En los últimos años y propiciado por la crisis económica, se ha producido un fenómeno psicológico desconocido en la historia: treintañeros que continúan viviendo en casa de sus padres, que no pueden ir a vivir por su cuenta por la falta de independencia económica.

Si bien nunca ha sido fácil dar el paso de independizarse, buscarse una casa, una pareja, formar una familia,… parece que esta situación se ha hecho más difícil en los últimos años por la pérdida de los puestos de trabajo y ante la imposibilidad de acceso a un empleo fijo. Y entre los que lo consiguen, los sueldos no parecen ser lo suficientemente altos para pagar un alquiler o una hipoteca.

Una situación que ha ido poco a poco retrasando la "salida" del hogar familiar de los jóvenes, que se han visto superados por la situación y que cumplen los treinta años conviviendo con sus padres.

Es cierto que esta situación no afecta a todos, pero ha hecho replantearse el concepto de adolescencia como etapa de transición entre la infancia (hasta los 15 o 16 años) hasta la adultez (sobre los 20 años).

Estos jóvenes (pues aún lo son) ya llegan a la treintena y no cumplen con ninguno de los "estándares" de la madurez, no pueden mantenerse por sí mismos, no gozan de propiedades, ni de un futuro "fijo", no suelen tener una pareja estable, es decir, "sin responsabilidades".

Precisamente se considera a la madurez como la etapa más larga que va desde los veinte años hasta la jubilación. Es decir, abarca la vida "productiva" del individuo, donde se toman las grandes decisiones y se alcanzan los objetivos. Pero todo esto parece para muchos jóvenes más un "espejismo" que una realidad, abocados a realizar trabajos temporales o en un sector diferente al de sus estudios y, por la noche, volver a casa de sus padres.

Tal y como sucede en algunas sociedades donde la adolescencia no existe, debido a que desde muy jóvenes se ponen a trabajar y la sociedad les exige como a cualquier adulto, pasando de la infancia (acortada) a la madurez. Así parece que va a suceder en la sociedad actual, donde se han de cambiar los "parámetros" por los que se evalúa a los individuos en función de su "etapa madurativa".

Hay que tener en cuenta que, a pesar de permanecer largo tiempo en la "adolescencia", no es lo mismo una persona de diecinueve años que alguien de treinta. Es cierto que el nivel de "responsabilidad" social es equiparable, y que ambos están a la "expectativa" de un desarrollo profesional, pero ahí se acaban las similitudes.

Los años hacen madurar a las personas, ya sea por los conocimientos adquiridos o por las experiencias vividas, por lo que sería más correcto hablar de dos etapas: la adolescencia, propiamente dicha, y la adolescencia tardía, para aquellos que superan la veintena sin un trabajo ni futuro profesional claro.

Esta situación no sólo afecta a los propios individuos que ven mermadas sus posibilidades de desarrollo profesional y social, en el momento de sus máximas capacidades, sino que también afecta a la familia con la que se convive.

La familia es quien más "sufre" en el período de la adolescencia, debido a los continuos cambios de humor y físicos propios de la edad, a lo que se acompaña los conflictos intergeneracionales, porque ven la vida de forma muy distinta.

Pues la familia ahora tiene que "sufrir" una adolescencia por años, y años; a alguien que quiere, pero no puede lograr sus metas y objetivos. Una situación que en ocasiones se complica, pero que al final se aprende a convivir y los padres acaban aceptando la situación, a veces con resignación.

Y todo ello mientras el joven se ve sometido a la presión familiar y social por "ser alguien", por "demostrar lo que vale" o simplemente por "desarrollarse". Lo que en muchos casos va en detrimento de la autoestima, la cual se ver mermada, al encontrarse a un antiguo compañero de clase que sí tiene trabajo, casa y esposa.

Todo ello propicia que exista un mayor número de casos de síntomas depresivos entre los adolescentes tardíos, que lejos de ayudarles a encontrar trabajo, les hace no querer salir de casa.

Una situación que se espera se arregle cuando se encuentre trabajo, aunque los años "perdidos" no se van a poder recuperar. Pensar que se llegará a los cuarenta con apenas unos años trabajados, a pesar de tener una carrera, el mater y uno o dos idiomas, es un pensamiento que pesa mucho.

Salud mental de los treintañeros adolescentes

Un asunto no suficientemente conocido con respecto a la consecuencia de los adolescentes tardíos son los efectos que esta situación tiene sobre el estado de ánimo y la salud mental del treintañero. Las estadísticas al respecto son claras: estas personas, lejos de ser más felices, apenas uno de cada dos se siente realizados o al menos contento con la situación laboral y personal que le toca vivir.

Esto va a tener importantes consecuencias en el estado de ánimo y la autoimagen, lo que favorece la aparición de problemas de depresión y de ansiedad, una incidencia superior a la de un adulto de la misma edad trabajando y viviendo por su cuenta.

Uno de los componentes de la depresión es con respecto a los pensamientos de futuro, algo que sufren los adolescentes tardíos, ante la incertidumbre de saber si tendrán o no futuro profesional, independencia económica, casa propia,... Es decir, estos jóvenes ven un futuro "muy negro", lo que facilita la aparición de sintomatología depresiva que les lleva a no querer salir, ni ver a sus amigos, ni siquiera ir a "dejar curriculums". El no saber si va a salir una oportunidad, si le van a llamar para un puesto o simplemente para una entrevista, el estar pendiente de las nuevas ofertas o cursos,... todo ello va a generar altos niveles de estrés y ansiedad entre los jóvenes que desean trabajar y demostrar lo que valen.

Igualmente, y quizás esto es lo más preocupante, se ha constatado cómo estos treintañeros siguen mostrando conductas "típicas" de adolescentes, con respecto a la realización de conductas exploratorias y de riesgo, lo que les lleva a tener una mayor incidencia de adicción a sustancias, ya sea el alcohol u otras.

De hecho una de las críticas desde fuera e incluso de los propios padres es que en ocasiones parece que estos jóvenes vivan en una "fiesta continua", donde no tienen horario para dejarlo, y les da lo mismo que sea entre semana que fin de semana. Un exceso debido al escaso autocontrol al no tener que cumplir un horario ni unas normas al respecto.

La madurez que proporciona tener un trabajo y la responsabilidad de cumplir un horario, con unas reglas de conducta, permite prevenir determinadas conductas que se "dejan atrás" como "cosas de adolescentes".