o finitud de la misma que estos tengan, es decir -en términos nietzscheanos-, de la voluntad de amor, que estos puedan o no trascender el conflicto, desavenencia o la malinterpretación comunicativa generada por la disimilitud de los pre-juicios y experiencias concretas e individuales ante el mensaje amoroso. Es decir, la hermenéutica del amor, y por tanto, el equilibrio interpretativo, dependerá solo de los amantes y de su voluntad de amor.